Fanny Aguiló Quintero, con su amazonas aesiva. | Miquel A. Cañellas

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Enseñar a los loros a ser loros. Esa es la premisa del trabajo de Fanny Aguiló Quintero (Marratxí, 1971). Maestra en Educación Especial, cambió la enseñanza de niños a estas aves exóticas. Con un interés creciente de la población por estas especies, Fanny enseña a loros y propietarios a adaptarse al nuevo entorno, corrigiendo comportamientos y entrenando hasta conseguir resultados impresionantes: algunas de sus cotorras o amazonas son capaces de realizar puzzles y encestar canastas. Ella advierte: «Tienen la edad mental de un niño de tres años».

Sin duda, uno de los mayores atractivos de esta ave es su capacidad de imitar cualquier sonido, desde el abrir de una puerta a canciones que suelen escuchar. Algo, que también da problemas: «Al principio te puede hacer gracia que imite el sonido del whatsapp, pero lo repiten incansablemente durante días», remarca la experta. De hecho, una de sus sesiones más demandadas es la regulación de sus parloteos, a veces, descontrolados y muy molestos de soportar. «Lo más difícil es tener que decir a los propietarios que el loro está mal porque ellos no están haciendo las cosas bien», remarca Fanny. De no seguir las estrictas pautas de cuidado que requieren, las horas de sueño, la dieta, el contacto social y hasta la forma de presentarle la comida (que, recomienda, mediante enriquecimiento ambiental) pueden provocar el llamado picaje -cuando el loro se arranca las plumas por estrés-, agresividad o diversos problemas de salud. Problemas que ayuda a entender y resolver, mano a mano con los dueños.

En un mundo de no parar, adquirir un loro requiere de pausa, paciencia y compromiso a largo plazo -tienen una esperanza de vida de más de 50 años-. Adoptar una de estas especies abre la puerta a nuevos cuidados y lenguajes que, a pesar de lo abrumador que puede resultar en un principio, «engancha. Quien tiene loro no acaba solo con uno», asegura ella. Eso sí, cabe tener siempre en cuenta su sustento económico: la compra de un ejemplar varía, según la especie, entre los 50 € de un agaporni a los 1.000 € en adelante, y su cuidado asciende a unos 150 euros mensuales.

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Fanny Aguiló, con sus loros. Foto: Miquel Àngel Cañellas.
Cuatro aratinga solstitialis (cotorras del sol) en casa de Fanny.

Entrenamiento

Otra parte importante del trabajo de la coach es el entrenamiento, adiestrar al loro para adquirir distintas habilidades: «Son capaces de tomar decisiones y razonar, dependiendo de sus necesidades». Tras repetidas sesiones, colocar aros en un palo vertical o tocar fichas del color que se le indica y realizar vuelos dirigidos: «Empezamos por entrenamiento de tipo veterinario, para que sepan levantar las alas cuando el veterinario marque el comando». A esta primera fase le sigue el entrenamiento de manejo -que el loro sepa subirse a la mano cuando se le diga, algo que a pesar de parecer fácil supone cierto riesgo: de no interpretar su lenguaje corporal, el ave puede sentirse amenazada y recurrir al picotazo, siendo capaz de arrancar un dedo. Saber entenderlos, y que te entiendan, es todo un arte, con múltiples beneficios.

El último eslabón del proceso de entrenamiento es la parte cognitiva, proporcionando al loro destrezas para realizar juegos de inteligencia (como colocar aros en un palo vertical o tocar fichas del color que se le indica), que le sean útiles: «Con un ratito de 15 minutos al día, conseguimos estimular sus capacidades intelectuales y pasárnosolo bien jugando, loro y propietario», detalla. Nuevas terapias en la Península, como la que realiza el experto Óscar Vadillo en Andalucía, relacionan el contacto entre loros y niños con un incremento de la autoestima, disminución de ansiedad y depresión, mejora del sentido de la responsabilidad y aumento de la atención. Fanny apuesta por importar esta tendencia a la isla, creando talleres con especialistas para acercar estos pájaros a niños con autismo. Tiene claro que «si el loro es capaz de hacer este tipo de cosas, que no están en su conducta innata, todos somos capaces de aprender».

El apunte

Cómo tocar un loro con garantías

Con semejantes colores y esa simpatía, apetece acariciarlos. Sin embargo, «un loro no es un perro», subraya Fanny. Aunque de polluelos se les puede tocar y manipular para adquirir su confianza, al madurar y convertirse en adultos -al cumplir entre uno y cinco años, dependiendo de la especie- es vital evitar tocarles las alas, la cola ni el cuerpo, pues la caricia en estas partes les excita sexualmente y entienden al dueño como su pareja reproductiva, rejungitando su comida para ella y esperando una respuesta que nunca llega. Para esquivar la depresión a la que ello les deriva es imprescindible tocarles solo la cabeza.