Juan Ignacio Blanco Pérez la mañana en que le encontramos en su asentamiento, ubicado en el parque de sa Feixina. Todo lo que veis es lo único que tiene. | Click

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Juan Ignacio Blanco Pérez, nacido en la calle Santa Rita, de Palma, vive temporalmente en uno de los laterales de sa Feixina, el que está más cerca de sa Riera, con lo poco que tiene: un colchón que reposa sobre el asfalto, un carrito de supermercado y bolsas de plástico conteniendo ve tú a saber qué, además de tapas de cartón repletas de colillas. «¿Fumas tanto?», le preguntamos, extrañados por la cantidad. «No son colillas mías –contesta en lo que se pone una camiseta–. Son colillas que la gente tira al suelo y que yo recojo, porque el suelo no es lugar para que estén… Claro que aquí tampoco hay muchos ceniceros ni papeleras…». Durante el paseo que nos lleva hasta el bar, para que se tome un café con leche con algo, y a charlar, nos dice que pesa 140 kilos, 50 más de los que pesaba, y que eso es debido, entre otras cosas, a la ansiedad de estar viviendo en estas condiciones, en la que apenas se alimenta, y a la medicación que –dice– le han dado los psiquiatras que le han tratado debido a la depresión que atraviesa, motivada por cómo vive y por los problemas físicos que ha tenido a raíz de una rotura de tibia y peroné, «a causa de que se me cayera sobre la pierna media tonelada de cristal, y que con el paso del tiempo, como veía que no se me arreglaba, me afectó mucho, tanto en el cuerpo como en la cabeza… Porque la medicación psiquiátrica continuada, te llega a hacer mal, así que la he dejado. Por otra parte, tengo tendinitis, que al impedirme coger según qué cosas, se convierte en otro problema, pues mis ingresos son a través de la chatarra, que tengo que ir a buscar donde la haya, traerla a donde esté viviendo, y luego irla a vender a un sitio del Polígono, donde te pagan una miseria. Y todo lo hago a pie, tirando del carrito cargado. ¿Se imagina usted lo que es eso con tendinitis? Porque si no vendo chatarra, no como, y para venderla la tengo que llevar hasta allí... Y hay días que no puedo con mi cuerpo».

Luego, ya sentados en el bar, nos sigue contando sus desgracias, a veces entre sollozos, «porque son muchos los problemas que tengo… Porque, además de lo dicho, añada la taquicardia e insomnio que padezco... ¡Ah!, y que tengo los pies planos… ¡Y qué se yo cuantas más! –se echa a llorar, golpeándose el pecho– ¡Pero es que mire cómo estoy…!». Más tarde nos cuenta que habitaba una casa que le había cedido su padre, que vive separado de su madre, pero como alguien le robó la bolsa que contenía las llaves, y como no tiene otras, no puede entrar. Por eso se ha tenido que buscar la vida en el parque. Tras escucharle, le animamos a que, cuando menos, dé parte a la policía de lo que le ha pasado, o si no, que le acompañe a su casa y ver que solución encuentran… Porque seguir viviendo donde vive, lejos de amainar su situación, la empeora.

«Me dicen que me esconda»

«Por aquí, a veces, viene la policía…. ¿Y sabe qué me dice? Pues me dice que no me deje ver mucho, que por aquí pasan turistas y que cuanto menos se me vea, mejor… ¿Y qué hago yo, si no tengo otro sitio dónde estar? También, a veces, pasan algunos niñatos fumando y tirando las colillas al suelo, y que al verme se ríen de mí. Y si les digo que no tiren las colillas, peor, pues me insultan… Porque ya ha visto usted las colillas que llego a recoger a nada que me pongo un rato…». Aunque confiesa que tiene DNI y que ha votado, se siente invisible ante las autoridades «que podrían ayudarnos a quienes no tenemos nada… Si yo pudiera, o supiera como hacerlo, invitaría a la presidenta del Govern a que pasara un día, ya no digo también la noche, en un lugar como este, observando cómo vivimos y lo que hemos de hacer para sobrevivir. Que viera que cuanto más tiempo estemos aquí, es peor para nosotros, pues cada vez son más los problemas que tenemos, lo cual afecta al cuerpo y a la cabeza, por lo que acabas desesperado, o rendido, o tirando la toalla… Y que nos pregunte también por qué no vamos a los    establecimientos de acogida que tienen… Porque su realidad respecto a nosotros, que no somos animales, sino personas, nada tiene que ver con la realidad, con lo que pasa. Por eso, que venga aquí y que lo vea».

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Durante la conversación se mostró muy comunicativo.

Este hombre necesita ayuda

Mientras tanto, porque que la presidenta vaya hasta allí nos parece que no va a ser de forma inmediata… Aunque igual lee esto y se presenta mañana… Al fin y al cabo la distancia que los separa a ambos es más bien corta… Mientras que eso suceda, ¡que ojalá!, le animamos también a que vuelva al médico, a que le vea, dado que su situación, por mucho que piense en lo que decía su abuela, que ‘con limones y ajos, médicos al carajo’, lo requiere. Porque son demasiados problemas físicos, y puede que psíquicos, para un hombre solo. Porque nos dice también que tiene una pequeña pensión, volviendo a insistir en lo de que su padre le ha dejado una casa en Lloseta, de la que ha perdido la llave por lo que no puede entrar, y de que si le dieran un trabajo cambiarían las cosas… A Juan Ignacio le dejamos comiendo. Le vemos un poco perdido, pero que, con ayuda o sin ella, tendrá que seguir su camino. Solo. Porque nadie le va a ayudar. O ayudar de la forma que estas personas, que han perdido la fe en muchas cosas, precisan.