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PEDRO PRIETO A mediodía de ayer, los amigos de José Luis de Vilallonga se despidieron de él. Fue en la capilla del tanatorio de Bon Sosec. Allí estaban Syliane, su ex y ángel de la guarda hasta el último segundo de su existencia, Jorge Bascones "que en el duelo se mantuvo en un segundo plano" , Fabrizzio, su esposa, Nicolás, un francés amigo íntimo de Syliane y José Luis, la sobrina de éste, hija de su hermano Alfonso, ya fallecido, y numerosos amigos, entre otros los abogados Luis Morell y Tony Coll, Lucía "propietaria del restaurante Vent de Tramontana", Marta Gayá, María José Hidalgo, Pepe Oliver, Marian y Cecil Samberg, Rafa y Chiqui Colomar, la hermana de aquel, Xisca, Mundo Moragues y su mujer Marta Checa, etc.

Casi a punto de dar inicio el responso, apareció Antonia dell'Ate, amiga de Syliane y de José Luis, en cuya casa de Andratx pasó una semana de vacaciones a poco de ser abandonada por Alejandro Lecquio, de lo cual hace mucho. Antonia tuvo unas breves palabras para el amigo que acababa de irse, del que recordó que era un Grande de España. A la ceremonia asistieron también numerosos periodistas y fotógrafos. ¿Incidentes? Ninguno; bueno, sí. Pero sin importancia.

El celo profesional de algún colega le llevó a derribar sin querer el soporte que sostenía la corona, o mejor, coronas, puesto que fueron dos las que rodaron por los suelos.

Poco antes de las doce del mediodía, en automóvil de color oscuro, llegaron Syliane, Jorge, Fabrizzio y la esposa de éste. En otro lo hicieron Nicolás y la sobrina de José Luis. Todos de luto riguroso, con el dolor dibujado en sus rostros, y algunos cubriendo sus ojos con gafas oscuras.

Una vez en la capilla, se situaron en la parte derecha de donde quedó instalado el féretro de color marrón brillante. No sé si por deseos de Syliane, fue destapado quedando al descubierto el cadáver de José Luis, que se llevó hasta ahí su porte y elegancia. Entre sus manos, a quien la muerte les quitó el color que les había dado la vida, vimos unas flores blancas y un lazo en el que se leía: «Te recordaré siempre, Syliane».

En torno al féretro, numerosas coronas mandadas por la familia y los amigos. No vimos a otras ex esposas ni a otros hijos del finado. Allí estaban únicamente los que permanecieron a su lado hasta su último resuello. Fue, como no podría ser de otro modo, una reunión íntima. Ni políticos, ni escritores, ni artistas, ni famosos, ni faranduleros. Sólo él y sus más allegados.