Una persona se protege de las altas temperaturas con un parasol. | Ana Escobar

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¿Cuál es el impacto que está teniendo el cambio climático en la salud de las personas? ¿Quiénes son las personas con enfermedades crónicas más expuestos a las olas de calor? Algunas preguntas que vale la pena contestar. Pero ¿qué sabemos sobre el calor y sus efectos?

Sabemos que julio de 2023 se convierte en el mes más caluroso jamás medido en la Tierra. El tiempo extremo de julio es, desafortunadamente, la dura realidad del cambio climático y un adelanto del futuro. Y en esa línea sabemos que el Atlántico Norte acaba de alcanzar su temperatura más alta en la historia, y lo hace 2 días después de que el Mar Mediterráneo lo hiciera.

Sabemos que más de 11.000 personas murieron en España y 61.000 en toda Europa debido al calor en el verano de 2022, con datos desde el 30 de mayo al 4 de septiembre, lo que conlleva que ha habido un 41% más de fallecimientos atribuidos a las altas temperaturas de media que en los veranos del periodo comprendido entre 2015 y 2021 e incluso un 20% de incremento respecto a 2019. De esas 11.000 personas que murieron por el calor, 7.190 eran mujeres y 4.250 hombres. Junto a ello, el 81% que muere eran personas mayores de 80 años, que constituyen el grupo de edad más vulnerable a las altas temperaturas, 796 muertes de personas menores de 65 años y 1.466 que tenían entre 65 y 79 años.

Sabemos que las personas con enfermedades cardiovasculares o respiratorias, pulmonares, renales, gastrointestinales o incluso neurológicas, así como las que están socialmente aisladas u que son frágiles, son las que tuvieron un riesgo más alto de morir durante la ola de calor. Sabemos también que los países del sur de Europa son los que registran más muertes por el calor.

Sabemos que en términos absolutos, tres provincias acumularon el 30% de todos los fallecimientos atribuibles al calor: Madrid, Barcelona y Valencia. Si analizamos los datos en términos relativos, la situación cambia: Zamora, Ourense y Cáceres encabezan el listado, mientras que Mallorca presenta 209 muertes y una tasa de 220 por millón, un poco por debajo de la media española, con 237 muertes por millón de habitantes. Muchos fallecimientos son consecuencia del estrés térmico, un proceso de daño paulatino y sucesivo de los días de calor sobre las personas frágiles, enfermos con tratamientos crónicos e incluso niños, es decir, todos aquellos que no tienen el sistema termorregulador desarrollado o lo tienen ya en declive, como son la gente mayor.

Sabemos que las 11.324 muertes atribuidas al calor en España en 2022 superan las muertes en 2021 por cáncer de colon (11.021), cáncer de páncreas (7.663), de mama (6.614) de próstata (5.889), de hígado y vías biliares (5.066), de estómago (4.838), o de la vejiga (4.464). El calor es uno de los factores ambientales que tiene mayor impacto sobre nuestra salud. La combinación de altas temperaturas y elevada humedad relativa que se da en la costa es letal para la salud, como ocurre en las Islas Baleares.

Sabemos que España fue el tercer país europeo con una mortalidad más alta por calor en 2022, solo por detrás de Italia y de Grecia, siendo 176 la media europea. Mayo de 2022 fue el más cálido de los últimos casi 60 años, según la AEMET, el mayo más cálido del siglo XXI y el segundo de la serie histórica. Se superaron los 40 grados en algunas zonas y se batieron varios récords de temperatura máxima para la primavera. Además, julio fue el mes de mayor aumento de la mortalidad, casi un 33% y se notó sobre todo entre las personas mayores de 75 años. Y además hubo 123 golpes de calor (frente a los 47 de 2019).

Sabemos que la relación entre el cambio climático y la salud, además de con las olas de calor, se manifiesta con el aumento de insectos vectores como garrapatas y mosquitos y la propagación de zoonosis.

Sabemos que se debería adaptar el sistema sanitario al cambio climático y ofrecer recomendaciones anticipadas a los pacientes; y, sobre todo, lograr que la información no solo vaya a los pacientes (que podrían recibir una atención personalizada y adecuada en cada momento del año), sino también a los profesionales de la salud, que deberían tener información de los pacientes más vulnerables según las condiciones meteorológicas y su enfermedad.

Sabemos que si no se adoptan nuevas medidas de adaptación al aumento de temperaturas, las muertes anuales por calor en Europa superarán las 120.000 en 2050.

Sabemos que las medidas a poner en marcha podrían empezar con hacer un censo de las personas más vulnerables al calor, como las personas mayores que viven solas, y vigilarlas de manera activa durante episodios de calor extremo, ya que las personas con patologías previas pueden descompensar sus patologías. Además de a los más frágiles, el calor extremo también mata a los más pobres, ya que la población con bajos ingresos tiende a no usar mecanismos de refrigeración aunque sufran. En esta misma línea, es necesario mejorar los sistemas de alerta ante olas de calor, basándose no solo en criterios meteorológicos como hasta ahora, sino de manera más personalizada en función de la edad, el sexo, el estado de salud o el lugar de residencia de los ciudadanos.

A más largo plazo, es imprescindible plantear actuaciones arquitectónicas y urbanísticas para adaptar las viviendas y las ciudades al calentamiento derivado del cambio climático que permita refrescar las ciudades y combatir las consecuencias que tiene en la salud de las personas unas elevadas temperaturas que cada vez serán más frecuentes. Salvo excepciones, las ciudades están llegando tarde a trabajar de forma seria y responsable el tema del calor, ya que es urgente que se creen muchas más zonas verdes e islas de refresco, para mitigar las consecuencias de las altas temperaturas. Así, las ciudades necesitarán planes de emergencia climática.

El calentamiento global y la crisis climática provocan olas de calor cada vez más intensas, siendo cada año más frecuente que los picos térmicos se produzcan más veces y durante más días. Una tendencia que se agrava cada año y que hace que los veranos sean cada vez más extremos.

Es evidente que falta más concienciación sobre los riesgos asociados al calor. Muchas personas de salud frágil mueren en verano sin que se tenga conciencia de que el factor que ha desencadenado la muerte es el calor. Es evidente que las medidas actuales para proteger a la población de las altas temperaturas son insuficientes. Hagamos planes ante la emergencia climática.