Rafel puede preparar hasta cien cubetas al día de helado. | Pere Bota

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Rafel Fiol (sa Pobla, 1953) trabajaba a finales de los años 70 en una correduría de seguros en Palma cuando un día una amiga le propuso abrir una heladería. «No tenía ni idea de helados, pero allí que nos lanzamos mi por entonces mujer y yo con esta amiga y un socio». El resultado, logrado con mucho esfuerzo, fue el nacimiento de la helaría Capri en Peguera en 1979. «Abrimos un 17 de diciembre. Puede que no pareciera la mejor fecha, pero para nosotros fueron perfectos esos meses de puesta a punto porque la avalancha en 1980 fue bestial», explica Fiol. Tal fue el éxito que en 1981 abrió otra en el Port d’Andratx, «cuando esto –dice señalando la primera línea–, estaba vacío salvo por un par de restaurantes. Fue una apuesta de futuro y por fortuna salió bien».

En 1986 ya se quedó como único propietario del negocio y siguió elaborando helados con la calidad como elemento innegociable. «Aprendí primero cómo elaborar un buen helado, después los porqués de las cantidades y porcentajes de ingredientes que se deben poner y a partir de ahí comencé a elaborar mis propias fórmulas». Rafel se divorció, pero eso no quita que se deshaga en elogios hacia su exmujer. «Ella trabajó de una forma increíble y fue imprescindible para el éxito de la marca».

Rafel y, al fondo, su hijo Marcos en la heladería del Port d’Andratx.

Rafel explica que el secreto de la calidad de su producto está en el hecho de no utilizar bases químicas que ayuden a realzar de forma artificial el sabor. «Yo puedo utilizar un kilo de fruta y 300 ml de agua y otro 1 litro de agua y 300 gramos de fruta, pero al añadirle esa base química produce igual el doble de cantidad. Es normal que se diga que el helado es un producto muy rentable, porque si yo gano dinero haciendo los helados de esta forma, imagine el margen cuando se meten químicos durante el proceso». En la actualidad, Capri, además de en Peguera y Port d’Andratx, regentada por su mujer y sus dos hijos, está presente en Santa Ponça y Sant Elm y pronto habrá otro en Andratx.

A pesar de la variedad, su clientela se decanta por los sabores clásicos.

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Rafel junto a su pareja, Violeta Maggi, durante la elaboración de sus helados que lleva a cabo en el Port d’Andratx con la ayuda de dos máquinas, una pasteurizadora y la otra, mantecadora.

Rafel asegura que puede elaborar helados que no le gusten. «No tengo ningún problema. Además a mí no me gusta mucho el dulce, pero reconozco que si fuera para mí, solo haría de chocolate». En cuanto a sus productos más exitosos, lo clásico gana por goleada: «Vainilla y chocolate son los que más se venden, y con diferencia», asegura. Este empresario al que no le gusta nada el apelativo ‘artesano’, «porque esa palabra ha quedado prostituida», y mucho menos ‘maestro’, avisa que sus helados «están muy buenos, pero no son sanos porque llevan leche y azúcar. Se pueden tomar, pero con moderación, por muy naturales que sean».