Rafa, con su madre y sus abuelos, en una visita que le hicieron a Toledo.

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Este jueves os contamos cómo una madre –Margarita Laura Bibiloni– afronta que su hijo de 21 años se quede parapléjico. Ahora leeréis lo que piensa él, pues le llamamos a Toledo, donde tendrá que permanecer alrededor de once meses aprendiendo a vivir de nuevo.

«Aquella noche, víspera de Nochebuena, fui a cenar con unos amigos. Tras la cena, regresando a casa en mi Kawasaki 750, en plena avenida del Cid, de Son Ferriol, a la altura del parque, fui arrollado por un coche que no había respetado la señal de ceda el paso –a través del móvil, notamos que Rafa habla pausadamente–. A partir de ahí, no me acuerdo de nada, pues durante tres meses permanecí en coma, en la UCI de críticos de Son Espases. Cuando desperté, traté de hacerme a la idea de dónde estaba, tumbado, entre tubos y aparatos… Porque al principio es que ni sabía dónde estaba, ni qué me había pasado... Luego empezaron a venir médicos y familiares, y fue cuando comencé a tomar conciencia… Me hablaban de que había tenido un accidente, de que casi había perdido un brazo de no ser por unas cuantas operaciones que me hicieron, de que tenía no se cuántos problemas más… También recuerdo que semiinconsciente me tocaba, y que de cintura para abajo no sentía nada. Como apenas podía hablar a causa de la traqueotomía que me habían hecho durante el coma, con gestos le indicaba a mi madre que no sentía las piernas. Pero ella me decía que no me preocupara, que era por la medicación que me estaban dando… Tuve que pensar que era por eso, hasta que no tuvieron más remedio que contármelo… Al oírlo, no lloré, seguramente porque tampoco me creía que eso me estuviera pasando a mi. ¡Es imposible!, me decía… Pero al escuchar lo que me contaban… ¡Es que flipaba! Incluso hoy aun no soy consciente, no tengo ni idea de la vida que me espera… Porque si eso me pasa a los 60 años… Mira he vivido 60 años… ¡Pero es que me ha pasado a los 21! Por eso a veces pienso que igual hubiera sido mejor que…»

No termina la frase, pero deja claro lo que piensa… Por eso nos lo llevamos por otros derroteros, preguntándole si se siente algo estando en coma. «Pues… No sé si estaba durmiendo, o si lo que me estaba pasando era un sueño… Todo era muy confuso. En realidad no recordaba nada».

Antes del accidente, Rafa se ganaba la vida pintando barcos de lujo, oficio en el que se encontraba muy a gusto. «Pero eso se acabó, porque ahora… Ahora me estoy centrando en recuperarme, en aprender a vivir de nuevo… Estoy haciendo transiciones, es decir, pasar de la cama a la silla y viceversa. También echo a faltar a mi familia… ¡Menos mal que mi madre y mis abuelos vienen a verme cada semana! Sobre todo mi madre…. Naturalmente, como tengo mucho tiempo, pienso… Pienso que si aquella noche no hubiera cogido la moto no estaría hoy aquí, pero pensando en esas cosas tampoco gano nada».

Para Rafa las cosas que antes tenían importancia ahora no la tienen… «Para mi lo importante es poder andar… Pero no puedo. Pero lo que sí voy a hacer es ganar todo lo que pueda en flexibilidad, cosa que antes apenas tenía. Era como un tronco, incapaz de abrocharme los zapatos… Ahora, ejercitando mi flexibilidad, intentaré abrochármelos…».

En otro momento de la conversación nos dice que apenas nota algo a la altura de sus costillas flotantes, «pero de cintura para abajo, nada. Me toco y no siento nada. Y hasta que te acostumbras, es duro. Incluso lo es cuando te acostumbras…».

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¿Qué le dirías a la persona que conducía el coche que te arrolló…?, le preguntamos.

«Sin cabrearme por lo que pasó, le diría que me mirara y que viera cómo he quedado, en silla de ruedas de por vida. Todo por haberse saltado el ceda el paso. Y le diría también que me he quedado así a los 21 años, cuando empezaba a descubrir el mundo, a conocer cosas que estaban ahí, a hacer realidad mis sueños…».

Durante la conversación tratamos de llevarle al futuro próximo. Una persona que no puede andar, puede hacer muchas más cosas. Estudiar una carrera, escribir sobre lo que le pasa, leer… «Sí, que duda cabe que sí… Que igual retomo los estudios y me apunto a la Universidad a distancia… Porque con una tablet como la que tengo se pueden hacer cosas. Pero eso irá llegando una vez que me haya adaptado, una vez que haya aprendido todas las transiciones…».

Una bella historia

Ya casi al final, nos cuenta una bella historia que puede valerle de mucho en un futuro…

«El accidente fue de madrugada, horas después de haberme tomado una Coca Cola en la Plaça Major con un chica… Nos conocíamos, pero nunca habíamos salido. Pero ese día la llamé y quedamos. No fue mucho tiempo, porque ella tenía prisa…Tras despedirnos, me fui a la cena con mis amigos. Luego pasó lo que pasó… Al despertar, tres meses después, venían a visitarme mi madre, mis hermanas… Y también otra gente que no recordaba, pues tenía un traumatismo, que me estaban tratando, que me hacía perder la memoria. Entre esas personas que no reconocía estaba una chica… ¿Quién es?, me preguntaba… Esa chica es hoy mi pareja… Era la que se tomó la Coca Cola conmigo en la Plaça Major aquella noche… Mi madre me contó que durante los tres meses vino al hospital cada día, a saber de mi, a verme… Es más, en una de esas visitas me fijé en un tatuaje que llevaba en su brazo… Y cuando me fijé bien, vi que se había tatuado la fecha en que habíamos estado en la Plaça Major… Incluso me ha venido a ver a Toledo. En una ocasión, según me contó mi madre, habló con ella de mi, preguntándole si se daba cuenta de que iba a quedar de por vida en una silla de ruedas, y diciéndole que a mi lado no tendría una vida fácil… ¿Y sabes lo que contestó…? Que le daba lo mismo. Que lo que quería era estar conmigo…»

Quedamos que cuando vuelva a Palma nos llame, que con su chica nos iremos a tomar algo. «Y no olvides lo que te he dicho: sentado también hay vida. Lee, estudia, escribe… No te dejes vencer. Hazlo por tu madre, tus hermanas, tus abuelos…Y hazlo también por ella. Se lo merecen».