La fundadora de Sonrisa Médica en Francia, Caroline Simonds, posa para esta entrevista. | Pere Bergas

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Caroline Simonds (Washington, 1949) fue contratada en 1988 como clown por la compañía Big Apple Circus, el primer grupo de teatro sin ánimo de lucro que trabajó en hospitales. Quedó prendada por su trabajo cuando, en su primera actuación, un niño le regaló su primera sonrisa tras una dura operación. En 1991 fundó Le Rire Médecin en Francia y el próximo sábado recibirá un reconocimiento al Humor en los Premis de Nassos 2019, de Sonrisa Médica.

La risa, ¿es una medicina alternativa?
— No, no es alternativa porque es universal y siempre ha estado integrada en la vida. ¿Por qué no en un hospital? Faltaban risas en los hospitales infantiles y el trabajo de los payasos complementa a la medicina tradicional. Lo mejor para un niño es un tratamiento de 360 grados.

¿Cómo empezó Le Rire Médecin?
— Empezó en mi corazón y después pasó a mi cerebro. Fue en 1988, cuando empecé a trabajar en un hospital de Harlem. Fui contratada como jirafa, con cuernos, orejas y cola, y un buen disfraz, por supuesto. (Ríe) Cuando aquel niño sonrió vi que era útil, vi que estaba haciendo algo para mejorar su vida. Me enamoré de mi trabajo por completo.

¿Por qué fue a Francia?
— Quería ir más allá, perfeccionar la idea. Sabía que en Francia había grandes escuelas de improvisación. Pensé que acogerían bien el proyecto; mi pretensión era crear una relación estrecha con los equipos médicos, quería crear un curso de formación formal para los actores en el que aprendiesen psicología, medicina, situaciones sociales, y en el que siguieran practicando.

¿Todas las actuaciones han despertado en ti la misma emoción que la primera?
— Siempre siento lo mismo, cada día es nuevo. Cada día supone una nueva aventura con mi compañero. Es muy importante que exista una buena compenetración, pues se mantiene una compleja relación teatral y personal.

¿Cómo se enfrenta un payaso al día a día de un hospital infantil?
— Permaneciendo en el momento, somos como payasos budistas. Creemos en el aquí y ahora, intentamos dar repuesta a sus necesidades instantáneas. Es importante que tengamos claro nuestro papel. No somos sus amigos, no somos sus padres: somos sus payasos. No podemos preocuparnos del pasado o el futuro del niño, debemos volcarnos en el presente.

¿Qué simboliza la nariz?
— La nariz es la máscara más pequeña del mundo. No te escondes tras ella, pero revela un comportamiento naíf. Sin la nariz soy Caroline, sofisticada e intelectual. Con la nariz soy ingenua, emocional, tonta. El niño se da cuenta de todo, sabe que es más listo que el payaso.

¿Ha de saber un payaso cuándo es el momento de pedir ayuda?
— Por supuesto. En Francia cada payaso tiene su mentor. Los más experimentados guían un grupo de diez payasos, y siempre están disponibles para ellos. Además, los payasos escriben un informe cada dos meses, y también organizamos charlas grupales para que expresen sus sentimientos.

¿Es importante que los padres también lo pasen bien con la actuación de los payasos?
— Es igual de importante la diversión de los padres que la de los niños. Recuerdo que una vez recibí un buen tortazo psicológico. Estaba en el área de Oncología; había una niña con sus dos padres, que estaban pálidos y preocupados. La niña, de seis años, tenía un tumor cerebral pero reía, jugaba, corría. Se detuvo, vino hacia mí y me dijo: ‘Por favor, haz reír también a mi padre’.