Lena, preparando un surtido de golosinas suecas. | P. Pellicer

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Quizá solo sea una leyenda urbana, pero se dice que en Suecia la gente se muere de aburrimiento porque no hay nada interesante que hacer. La sociedad perfecta nunca se caracterizó por generar demasiado arte, menos aún diversión. Sin embargo, los prejuicios se tambalean cuando hablamos de su lucrativa industria de golosinas, un apartado en el que destacan sobremanera. Ya sea como fabricantes o como consumidores, y es que este país escandinavo tiene el dudoso récord de consumo anual, nada menos que 15 kg per cápita. «Una barbaridad», según Lena Erikkson, la «sueca españolada» que regenta Swedish Stuff, un trocito de Suecia incrustado en el palmesano barrio de Santa Catalina, donde, además de chuches, podemos encontrar otros productos surgidos del país con más rubios por metro cuadrado.

Lena recaló en la Isla con 17 años. En su carácter convive su linaje escandinavo con el talante mediterráneo: «Me encanta estar en casa, pero también salir a tomar algo a una terraza». Es extrovertida y contagiosamente positiva. «Me gusta hacer feliz a la gente, ver que los clientes abandonan la tienda con una sonrisa». Nuestra risueña protagonista asegura que «los miembros de la colonia escandinava son nuestros principales compradores, aunque la clientela española está creciendo mucho. Gracias a Ikea conocen los comestibles de mi país». Reconoce que trabajar rodeada de tanto dulce es «muy tentador, pero hay que contenerse para mantener la línea».

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Hablemos de sabor, ¿qué diferencia la golosinas suecas del resto? «Tienen un sabor diferente». El ‘bilar’, como se le conoce, «es lo más vendido, tanto en su formato salado como en el sabor original». Se trata de una golosina cuya popularidad pasa de generación en generación. «Yo lo he comido, también mis hijos y ahora mis nietos. Parece la clásica nube pero tiene un tacto duro y su sabor es inclasificable». Insisto en arrancarle una opinión sobre su sabor. Se lo piensa un segundo y matiza que «no hay nada igual, están puñeteramente buenos».

El regaliz salado es otro de sus productos estrella, así como las golosinas agridulces que venden a granel. A la sociedad sueca le gusta mezclar salado y dulce. «Comemos albóndigas con patatas y lo acompañamos con mermelada de arándanos y esa forma de mezclar sabores también la extrapolamos a las chuches. Está exquisito», remata Lena.
Las golosinas suecas son más saludables que las convencionales, pues «contienen menos azúcares y calorías añadidas». A su vez, otra de las variantes que podemos encontrar en Swedish Stuff son las golosinas ecológicas, que se caracterizan por estar hechas prácticamente en su totalidad con ingredientes naturales.

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La cultura del dulce escandinavo está repleta de pequeños placeres como los Lördagsgodis, unos dulces de caramelo que se comen exclusivamente en fin de semana, en el marco de la comodidad del hogar. El trasfondo de esta tradición, iniciada en 1950, es bastante inusual. Nació como parte de un proyecto del Gobierno para prevenir la aparición de caries en los niños. «De niña, mis padres me daban dinero los sábados para comprar chuches, el resto de días no se podían comer». Lena explica que, en el entorno familiar de su país, sigue extendida la limitación del consumo. Y si los sábados son para las chuches, «los viernes es habitual comprar patatas fritas y palomitas», mientras que el domingo «se comen las sobras». El clima que azota el país anima a «estar en casa con algo rico a mano».