Durante el viaje los voluntarios mallorquines vivieron situaciones entrañables.

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La Fundación Escribano, con sede en Palma, está comprometida con el pueblo ucraniano desde el inicio de la invasión rusa. Este conflicto, que afecta desde entonces a la economía mundial y, en particular, a la europea, ha conmovido a las personas, lo que ha hecho que se movilizaran en todos los rincones del planeta, aportando a los damnificados donaciones, tanto económicas como materiales.

Pues bien, con este pretexto, la Fundación Escribano organizó su primera caravana solidaria en abril de 2022. Entonces, en furgonetas, transportaron alimentos y medicamentos (comida envasada, medicina, mantas, comida para perros y material veterinario, etc.) a puntos cerca de la frontera polaco-ucraniana. En octubre del año pasado promovió otro viaje. Esta vez, los expedicionarios realizaron las compras in situ, acompañados por la asociación de la localidad polaca de Nowy Sacz, Stowarzyszenie Nowosaaadeckie Serducho, presidida por Mónica Pogwizd. Desde entonces, se han donado unos 21.700 € en aportaciones particulares y de empresas.

Seis voluntarios

En este último viaje se iba a emplear una donación de casi 6.000 € donados por la Fundació La Caixa y particulares. Estaba previsto realizar la compra en Polonia y cruzar a primera hora de la mañana la frontera. Los seis voluntarios de la Fundación Escribano, Javier Escribano, Beatriz Hidalgo, Rosa Espinosa, Marta Torrens, Susana Reoyo y Tony Carbonell, partieron el 28 de abril con destino a Cracovia donde pasaron la primera noche. La mayor parte del 29 de abril la destinaron a la compra de alimentos y materiales de menaje que entregaron en diferentes internados de discapacitados físicos y psíquicos de Ucrania, además de otra parte a refugiados ucranianos que suelen deambular por la frontera, a los que acogen diferentes organizaciones anónimas, y muchas veces por personas independientes que se entregan en cuerpo y alma en ayudar a los demás.

«Durante esta jornada –sigue Javier Escribano contándonos este tercer viaje–, pudieron entregar alimentos en un centro de refugiados de la localidad de Jaroslaw, (Polonia). El recibimiento fue extraordinario, ya que más de una treintena de personas se agolparon para conocer a los voluntarios de la Fundación, con los que se hicieron selfies, provocando escenas divertidas, así como bailes improvisados. Nos llamó la atención ver que la mayoría de las familias eran monoparentales, puesto que los hombres, que tienen el deber de defender su tierra, se encontraban en el frente».

Ya en Ucrania

Tras esta parada se dirigieron al Monasterio Dominikana, de Jaroslaw, donde pasarían la noche antes de cruzar la frontera, cosa que hicieron al alba. «Este centro dominicano ha abierto sus puertas a más de 900 refugiados –Escribano prosigue con su relato–, a la vez que cohabita junto a una treintena de familias ucranianas que trabajan en sus instalaciones, además de proporcionar educación a los niños». Tras la salida del sol, se dirigieron a la frontera polaco-ucraniana, junto a la furgoneta que transportaba el alimento, que conducía Kasia, una voluntaria polaca que conoce muy bien la tensión en los controles y domina la carretera como ninguna.

«Rusana, que es otra voluntaria de la organización Serducho, realizó los trámites de forma ágil y la condición humanitaria del convoy facilitó el acceso. Tras cruzar la frontera, nos detuvimos para comprar tarjetas SIM del país, pudiendo observar la actividad militar, llamándonos la atención el gran despliegue que había en esta área del este ucraniano. La primera parada fue en el Bukivs’kyy Dytyachyy Budynok Internat, un centro exclusivo de mujeres que atiende a más de un centenar de enfermas. En él, el impacto fue brutal. La primera impresión, tras descargar la furgoneta, fue la de que habíamos llegado a un lugar apacible en medio del campo, aunque la realidad era otra muy distinta, ya que tras sus paredes de color calabaza, existía un drama. Sin embargo, la amabilidad y cariño de las internas fue maravilloso. Junto a su director, Mykola, visitamos las instalaciones, llamándonos la atención las habitaciones, muy bien ordenadas, y el resto todo muy limpio, especialmente las cocinas donde las internas se hacían su propia comida. Posiblemente el momento más divertido de viaje fue el del ‘pintauñas’ entre internas y voluntarias... Sí, fueron instantes inolvidables».

En el cementerio

La siguiente parada la hicieron en un internado masculino de Rozdol. «Allí, según pudimos ver, las condiciones eran mucho peores que las del anterior, a pesar de que los pacientes con parálisis estaban bien acondicionados, mientras que el resto de los internos iban de un lugar a otro en completa armonía. Fue muy impactante ver cómo Julia, su directora desde hacía pocos días, quería gestionar el centro de una manera diferente, incluyendo talleres y abriendo un gimnasio que utilizarían los que vivían allí, cada cual como pudiera».

Tras estas visitas, los mallorquines se desplazaron a la capital cultural de Ucrania, Leópolis, lugar que ha sido objetivo de la artillería rusa, por lo que vive con cierta calma tensa el día a día. «Nada más llegar, pudimos observar, y en cierto modo vivir, la experiencia de la multitud de controles militares que encontramos a nuestro paso, así como las pequeñas montañas de sacos terreros que ocultaban las ventanas de los edificios oficiales. De vuelta a Polonia, visitamos un cementerio en donde hay un lugar destinado exclusivamente a enterrar a los militares caídos en combate. Las banderas ucranianas que ondeaban con fuerza nos recordaron que dejábamos atrás una tierra ensangrentada».

La intención de la Fundación, señala Escribano, es volver a finales de año para llevar su ayuda lo más cerca posible de la línea de combate. «Queremos, en la medida de lo posible, empezar a reconstruir la vida de los más afectados por esta inmunda guerra».