La lucha diaria del sector de la restauración ante las restricciones. | P. Pellicer

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Desde 1997, José Manuel González es el sheriff del Tulsa, el bar con este nombre de ciudad de película del oeste. De hecho, Sebastià Palmer, fundador de este bar en 1951, le puso este nombre porque coincidía que por esa época el cine del Teatro Balear proyectaba la película Tulsa, ciudad sin ley. Además, su interior, con una barra de madera y mesas y sillas del mismo material, se asemejaban al de un saloon del lejano oeste del siglo XIX. Hoy el interior apenas ha cambiado, pero el mobiliario se encuentra recogido. La barra, también vacía. Todo, consecuencia de la pandemia.

A pesar de las dificultades, José Manuel abre cada día el negocio, que lleva junto a sus hermanas, Carmen y Paquita. La pena es que en la actualidad no hay trabajo para tantas manos. Valga un ejemplo. Un repartidor de café le entrega a José Manuel tres paquetes. «Lo habitual es que me entregara nueve. Y estos tres me durarán ahora bastante más que antes nueve».

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Una de las ventajas de este local es su privilegiada situación, en la Plaça del Comtat del Rosselló, junto al Mercat de l’Olivar. Además, justo al lado está la hamburguesería Badal, una de las mejores de la ciudad. «Siempre he dicho que cuantos más negocios haya y sean de éxito mejor para todos porque nos beneficiamos mutuamente», explica José Manuel, quien recuerda cuando Mercapalma estaba instalado en el sótano del Mercat de l’Olivar y el Tulsa era uno de los centros neurálgicos de la zona donde se juntaban payeses, comerciantes y compradores.

José Manuel espera ansiosamente que las autoridades permitan abrir, aunque sea la terraza. «Tenemos dos pequeñas terrazas, una en la acera y otra en una zona de aparcamiento. Apenas son cuatro o cinco mesas, pero lo que más quiere ahora el cliente es poder tomarse su café o su bocadillo sentado tranquilamente».

Hasta que ese momento llegue, el sheriff seguirá atendiendo a sus fieles clientes.