Teresa Noguera en la actualidad, gozando de una más que bien merecida jubilación, que pasa entre Palma, Barcelona y Noruega.

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Teresa Noguera es una mujer un tanto adelantada a su tiempo. Lo decimos porque lo que llegó a hacer en años en que la mujer no tenía la libertad que tiene ahora, cuando la distancia entre ella y el hombre era más bien grande, fue mucho. Estudió ballet clásico, fue abogada y controladora aérea, jubilándose como jefa de sala en el Centro de Control en Palma.

Hablamos con Teresa en casa de una buena amiga suya, la pintora Pilar García. Fueron tantas las cosas que nos contó, que no nos ha quedado más remedio que concentrarnos en los temas más relevantes.

Primer signo de rebeldía

Teresa fue hija del juez Francisco Noguera, presidente de la Audiencia. «Fue un juez justo, por tanto, muy respetado. Aún recuerdo verle sentado en su despacho de casa, muy avanzada la noche, escribiendo las sentencias. Mi padre quiso que estudiara Derecho, pues quería que fuera juez, como él. Estudié bachillerato en el colegio La Pureza. Por cierto, cuando se estrenó en Palma la película West Side Story, el asesor espiritual del centro recomendó no verla porque tenía ciertas escenas de pecado mortal, por lo cual el colegio prohibió verla. Las alumnas de sexto nos reunimos y decidimos ir. ¿Qué pasó? Cuando las monjas se enteraron, delante de toda la clase nos ‘desmedallaron’, despojándonos de la medalla de Hijas de la Virgen María».

Puede que ir a ver West Side Story fuera su primer signo de rebeldía. El segundo fue cuando su padre le propuso ir a Londres para aprender inglés, «donde no solo lo aprendí, si no también todo lo que aportaba una sociedad libre y democrática».

Viajó a China

Mientras tanto, Teresa había alternado los estudios de ballet con los académicos. «Mi ilusión era convertirme en una Margot Fonteyn, para lo cual debía trabajar muy duro, compaginando las clases de ballet y las actuaciones que hacíamos como parte del ballet de la ópera, con los estudios».

De regreso de Londres, «hablando muy bien inglés», fue a Barcelona, a estudiar Derecho, «que compaginé con las clases de ballet clásico en el Liceo. Y como además colaboré con el Partido Comunista ¡Chino!... Pues por las mañanas iba a la universidad, por las tardes a clases de ballet en el Liceo, y por las noches a reuniones con el partido».

En 1976, por haber sido miembro del partido, «en uno de los primeros grupos que visitó China, tuve la suerte de ser invitada. Allí conocí el funcionamiento de las comunas y el gran proyecto de Mao: una sociedad basada en la igualdad de clases. Durante los días que estuvimos allí pudimos convivir con los chinos en sus comunas, conocer su modo de vida, conversar con sus dirigentes, incluso polemizar con ellos… Siempre he sentido una gran atracción por China, por lo que he seguido su evolución».

En 1972, terminada la carrera, su padre le dio un tiempo para decidir qué quería hacer. Como vio que como bailarina clásica no iba a ser como Margot Fonteyn, optó por ser abogado. Su padre le ofreció la posibilidad de trabajar en Palma, «lo cual no me atraía mucho, ya que quería quedarme en Barcelona».

Controladora aérea

Por casualidad, se enteró de una convocatoria para controladores aéreos con destino en Barcelona, para lo que exigían muy buen inglés. «Sin pensármelo, y sin tener idea de lo que era un controlador aéreo, me presenté. Recuerdo que era de las primeras chicas que lo intentaban… Y que no fue fácil, pues en aquellos años, el controlador aéreo era funcionario civil, dependiente de la administración militar, de derechas y franquista. El examen, que aprobé, fue en inglés. Luego hice el curso en Madrid y me destinaron a Barcelona».

A Teresa le costó hacerse valer y respetar como controladora aérea, pues como hemos dicho, era un mundo de hombres, y encima de derechas y militares, mientras que ella era mujer y con antecedentes de izquierda. «Pero, poco a poco, viéndome trabajar, me fueron aceptando. Eran tiempos difíciles para los controladores. El turismo crecía, los vuelos se multiplicaban, igual que nuestro trabajo, que realizábamos con equipos obsoletos. No podíamos con tantos aviones… Y encima, nuestra responsabilidad era muy grande, ya que debíamos garantizar la seguridad del tráfico aéreo, manteniendo la propia separación entre los aviones y evitar cualquier accidente en el aire. Así las cosas, en agosto de 1976 nos plantamos. Empezamos con una huelga de celo, y en coordinación con los controladores franceses, conseguimos regular el tráfico aéreo. Yo estaba en primera fila, los militares sabían quiénes éramos los cabecillas, y como las huelgas eran ilegales, estábamos expuestos a un consejo de guerra. Pero los controladores en Barcelona lo teníamos muy claro: primero la seguridad y la vida de los pasajeros, y después lo demás. Con el tiempo se nos unió el resto de España, y después tuvimos el apoyo internacional y, sobre todo, el respeto de la opinión pública. Los controladores aéreos pertenecíamos al Ministerio de Defensa. Afortunadamente para nosotros, el por entonces presidente del Gobierno central, Adolfo Suárez, pidió tiempo para solventar el problema. Meses después, a través de un decreto, los controladores salimos de dicho Ministerio para pasar al de Transportes… Tenemos mucho que agradecerle a Adolfo Suárez, mientras que los militares no se lo perdonaron nunca. Y si me quedé en esta profesión –añade Teresa– fue por lo fascinante que es, por lo mucho que la he respetado y porque estaba todo por hacer. Afortunadamente se hizo casi todo».

Felizmente jubilada

Su último puesto fue el de jefa de sala, en el centro de control de Palma. «Me jubilé en agosto de 2010. Después… Es otra historia que algún día contaremos. Mientras tanto, sigo teniendo un gran respeto a la profesión y un gran recuerdo de mis compañeros y compañeras. Después de mi jubilación –apostilla– he trabajado a tiempo parcial como instructora, en Madrid».

Teresa Noguera se ha casado en dos ocasiones. Con el primer marido, «con el que me llevo muy bien», señala, tuvo un hijo. El segundo, que es noruego, y también controlador aéreo, le ha dado felicidad y la posibilidad de poder disfrutar de las bellezas naturales de aquel país.