Santiago Florit, de joven, y un fotograma del cortometraje ‘Santiago Florit, diari d’un operador cinematogràfic’.

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Doce butacas de cine que vistieron en su día un antiguo cine de Torelló (Barcelona) hoy se disponen con la misma función en una sala del hogar del menorquín Dani Seguí, en Mollet del Vallès. Es un hogar de cine. La sala de butacas, con pantalla en la pared y máquina de palomitas, lleva el nombre de Tiago Florit, su abuelo, Santiago Florit Vidal, un electricista menorquín cuya historia irremediablemente nos transporta a la película Cinema Paradiso.

Dani Seguí en su mesa de trabajo, en casa.

A los 11 años, Santiago empezó a ayudar a su padre, Juan Florit Melià, en la cabina donde proyectaban las películas en el Teatre Principal de Maó, un espacio concebido para la ópera, que gracias al cine se mantuvo muy activo. Allí estuvo el abuelo de Dani cada día del año, desde 1931. «No falló un solo día. Solo los martes tenía libre, pero recuerdo que cada Navidad, después de comer, se iba a pasar la película», rememora el nieto. Su abuelo ideó un motorcito para rebobinar las películas y vivió los requisitos de la censura. «Antes de pasar las películas al público, debían enseñarlas al sacerdote y a un policía. Todos juntos las miraban y decidían si se tenía que recortar alguna escena».

Hoy, entre los artículos que ha heredado Dani, hay algunos de aquellos fragmentos censurados. También cajas y cajas de fotogramas y postales promocionales de los films, un tesoro cinematográfico, una colección que le gustaría ceder a un museo, pero para ser exhibida. Otro homenaje está ahora en sus manos. El cineasta menorquín aprovechó el confinamiento para empezar a preparar un cortometraje sobre la vida de su abuelo. «Con pinceladas anecdóticas, como la mili en Sevilla, donde tenía una máquina de cine y pasaba películas a los militares», avanza. «Santiago Florit, diari d’un operador cinematogràfic será un documental animado sobre mi abuelo, desde que nace hasta que muere, con final ficcionado, mis interpretaciones y dramatización de contenidos, como el obtenido de la entrevista a mi abuela», explica. «Ahora echo tanto de menos todas las conversaciones que no tuve con él…, aunque entonces yo era muy joven», reflexiona.

Calcula ver acabado el corto a principios del próximo año, y desde el Ajuntament de Maó ya han mostrado interés en proyectarlo. Para Dani Seguí, sería una forma de hacerle justicia a su abuelo, por su constancia en su dedicación y su amor al cine. «El bagaje de cine clásico lo recibí de él», dice. Y le entristece que Menorca no tenga hoy un espacio permanente de proyección de películas, cuando en su momento había tenido 4 o 5 cines.

Quiere que su cortometraje sea también un homenaje a la Isla. «Con 18 años tuve que abandonarla para seguir formándome», recuerda. Después de estudiar en la Escola d’Arts i Oficis y Bachillerato Artístico en Menorca, cursó Bellas Artes en Barcelona. «El último año supe de un curso de dibujos animados, me presenté y tomé el camino de la animación como storyboardista», explica. Tras 15 años dedicados a la animación, empezó como especialista en ello a dar clases en la escuela superior de arte Pau Gargallo de Badalona.

«Que exploten sus limitaciones es una de mis máximas a los alumnos. Que sean auténticos, que hagan cosas desde el corazón, sin más pretensiones». Admite que no se considera un dibujante excepcional, pero sí muy trabajador y puntual en las entregas, algo que, explica, si no es así, puede condicionar toda una producción audiovisual. La afición al cine la retomó más tarde. Hace cinco años –a sus 40– presentó el primero de sus cinco cortometrajes, La Creu, y hoy con un socio lidera la productora www.ascinema.eu. En su mente está ya su primer largometraje de ficción, y el sueño de salvar una sala de cine y montar un cineclub.