Tolo Jaume frente a la puerta de las Hermanitas de los Pobres. | Click

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El doctor Bartolomé Jaume, médico y expolítico –a quien los amigos y conocidos llamamos Tolo y si mal no recordamos fue director general de Sanitat cuando lo de la Ley antitabaco-, al fallecer, no hace mucho, su madre, Francisca Roig Alomar, se ha quedado solo… Aunque realmente no lo está, pues tiene familiares, amigos, y desde hace unos meses una pequeña, pero gran familia. Nos referimos a las personas que viven en las Hermanitas de los Pobres, «además de las monjas que velan por ellas», nos dice.

Voluntario

Estamos sentados en la terraza de un bar, en la Plaça de Santa Pagesa. Tolo viste de negro, sombrero incluido. «Para mí ha sido una bendición que las Hermanitas de los Pobres me abrieran sus puertas para poder aportar mi granito de arena como voluntario. Porque cada uno aporta lo que puede, ya sea tiempo, dinero, comida… Y yo soy uno de ellos. Y haciendo lo que hago –añade–, no recibo el 101 por cien, como dice el Evangelio, sino el 1001 por ciento. Porque poder ayudar en la portería, o sirviendo comidas, o acompañando a las personas residentes con problemas de movilidad o de memoria, me ha hecho muy llevadera la pérdida de mi madre. Por eso, ya digo: Solo quien es voluntario sabe lo que se recibe de tanta buena gente, en este caso de las Hermanitas, de los trabajadores de la casa, de los residentes… Y todo cuanto recibes, te hace sentir uno más de esa familia».

La vida de Tolo, desde el fallecimiento de su madre, se resume en ir casi diariamente al cementerio, a misa en San Nicolás, a pasarse por la Hermanitas de los Pobres… Es una vida muy sencilla, pero en la que se siente muy feliz.

Pese a todo, no se siente solo

«Sí, por eso y por haber podido cuidar a mi abuela, tías-abuelas, a mi padre, la casa y recoger el último aliento de mi madre, me considero un privilegiado. Porque gracias a su trabajo y esfuerzos –se refiere a sus padres–, hace 14 años pude apartarme de las obligaciones laborales para dedicarme, tras morir Catalina a los 102 años, a cuidar a mi madre, que estuvo lúcida y fue independiente hasta que se durmió en mis brazos, en agosto pasado, a los 96 años. Pues, pese a que para mi está siendo durísimo el golpe, ya que todos los miembros de mi familia han muerto, no me siento solo, porque como creyente que soy, sé, sin ninguna duda, que mi madre ya está en el cielo de los justos con todos sus seres queridos. Por otra parte, tengo una ‘familia de roce’ que, igual que hicieron con mi madre, me ha acogido como uno más de los suyos. Y además, tengo a los vecinos, amigos, e incluso los inquilinos, que se están portando como ángeles dejados por mi madre, pues no solo me cuidan virtualmente a través de chats, sino que también lo hacen con sus oraciones y con sus tapers con bendita comida, que recibo con gusto. Soy buen cocinero –reconoce–, pero ahora, dadas las circunstancias, estoy un tanto stand by, por lo que ¡bienvenidos sean esos tapers».

«Creo en la resurrección»

En realidad, más que una entrevista, nuestra conversación se ha convertido en un soliloquio… Es como si Tolo estuviera pensando en voz alta, expresando lo que siente en estos momentos. «La fe me ha ayudado a fortalecer mi alma, y aunque el corazón está solo, el alma está más entera que nunca. Yo creo en la resurrección».

Tolo, con su madre, Francisca Roig Alomar, con la que estuvo a su lado, incondicionalmente, hasta el día que falleció, meses atrás.

A continuación nos habla de su madre. «Era una persona sencilla, humilde, trabajadora, que nunca me pidió nada, ni se quejó de nada. Era como lo que en España conocemos por buena gente… –le notamos que se emociona cuando habla de su madre–. Poder haber estado con ella en el momento de mi nacimiento –prosigue–, que fue el día de Reyes, oírla decir «eres el mejor regalo que Dios me ha mandado», y poder haber recogido su último suspiro, que es muy duro, pero a la vez muy especial. Por todo eso, doy gracias a Dios... Por haberlo permitido».

«No soy un beato»

Tolo confiesa no considerarse un beato, «sino una persona devota. Rezo diariamente el rosario en recuerdo de mis seres queridos, asisto a misa para recibir la Sagrada Eucaristía, rezo el Ángelus como hacía mamá, y lo rezo por la Madre de Dios y también por las madres que moran en el cielo y viven en la tierra, y muy especialmente por las gestantes, puesto que creo que hay que defender la vida desde el mismo momento de la concepción».

Ya, casi en la recta final, afirma que está «totalmente de acuerdo con la iniciativa legislativa referente a que los padres puedan desheredar a los hijos que les han maltratado en su vejez. De hecho, mi madre quedó marcada por el hecho de una amiga que desheredó a su única hija por haberla metido y abandonado, como le dijo, ‘como un perro’. Por eso, espero que esta ley prospere».

Por último, confiesa que «si yo nunca he juzgado la vida de nadie, pido el mismo respeto para mí. Yo llevo el duelo como creo: me gusta ir a visitar la capilla familiar, llevar luto como quiera y el tiempo que crea. No tengo la menor duda de que el tiempo amortigua el dolor, pero a mi madre y a mis familiares no los olvidaré jamás». Y añade: «Cuidando a mi madre, y ahora a la gente mayor, he vivido una parte del cielo en la tierra». Y apostilla: «Como bautizado me consta que somos corderos, a veces entre lobos, por lo que tenemos la fe muy fuerte con el fin de hacer apostolado, es decir, ayudar a los demás».

¡Ah, bueno…! Añadir otra cosa más: Tolo se está preparando física y espiritualmente para realizar dos viajes: el tercer Camino de Santiago, esta vez solo, y una peregrinación a Tierra Santa.