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Viajar aportando recursos a personas muy limitadas en su obtención, desde la zona de comodidad en Occidente. Es el late motiv que impulsó a un grupo de mallorquines a emprender una ruta por Madagascar en septiembre, a través de la que fueron donando a comunidades locales lo que recaudaron en la isla entre su círculo más cercano. El viaje comenzó a gestarse hace años. Fue una charla del también mallorquín, José Luis García, ciclista y aventurero sordo, que, a través de su proyecto Rutas del Silencio, narró su travesía solidaria por Madagascar. «Yo me quedé con la copla», reconoce Esteban Martínez. La idea era recorrer la misma ruta que José Luis para ver en primera persona los proyectos que había realizado y aportar algo ellos también.

Se apuntaron a la aventura cuatro amigos mallorquines, uno de ellos, fisioterapeuta y cooperante internacional, quien iba en búsqueda de su próximo proyecto para tratar a pacientes y enseñar técnicas quiroprácticas a sanitarios. A través de contactos con otros viajeros, llegaron a las hermanas trinitarias de Valencia, religiosas que llevan más de 40 años trabajando en la región de Antsirabe, en Madagascar. De junio a septiembre, Joan Miquel -el fisioterapeuta del grupo- atendió más de 200 visitas allí y pudo formar a los sanitarios. El resto del grupo se unió en septiembre. Habían tratado de conseguir los 2.500 euros que necesitaban las hermanas para poder habilitar un quirófano entre su entorno cercano y llegaron con casi el doble de la cuantía.

Así luce el nuevo quirófano de Antsirabe, financiado desde Mallorca.

Ruta solidaria

Ya juntos emprendieron la ruta RN7 a través de Madagascar, a través de la que fueron realizando paradas para ver de primera mano ciertos proyectos solidarios en los que invertir el remanente de lo recaudado. En un poblado, por ejemplo, encargaron nuevas mesas para la escuela.

Uno de los centros educativos visitados por los mallorquines a lo largo de la ruta.

También visitaron los tres colegios de la ONG Agua de Coco. En Ilakaka, localidad que se dedica a la explotación de minas de zafiro, el centro trata de paliar la dependencia del mineral preciado de esas comunidades; ya llegando al Canal de Mozambique, el centro asistencial de Tulear acoge durante el día a niñas que se dedican a la prostitución como método de supervivencia y contribuyen en el proyecto del religioso argentino Pedro Opeka, aspirante al Nobel de la Paz, que construyó la ciudad de Akamasoa sobre un vertedero.

Niños trabajando en las minas de Ilakaka. Los pozos de zafiro proliferan por toda la superficie, pero se encuentran en situaciones de extrema inseguridad.

El regreso ha sido duro y aún más de uno está de cuerpo presente, pero con el alma en Madagascar. Ya se plantean próximos proyectos con los que viajar ayudando a las sociedades del entorno.