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En El hombre duplicado, el escritor portugués José Saramago anotó que «cuanto más te disfraces, más te parecerás a ti mismo». Miles de personas se ataviaron con sus mejores disfraces y disfrutaron este domingo de Sa Rueta de Palma, la gran fiesta infantil del Carnaval en Ciutat. El entorno parecía extraído de Alicia en el país de las maravillas. Como si de un sueño se tratara, en el centro de Palma los vehículos a motor fueron sustituidos por carritos de bebés, convirtiendo la ciudad en un gran patio de recreo; globos multiformes se enredaban entre sí y sobrevolaban a los presentes; melodías infantiles resonaban en los rincones y los niños no dudaban en seguir el rastro del conejo blanco que, a través de su madriguera, les condujo al infinito mundo de fantasía escondido en su imaginación.

En una soleada y cálida mañana, más propia de la primavera, la fiesta del color y la creatividad empezó a las 11 horas. Personajes de todos los universos de ficción paseaban por las calles del centro; familias de payasos o los Picapiedra al completo; soldados con un cuestionable manejo del fusil; la traviesa Pippi Långstrump, el Señor Nilsson y el moteado Pequeño Tío; princesas de todas las regiones del mundo; algún que otro Mosquetero; Son Goku y el maestro Roshi; Caperucita Roja y el temible Lobo Feroz y, como no podía ser de otro modo, muchos bebés vestidos como Baby Yoda.

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Aunque se encontrasen muchas familias conjuntadas -como bomberos, conos y señales de tráfico, la Familia Addams o los personajes de El Libro de la Selva-, en esta ocasión menos adultos se animaron a disfrazarse. Dado el agradable clima, también es cierto que muchos se encontró la fiesta mientras paseaba. En algunas zonas, como el Passeig des Born o la calle de l’Unió, a ratos no cabía un alfiler. Frente al Teatre Principal se creó un improvisado lienzo: sobre el asfalto, un cuadro que encandilaría a Pablo Picasso, trazos infantiles con tizas de colores dibujaban arcoíris y corazones, nombres garabateados, adoquines coloreados y repentinas partidas de tres en raya.

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Si alguien andaba en busca de Wally, lo podría haber encontrado disputando un reñido partido de voleibol en la Plaça d’es Mercat, donde el Insitut Municipal d’Esports montó diferentes pistas deportivas, de bádminton y hockey, donde se desarrollaron llamativos enfrentamientos entre ninjas, súperhéroes y princesas. Los niños se encaramaban a las esculturas y estatuas de la ciudad, y no podían resistirse al encanto de los globos de helio, que se vendieron a centenares. Algo parecido les sucedía a los padres, pero con las heladas latas de cerveza de los diferentes supermarket que mantenían sus puertas abiertas. «¿Y el cocodrilo?», le preguntaba apenado un pequeño león a su madre. «El cocodrilo ya se ha ido», respondía ella mientras el Drac de na Coca, acompañado por los Gegants i Capgrossos de la Sala, se alejaba al ritmo de la batucada Saravá.

En La Rambla los niños disfrutaron de diferentes cuentacuentos, como El moix amb botes o Contes de rialles, además de espectáculos de payasos y también de magia, con El pallasso Sabatot y El Mag Alexandre. Aquí y en otros espacios de Sa Rueta se montaron pintacaras y talleres de manualidades, que resultaron insuficientes, dadas las largas colas que se formaron. No solo se maquillaban los críos, sino que muchos mayores aprovecharon la ocasión.

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Tampoco faltó la música, aunque este año Sa Rueta parecía algo más silenciosa que en las últimas ediciones. La Plaça Joan Carles I fue el gran escenario, donde actuaron los grupos infantiles Mel i Sucre, Bon dia, Uapidubi o Celebra la festa, quienes encandilaron a los más pequeños con grandes éxitos infantiles como Soy una taza o Joan Petit. Por otro lado, como es habitual, una de las grandes atracciones de Sa Rueta fue el tiovivo a pedales, en Plaça Major, que también registró largas colas. Los niños alucinaron con el camión de los bomberos, y más de uno no dudó en coger el mando, y con ‘Xivi’, el bus de la EMT donde descubrir los encantos del transporte público.

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Una de las zonas más concurridas en Sa Rueta fue el Passeig des Born, donde el circo fue el indiscutible protagonista, encandilando a grandes y pequeños. El Circ Bover organizó una entretenida Marató, que se extendió hasta las 14 horas y donde hubo espacio para todas las artes circenses: malabares, espectáculos de altura, piruetas, shows de clowns, trapecios y diábolos e incluso monociclos, les mostraron a los niños todo lo que se puede hacer con el cuerpo humano con una buena dosis de disciplina y constancia. Pero no todo se limitaba a la observación, sino que podían probar su habilidad en Bambú Circ, la zona de iniaciación al circo, donde dieron sus primeros pasos con los zancos, movieron la cintura con el hula hoop o probaron de equilibrar el plato. En definitiva, un día para dejar volar la imaginación.