David suele pasarse por el comedor entre las seis y las ocho de la mañana. | Click

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Hacía tiempo que no nos pasábamos por Tardor. Y si esta vez lo hicimos fue porque a donde íbamos, el comedor social estaba en el camino. Así que entramos… Era temprano –las nueve menos cuarto de la mañana marcaba nuestro reloj–, y allí, entre fogones, estaba David Carmona Campos, chef del Puro Beach Illetes. Y estaba haciendo la comida del día para unas 300 personas, parte de las cuales pasarían a buscarla en sus correspondientes tapers entre las 12 y las 14 horas,    alineándose una tras otra sobre la acera, formando lo que se conoce cómo ‘la cola del hambre’, mientras que el resto se repartiría entre los dos llars que ha fundado Tardor, Inge, en General Riera, y Kurt, en el Polígono de Son Castelló.

Los nuevos de la cola

David, que se hizo cocinero trabajando con Jacinto del Valle en el restaurante Porto Pi, luego asistiendo a cursos en la Escuela Fray Junípero Serra, y más tarde con Koldo Royo, suele ir a trabajar a Tardor entre las seis y las ocho de la mañana, «unos días vengo yo, y otros algunos de los cocineros que formamos Ascaib, asociación creada por Koldo. Y venimos aquí, como, por ejemplo, vamos también a Es Pinaret, donde hemos impartido clases de cocina a los chavales de allí, como también hemos colaborado durante un año con Zaqueo. Y seguiremos yendo allá donde nos llamen. Y eso lo hacemos en horarios que no interfieren nuestro trabajo diario, unos en restaurantes, otros en hoteles».

Con Tardor, concretamente, hace tres años que colaboran. «Y como en Ascaib seremos unos veinte chefs, cubrimos gran parte de las necesidades en cuanto a cocina de este comedor, al que echamos una mano con gusto, como hacemos allá donde vamos».

Para David, la labor de Tardor, igual que la de otros comedores sociales, es de lo más encomiable, «ya que dan de comer a personas marginadas, y de un tiempo a esta parte a quienes, a causa de la crisis y la inflación que padecemos, que se ha traducido en que si antes lo que cobran cada mes les era suficiente, ahora no les basta para hacer frente a los gastos de alquiler, luz, comida… De ahí que algunas de ellas vengan aquí un tanto cortadas al verse en esta situación… Al verse en una ‘cola del hambre’ en la que jamás hubieran imaginado estar, pues se han pasado cuarenta años de sus vidas trabajando y cotizando para quedarse con una pensión digna con la que vivir, pero que ahora no les alcanza. Por eso vienen…».

Por qué son invisibles

Y en cuanto a los marginados, o sin techo, pues tampoco David entiende cómo no se hace más por ellos, «pues muchos, por no tener, no tienen nada, ni si quiera una paga de 400 euros, ni siquiera el más humilde de los techos bajo el cual guarecerse del frío y de la lluvia en invierno…».

Pues es muy fácil de entender, le decimos... Como son personas que no cotizan, y muchos de ellos no votan, pues para los políticos son personas invisibles. Como si no existieran. Además –seguimos contándole–, dicen los políticos cuando les hablas de ellos, que hay instituciones a donde ir a dormir, pero no les dicen que, o están llenas, o que la vida no es fácil en esos lugares debido a la diversidad de personas que ocupan sus plazas, algunas enfermas, otras pilladas por la droga o el alcohol… O por ambas cosas. Y en cuanto a lo de no cobrar, pese a las ayudas que hay… Pues muchos    no cobran porque no saben qué tramites han de resolver para conseguir esa paga; si les dan un teléfono para que llamen, nadie contesta; si les dan un email resulta que, o no tienen móvil, o no saben utilizar Internet… Y ese conjunto de decepciones les hace entrar en un bucle que los llevará a la más absoluta e irreversible de las soledades.

David escucha, y seguramente ahora entiende por qué los marginados están cada vez más marginados… «Pues visto lo visto, no estaría de más –dice– que los políticos se dieran una vuelta por los comedores sociales y hablaran con las personas que vienen a buscar comida y que observaran sus caras… Tal vez se preguntarían en qué hemos fallado. Porque no es normal que cada vez haya más gente en estos lugares, incluso personas que han cotizado toda su vida para tener una vejez feliz… Y por supuesto, que también pasaran un par de días en esos albergues para conocer sus carencias… Y volviendo a los comedores sociales, además de servir comida, son locales que sufren inspecciones, sean de sanidad, trabajo, etc., como cualquier otro negocio… Porque, a pesar de la labor social que están llevando a cabo, lo de quedar exentos o de gozar de ciertos privilegios por ello, nada de nada. Por eso, que pasen y conozcan de primera mano esa realidad, que por lo que estoy viendo nada tiene que ver con la que ellos conciben».   

David le da la vuelta a lo que hay dentro de la gran olla, luego, tras echar un vistazo a su reloj de pulsera, pone la tapadera para que hierva bien, y pasa a la mesa de aluminio que está junto a los fogones, y se pone a cortar pimientos verdes.   

«Y tampoco estaría de más –prosigue–    que hoteles y restaurantes enviaran los restos de las comidas a estos comedores, en vez de tirarlas a la basura, cosa que va a más, pues cada vez los controles de calidad son mayores lo que hace que mucha comida que se compra se eche a perder».

Pues dicho queda.

Tres motivos

Terminada la conversación con David, este nos presenta a tres jóvenes que están preparando y distribuyendo la comida en tapers que cada medio día se entregan en la ‘cola del hambre’, además de los que se llevan para quienes viven en los llars Inge y Kurt. Es un trabajo monótono, pero que requiere buena atención y saber calcular a ojo, y a peso, a fin de que las raciones sean iguales.

«Ellos son franceses, para más señas estudiantes de Comercio en la Escuela Escelia, que con sedes en muchas ciudades del país vecino», nos explica Carolina Sanders, que acaba de unirse a nosotros.

Uno de ellos, chapurreando el español, nos dice que dentro del programa de estudios de Comercio de la citada escuela, se contempla el tener que viajar a comunidades del país que decidan por tres motivos: para hacer una obra social, como en este caso preparar la comida a unas trescientas personas distribuidas en dos grupos, las que acuden a diario a dicho comedor, y las que llevan a los dos llars mencionados; conocerse mejor entre ellos, pues los alumnos, como hemos dicho, pertenecen a escuelas ubicadas en distintas localidades francesas; y familiarizarse con el idioma del país que han elegido para hacer estas prácticas, en este caso el español, que ya empiezan a chapurrear… Unos más que otros.

Ni que decir tiene que los tres están muy a gusto con la experiencia que están viviendo –suponemos que les pasa lo mismo a los otros cuatro compañeros que seguramente están en otro comedor–, pero también sorprendidos por la mucha gente que acude a Tardor a por comida.