Tres generaciones. Sentada, Catalina Mayol junto a su nieto Jaume. De pie, Benet Vicens y su esposa, Catalina Cifre, jefa de sala del restaurante, en la terraza con sus impresionantes vistas al mar. | Jaume Morey

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Que un negocio cumpla 50 años es para aplaudir. Si se dedica al negocio de la restauración ya es digno de alabanza, y si además ha sobrevivido en un lugar bello, bellísimo, pero de incómodo acceso, entonces es casi para hacerle un monumento. Todo ello y mucho más es Bens d’Avall, el restaurante de la carretera Sóller a Deià que este año cumple sus bodas de oro y que no lo puede celebrar mejor gracias a la estrella Michelin concedida en diciembre.

Bens d’Avall comenzó en 1971 siendo una simple cantina. En los fogones estaba Catalina Mayol y su marido, Benito Vicens, servía a los clientes con su don de gentes. Ofrecían una cocina muy sencilla, tortillas y ensaladas al principio, pero buscando siempre la perfección. «Eso es algo que desde siempre me fijé en mi madre. Siempre busca la excelencia con la premisa de que sólo lo mejor sale de la cocina a la mesa», explica Benet Vicens, hijo de Catalina, que ha sido quien ha hecho de Bens d’Avall el gran restaurante que es.

Catalina nació en Mallorca, pero desde su primer año hasta los 16 vivió en Francia, donde le entró el ‘gusanillo’ por la cocina, y quiso que su hijo Benet se formara allí. «El gran cambio en los últimos 20 años es que antes nos fijábamos en lo que hacían los de fuera y estábamos ciegos ante lo que teníamos más cerca. Ahora preparo platos con cordero mallorquín o pescado de aquí antes de utilizar ciervo o carnes de esas de Japón», explica.

Desde hace unos años, su hijo Jaume está al frente de los fogones, pero Benet tampoco ha salido de la cocina. «Nos compenetramos muy bien. Yo soy más artístico y él es más académico; es un artesano del sabor, y esta mezcla no nos está yendo mal», dice Benet. Pero no sólo él continúa al pie del cañón, sino que su madre acude al restaurante desde Sóller varios días a la semana. «Hoy ha venido con dos cajas de verduras de su huerto y está en la cocina eligiendo sólo las mejores», comenta Benet. Y efectivamente, ahí está Catalina, que a sus 86 años se maneja con soltura con su smartphone. «Han sido 30 años en el restaurante y este lugar es un imán para mí».

Hasta ahora se ha hablado de Catalina Mayol, Benet y Jaume Vicens pero, aunque no cocine, por lo menos en el restaurante, otro elemento imprescindible es Catalina Cifre, mujer de Benet, y jefa de sala. «Ella es el 70 por ciento del éxito del restaurante. Estoy seguro de que muchos de nuestros fieles clientes vuelven para verle a ella, que es la alegría natural personificada».

Ellos y el resto del personal, con miembros que llevan casi 30 años, se preparan para recibir a los primeros clientes del día. «Hace cuatro años decidimos ofrecer carta al mediodía y menú por la noche y estamos muy contentos. Es mucho más riesgo y trabajo pero eso nunca nos ha asustado», explica Benet antes de desaparecer en la cocina, su hábitat natural.

«La estrella Michelin no ha cambiado nada»

«No se puede ni imaginar la cantidad de clientes que pensaban que ya hacía años que teníamos una estrella Michelin, así que cuando nos la dieron el año pasado no ha cambiado nada», asegura Benet Vicens. Para él, el secreto de que el restaurante lleve abierto 50 años sólo es uno: «Hacer las cosas bien. Es el único camino». Y de entre los numerosos famosos que han probado sus platos destaca la simpatía de Pierce Brosnan y Michelle Obama, que ha acudido dos veces al restaurante. «Cati ya le ha dicho que si la próxima vez no trae a su marido, no le dejará entrar», dice entre risas.