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A José Ramón Bauzá le gusta forzar situaciones. Nunca busca la contemporización. Nunca disminuye la intensidad de su posición. Todo lo contrario. Si ve que podría darse un potencial acuerdo, dice o hace algo que lo evita. Ocurre en todos los frentes que tiene abiertos. No se trata tanto de lo que hace como de cómo lo hace. El paradigma son los dos famosos hospitales. En realidad no los ha cerrado ni los cerrará –si es que lo hace definitivamente- hasta dentro de un año y medio. Pero lo anunció, así, rotundo, salvaje, brutal: cerramos dos hospitales. Y se armó la marimorena. Hubiera podido anunciar una futura reorganización de los recursos hospitalarios de los dos centros, con negociación con trabajadores, con el objetivo de encontrar una nueva reubicación, solamente si ésta fuera necesaria, para mejorar el servicio. Pero Bauzá no es así. Le gustó anunciar el cierre. Con dos. A lo bestia. Así es él y así se comporta con todo y con todos. Como con Antoni Pastor o en su día con Jaume Font. Todos sabemos que en realidad no existe ningún problema de Pastor –o de Font- con la política lingüística del PP. Si uno y otro hubieran tenido lo que deseaban –portavoz del grupo parlamentario y presidencia del Consell- seguirían en el PP y explicarían hoy en día que gracias a ellos las tesis más bestias del radical anticatalanista Carlos Delgado no se han llevado a cabo. Bauzá hubiera podido evitar el cisma con los dos. Pero no quiso. Prefiere la ruptura total. Acabar con el que no se le cuadra sumisamente. Si fuera diplomático el mundo estaría en guerra en dos días. Es una actitud muy peligrosa en un político. Porque antes o después a todo aquel que gobierna le llega el momento de necesitar apoyos. En ese momento le hacen pagar, con muchos intereses, la altanería y la crueldad de la que ha hecho gala durante tanto tiempo.