El maestro Dong Laoshi imparte clases de caligrafía en el Centro Educativo Huayue.

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Migrar, empezar una vida lejos del hogar, asentarse, formar una familia y conservar la identidad cultural, los lazos de unión con el pasado, no resulta algo sencillo. Inaugurado en 2015, en el barrio de Pere Garau se halla el Centro Educativo Huayue. Además de acercar la cultura china a los ciudadanos, allí centran sus esfuerzos en que los niños y jóvenes de ascendencia china que viven en la Isla no pierdan sus raíces. «No queremos que los niños nacidos en la Isla pierdan sus raíces. Vienen los fines de semana para estudiar su cultura y también el idioma. Aunque tenemos más de ochenta dialectos, aquí enseñamos el oficial común, chino mandarín», explica la fundadora de la escuela, Xialin Liu (1990), llegada a la Isla hace ocho años tras estudiar Filología Hispánica en Qingdao, que ejerce de traductora en este reportaje.

Y, entre las materias fundamentales impartidas en Huayue se encuentra el aprendizaje de la escritura y lectura de los caracteres chinos. El maestro Dong Laoshi (1953, China) ha dedicado su vida profesional al diseño de carteles publicitarios en China. Amante del arte y afincado en la Isla desde hace siete años, ahora enseña el ancestral arte de la escritura todos los fines de semana, una escritura que va más allá del lenguaje. «La escritura china no es solo una herramienta de comunicación, sino una forma de expresión. Si observas los trazos con atención puedes llegar a conocer los sentimientos del calígrafo. La caligrafía es un arte en China. Desde los pictogramas hasta los ideogramas, como sucede con las personas, cada caracter posee su propia belleza», afirma el maestro, quien se considera un calígrafo muy perfeccionista.

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Laoshi compara la caligrafía con la construcción de un edificio y, a partir de componentes elementales, se aborda el estudio de caracteres compuestos, «los trazos y puntos son los materiales, se deben colocar en un orden y lugar concreto. Cuando detectas el trazo más importante, el resto son más fáciles de identificar. Cada punto y cada línea tienen un sentido», explica Dong, que destaca la naturaleza gestual y rítmica del arte. «Solo hablo chino en casa, con mis padres. Aquí he aprendido a escribir y también a hablarlo mejor», explica Yan Xuan, de solo 11 años, un alumno del colegio Santa Mónica que llegó a Mallorca con dos años.

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«Yo les enseño la metodología, los trazos básicos, y cada alumno desarrolla su estilo», explica el maestro, cuyo método persigue el desarrollo artístico de sus pupilos: «De forma tradicional, la caligrafía se ha enseñado a través de la copia de carteles de calígrafos famosos y reconocidos; yo quiero inspirarles a la creación. La caligrafía no se reduce a la escritura, sino que persigue el arte, la belleza, y la adquisición de nuevos conocimientos, que después pueden utilizar en su día a día. Cualquier teléfono u ordenador puede escribir bonito y comunicar, pero no expresa nada a nivel artístico», sostiene el maestro, para quien «el estudio y dominio de la caligrafía es un camino muy largo, que dura toda la vida», y, con él, no solo se aprende a escribir, sino también a conocer el propio espíritu.

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En el Centro Educativo Huayue no solo enseñan el idioma y la cultura china a los niños, sino que ayudan a sus compatriotas recién llegados, tanto enseñándoles una base de español como auxiliándoles con los trámites burocráticos. Una lucha por romper la barrera del idioma. Además, tal y como explica Xialin, el centro es un espacio de intercambio cultural, «tenemos alumnos de 3 a 88 años. Es curioso, porque varios abuelos jubilados que viven en el barrio vienen cada semana y me dicen que, aunque sean mayores, quieren seguir estudiando».