Residente en Mallorca, Txus Algora es el responsable de la mayor base de datos sobre ‘pinballs’ de España. | Pilar Pellicer

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La cultura popular es un fiable observatorio del ser humano. Los grandes fenómenos sociales suelen dar con sus huesos en el panteón de la cultura popular, su encumbramiento puede ser efímero o extenderse durante generaciones. Al ‘fenómeno’ pinball, para variar, llegué en un buen momento. Corrían los años 80… cardados, hombreras, maillots, vaqueros Fiorucci, Sabrina Salerno y aquellas tremendas antologías musicales sonando a todo trapo en el walkman. Si cierro los ojos aún puedo escuchar el sonido metálico de los pinballs, auténticas máquinas de nostalgia. Con todo, aquella época coqueta, festiva y ambigua no fue ni de largo la mejor etapa de este divertido engendro, integrante del paisaje habitual de bares y recreativos. Hablamos de ello a continuación, pero antes permítanme una breve licencia...

El otro día, mientras aguardaba mi turno en un comercio, escuchaba a dos chavales de apenas veinte años. Charlaban sobre videojuegos. Pude oír como se mofaban de los salones recreativos de antaño, los destrozaron sin piedad, y lo cierto es que sus argumentos no estaban exentos de razón –lo cual no hubiese impedido que, en otro siglo, les hubiese citado a un duelo al amanecer–. Pero permanecí en silencio y conté hasta diez. En fin, por mucho que me repatee el hígado, hay que reconocer que el ‘dúo sacapuntas’ tenía razón. Técnicamente, no hay color entre los videojuegos de los ochenta y las maravillas que se facturan hoy en día, pero el pinball juega en otra división, carajo, –pensé para mi descargo–. Y así es.

El origen

Hay quien sitúa su período de efervescencia entre las décadas de los 70 y 80, pero lo cierto es que mucho antes ya creaba furor. «El pinball (clavo-bola) lo inventan los americanos durante la guerra de la Independencia al reconvertir el Bagatelle, una variación del billar, en un juego de azar donde el jugador se limita a poner las bolas en juego que van cayendo por el campo rebotando en los clavos para obtener una puntuación. Con este formato llega a España en el siglo XIX, pero aquí se denomina billar romano o billar automático», explica Txus Algora, autor del libro Bola extra y responsable de la mayor base de datos sobre pinballs de España.

Su afición por este juego que comenzó a declinar con la llegada «de las consolas y los juegos de ordenador», nace en «el verano del ‘82 cuando llego a Ibiza con mi familia y, a falta de amigos, pasaba el tiempo entre la playa, la biblioteca y un salón recreativo que había en Vara del Rey que tenía un montón de pinballs», detalla.   

Hoy los pinballs son auténticas rarezas, destinados a coleccionistas que disponen del presupuesto para comprarlos y mantenerlos. «Además de algún pub, bolera y salón recreativo de centro comercial, no es fácil verlos en explotación». Un pinball nuevo «ronda entre los 6.000 y 10.000 euros», por contra «los de segunda mano varían mucho y ha habido casos en los que algunos modelos han superado los precios de los nuevos, pero bueno, normalmente se mueven entre los 500 y 5.000 euros, dependiendo del modelo y de su estado», explica Algora, quien hace 25 años se compró su primer pinball «y desde entonces siempre he tenido alguno en casa».

Pero, ¿dónde podemos encontrar uno en Mallorca? Según Algora, quien cuenta con el sostén del Museo Recreativo de Jaén –entidad que se está posicionando para crear el mayor museo recreativo de máquinas del mundo–, en Mallorca está complicado ‘echar unas bolas’... «Creo que quedan algunos pinballs en salones recreativos de zonas turísticas que solo abren en verano, y también en hoteles con su propia zona recreativa».

 Quizá su presencia sea residual, y puede que, al calor del imparable avance tecnológico, la figura del pinball pase a ser un brumoso recuerdo del pasado... pero de la misma forma que me gusta más la música, cómics y películas de los 80, formatos en los que gasté la mitad de mi adolescencia, ninguna maquinita con deslumbrantes gráficos podrá borrar aquellas tardes de sábado quemando monedas de veinte duros en los recreativos. Tristemente, algunas cosas geniales de la vida no perduran, pasó con el Concorde, las cassettes, el boletín de Discoplay, la Bola de Cristal, las chaquetas de Sonny Crocket…