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El Instituto Nacional de Estadística cifra en 565 el número de fallecidos en Baleares a causa de la COVID-19, un 6,60 por ciento del total durante 2020. La pandemia fue la principal causa de muerte en las Islas, aunque su incidencia fue una de las más bajas de todo el Estado. Todo este conjunto de datos da cuenta matemática de la dimensión del drama humano que ha vivido la sociedad balear y del que tardará en recuperarse. El goteo de óbitos durante meses ha marcado a muchas familias. Las vacunas y su distribución han logrado, en buena medida, contener las dramáticas consecuencias de muchos contagios. Es un efecto que está lastrado todavía por el porcentaje de ciudadanos que no ha querido acercarse a los centros de vacunación.

Decisiones acertadas.

El hecho de que Baleares se encuentre entre las comunidades en las que el número de fallecimientos en relación con la población sea de las más bajas confirma el acierto en la adopción de restricciones severas y su prolongación en el tiempo. Más allá de las consideraciones legales, mantener a raya la COVID-19 exigía medidas de un elevado coste económico y laboral; pero en un contexto de prioridad en materia sanitaria el margen de maniobra era, y es, muy escaso. De lo ocurrido es preciso tomar nota para definir un nuevo marco legal que permita agilizar la toma de decisiones en la hipótesis de una situación similar.

La pandemia continúa.

Los datos del INE no son, por desgracia, definitivos. El virus continúa avanzando y superando las barreras que le pone la ciencia, aunque todo indica que son las elevadas tasas de vacunación en España las que están logrando evitar los picos que se registran en otros países europeos como Alemania, Bélgica, Austria, Francia o Gran Bretaña. La nueva ola arrasa países con una tasa bajísima de vacunación. Se repite hasta la saciedad, pero no se puede bajar la guardia ante la COVID-19.