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El separatismo catalán se apresta a asumir la derrota en esta batalla. El referéndum fantasmagórico fue un ejercicio de propaganda del que nadie puede extraer resultados cuantitativos. Sin embargo sirvió a los efectos que los estrategas del “procés” habían diseñado: la elevación del conflicto catalán hasta las agendas de las cancillerías europeas. Esto sin duda se consiguió. Cierto es también que tanto la UE en todos sus niveles como los gobiernos de los países continentales han cerrado filas con nuestra Constitución y contra la secesión unilateral. Por tanto cualquier declaración de separación será inútil en la práctica y como mucho buscará el consumo simbólico interno para la parroquia. Un forma de poder decir algo así como ‘hemos hecho lo que dijimos que haríamos’ aunque sepan que no lo han hecho, porque mintieron al decir que todo sería tan fácil, que tendrían un estado independiente en la Unión y que sería el más feliz de los países. Sí, mintieron. Afortunadamente este proceso se ha basado en mentiras, propaganda y mucha manipulación mediática en lugar de tiros. Retomando el hilo, sí, es cierto: el separatismo ha perdido la batalla. Qué duda puede caber. En realidad ninguno de los dirigentes del “procés” pensaba que las cosas serían muy diferentes a como están siendo. Puede que sí alguno de la CUP o el mismo Puigdemont –que lo ha hecho rematadamente mal, por cierto- dudaran de que el gobierno nacional utilizaría, si no había otro remedio, el famoso 155. O lo que fuera. Pero no tenían dudas en el Pdcat donde el presidente no cuenta con las bendiciones de muchos de sus dirigentes. En este partido siempre ha habido absoluta claridad mental al respecto del objetivo a perseguir. “Claro que no habrá referéndum propiamente dicho, claro que no habrá independencia y claro que tendremos consecuencias negativas, pero obtendremos a medio plazo un mejor Estatuto y nos hemos asegurado que la cuestión catalana siga viva por muchos años”, me explicaba –la cita no es literal pero ése es el fondo- antes del 1 de octubre un nacionalista bien conectado con las alturas de la ex Convergència. Ahí está la clave de todo. Al contrario de lo que ocurre en Valencia y en Baleares, donde la sustitución cultural debido a los aludes de inmigración han castellanizado tanto la sociedad, en Cataluña la guerra -por seguir con símil bélico- la está ganando el catalanismo y sobre él el nacionalismo ha erigido su hegemonía política y electoral. El “procés” ha convertido todo el nacionalismo en separatismo. Ha perdido aparentemente esta batalla, sí. Pero la guerra le va la mar de bien. Barcelona ha conseguido que la cuestión catalana se haya internacionalizado, cuando pase la tormenta actual va a obtener más autogobierno para la Generalidad y por ende ha conseguido una ventaja estratégica respecto a Madrid, porque en la próxima arremetida para alcanzar la secesión tendrá más eco internacional, más fuerza parlamentaria, más experiencia sobre qué no hacer y qué sí y más poder institucional que Madrid le va a dar. Y en buena parte todo será gracias a la derrota de esta batalla.