El enlace entre Carlos y Camilla se celebrará dentro de dos días tras muchos inconvenientes.

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Decididamente, la boda del príncipe Carlos de Inglaterra con Camilla Parker-Bowles, que debía ser el enlace del año, es una boda con gafe. La mala suerte persigue a la pareja de ya maduros divorciados desde que, el pasado 8 de febrero, tuvieron que anunciar precipitadamente su matrimonio civil por culpa de una filtración periodística.

La carrera de obstáculos en que se ha convertido la boda de Carlos y Camilla empezó en realidad poco después de que se hiciese público que quienes han sido amantes contra viento y marea durante más de treinta años iban por fin a matrimoniar, oficializando así su relación. No tuvieron que ir muy lejos: la boda sería en el Ayuntamiento de esa pequeña localidad, un edificio poco impresionante, a pocos metros del castillo, donde por unos 425 euros todo hijo de vecino puede casarse por lo civil cualquier día del año. La Reina dijo que no pondría pie en el lugar del registro civil y que no saldría del castillo ni siquiera para asistir al enlace de su primogénito. Finalmente se encontró una solución: el acto civil en el Ayuntamiento sería seguido de una bendición por el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, en la capilla del castillo.

El último episodio en la ya larga cadena de infortunios ha sido el aplazamiento de la ceremonia del viernes al sábado (se casarán a las 11.30, hora española) para evitar que coincida con las exequias por el Papa, lo que habría creado un de imagen y un dilema para quienes habrían tenido que elegir entre una boda y un funeral.

Pero la mala suerte ha querido también que la boda coincida ahora con la carrera de caballos más importante del año, el Grand National, de Aintree, y muchos han dicho que prefieren seguir esa prueba hípica en lugar de ver por televisión la bendición de la pareja. Seguramente en su fuero interno, los miembros de la familia real comprenden esa predilección.

En principio, la boda iba a celebrarse en el castillo de Windsor, a las afueras de Londres, pero he aquí que la prensa descubrió que si se obtenía permiso para celebrar allí un enlace civil como el previsto, cualquier plebeyo podría casarse durante los tres años siguientes entre esos regios muros. La Reina Isabel II no estaba dispuesta a pasar por ahí, y los asesores del Príncipe no tuvieron más remedio que buscar una solución de emergencia.