Imanol Arias. | Teresa Ayuga

TW
5

Es tremendamente amable, parlanchín y más bajo de lo que parece en la pequeña pantalla. Nos recibe en el GPRO Valparaíso Palace and Spa, en Palma, vestido con bermudas vaqueras, una camiseta azul y una visera del mismo color. Imanol Arias ha sido nombrado Veremador d’Honor 2019 DOP Pla i Llevant, un reconocimiento que se realizará en el transcurso de una fiesta que se celebrará mañana en las viñas de Pere Seda. Habla de Mallorca con pasión, de sus productores, del trabajo bien hecho y de su historia. A sus ojos le salen chispas cuando habla de los auténtico. También se refiere a su presente y su futuro: no espera morirse en un escenario, pero sí en activo.

Si le digo Mallorca, ¿qué le viene a la cabeza?
— Bearn (película dramática española estrenada en 1983, dirigida por Jaime Chávarri y basada en la novela homónima de Llorenç Villalonga). Es un proyecto que me acercó mucho a la Isla, me involucró en su cultura, en su origen, su historia, los xuetes... (vivió en la Isla tres meses).

El viernes se celebra en Palma una corrida de toros ‘monstruo’. ¿Es pro o antitaurino?
— No entro en esas polémicas, son agotadoras. Durante un tiempo, conocí a varios toreros, pero se ha convertido en algo incómodo. La excelencia se muy hizo minoritaria. Ha habido muchos ‘tirapases’ mediáticos. He dejado de ir a los toros.

En el programa ‘Un país para comérselo’ también estuvo en Mallorca...
— El programa estaba centrado en los productores, gente que sigue cuidando el producto con esmero. Recuerdo elaborando el aceite como algo sagrado. También los tomates de ramellet. No hay cultivadores más estrictos. Hicimos el recorrido en bici, recorrimos la Isla a una ‘velocidad humana’.

Pasó la infancia y la juventud en Ermua, ¿le produce mucho dolor ese nombre?
— Dolor, no. Aquello (el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco) fue algo doloroso y fue una circunstancia. No fue único, fue constante en la zona durante un tiempo. Habría que empezar a sellarlo. Mi amatxo (madre en euskera) sigue viviendo allí. Ermua es un ejemplo de integración de la inmigración. Yo fui uno de ellos.

Lleva toda la vida trabajando, ¿cuándo se piensa jubilar?
— Mis maestros no se jubilaron nunca, no tenemos jubilación. No es algo que contemple, aunque uno se va preparando su retiro. Fernando Fernán Gómez decía que ‘alguien tiene que ser el abuelo’. No espero morirme en un escenario, pero sí en activo. La jubilación para nosotros es recuperar la jubilación activa.

¿Quiere un Goya?
— Me da igual. Me considero muy bien tratado. Me siento vinculado a los Goya porque he sido presentador, he entregado premios... pero los Goya como escaparate no nos ha hecho nada bien a la profesión. Respecto a los premios, sólo hay un Goya en cada categoría. Te tiene que tocar la varita mágica. Sólo se nominan trabajos notables y es lógico que haya más de cuatro, pero siempre hay cuatro o cinco que se quedan fuera.

¿Habría seguido con ‘Cuéntame lo que pasó’ si no le hubieran permitido hacer otros trabajos?
— No se han hecho algunos trabajos, pero las cosas han sido así. Otros, sí los he podido hacer y sigo haciéndolos. Comenzamos a grabar el día 21 y terminamos en enero. Han pasado nueve meses y va a ser muy interesante. Cambiamos de década. Me he vinculado a ‘Cuéntame’ como un compromiso. Que yo haga teatro este año les ha costado un esfuerzo enorme.

¿Le costó volver al teatro después de tantos años?
— No... Después de hacer cine, tienes la capacidad de abstraerte. Ahora se hacen bolos, no giras. Con El coronel no tiene quien le escriba tengo cinco o seis interpretaciones al mes.

¿Qué queda de Mikel o de El Lute en Imanol?
— Son mis mejores cosechas. Fueron años en los que el sacrificio personal fue importante. Me armaron mucho como actor.

¿Alguna afición?
— Viajar, comer (me sienta muy mal la grasa) y leer.

¿Dónde se perdería?
— Tal vez en Tailandia, no sé. Me costaría perderme. ¿Con quién? Con las pocas personas que quiero mucho.