El emperador Akihito durante el acto celebrado en Tokio.

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Cincuenta años después de la Declaración universal de los Derechos Humanos, el momento cumbre de las ceremonias de conmemoración se produjo el jueves en París, mientras se perfilaba la comparecencia del ex dictador chileno Augusto Pinochet ante la justicia británica.

En el Palacio de Chaillot, en el mismo lugar en donde hace exactamente medio siglo se adoptó el texto de las Naciones Unidas, el colectivo de defensores de los Derechos Humanos (350 representantes de organizaciones no gubernamentales) procedentes de un centenar de países, llamaron al gobierno británico a extraditar a Pinochet.

La sombra del dictador planeó una vez más sobre la asistencia cuando la guatemalteca Rigoberta Menchu fue intensamente aplaudida al expresar, en la ceremonia oficial de conmemoración de la declaración de 1948, su alegría por la decisión londinense. Responsables extranjeros, en el poder o en la oposición, denunciaron otras situaciones de violación a los Derechos Humanos, durante la sesión solemne.

En el Vaticano, el Papa Juan Pablo II advirtió a los responsables del mundo entero acerca del riesgo de que la Declaración universal de los Derechos Humanos se convierta en un «documento de archivos».