Sara Pallicer, muy sonriente, con un ejemplar de su libro entre las manos. | Alejandro Mendoza

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La novela Las Caracolas ficciona las peripecias de los antepasados de la autora como inmigrantes en Cuba. Su autora,  Sara Pallicer (Calvià, 1956), recoge en este libro recoge los relatos de las gentes de Calvià, Andratx y otros pueblos que llegaron al Caribe a finales del XIX e inicios del XX para sacar partido de lo que llamaban ‘el baile del oro’.

¿Qué relación tiene con la literatura?
—Toda la vida me ha gustado la lectura; pero casi más que leer, me gusta escribir. Me da vergüenza. No soy escritora. Escribo porque lo amo desde pequeñita. No quería que me contaran un cuento, me lo imaginaba y me dormía con él. Y me decía: cuando sepa escribir, lo haré.

¿Es su primer libro?
—Sí. Tengo otras dos cositas escritas, pero no están editadas.

¿Qué le animó a publicarlo?
—Me hacía ilusión tener un libro publicado. Mi madre me hablaba con añoranza de su tierra, su familia y su vida en Cuba. Allí conoció a mi padre, que era calvianer. Quería dejar constancia escrita de unos relatos tan agradables y llenos de detalles.

¿Cuál es la historia de su familia?
—Se podría definir como aventurera. Mi abuelo materno se escapó con 11 años y llegó a Cuba. Tuvo la suerte de dar con un tío suyo e hizo allí su vida con una criolla. Iba embarcado en negocios marineros en Surgidero de Batabanó, que era un hervidero de inmigrantes de Mallorca. Los mallorquines hacían carbón y pescaban la esponja. Aquello era el baile del oro. Mi padre llegó con 14 años, se casó con mi madre y años después volvieron a Mallorca.

¿Qué pasó con los mallorquines que emigraron a Cuba?
—Muchos se quedaron allí felizmente casados. En Surgidero siguen ellos o sus descendientes, gente de Calvià, Andratx y otros puntos de la isla. Otros volvieron. La Revolución hundió la alegría del país.

¿Cómo diría que les fue?
—Les fue muy bien. Mi padre fue muy feliz. Su familia ya tenía terrenos y no le hacía falta sacrificarse mucho para ahorrar. Una persona no sólo ha de luchar por un interés, sino por ser feliz. Por lo demás, la gente allí estaba bien, sacaba dinero y lo mandaba para su pueblo para comprarse su terrenito. Conozco muchos casos de gente que tiene tierras en el pueblo gracias a las remesas de Cuba.

¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción hay en el libro?
—De realidad, mucho. No llevé a cabo ninguna investigación. Escribí lo que suponía que haría cada persona en su momento. Y si no lo hizo así, yo se lo he puesto así.

¿Está contenta con el libro?
—Me ha gustado el resultado. A la editorial de Sevilla donde lo envié para la corrección le gustó mucho y lo quería distribuir por toda España. Pero cometí el fallo de ponerlo a la venta en Amazon por consejo de otra escritora. Aun así, estoy contenta porque hice una tirada de 100 libros y se han vendido casi todos. Hice la presentación en el pueblo y todos lo compraron. Si estuvieran en alguna tienda, estoy segura de que se habría vendido más.

¿Tiene algún otro proyecto literario?
—Otro libro, El camino con mi abuela quería llamarlo. Con 12 años, fuimos andando a Palma y lo recreo con un diálogo y referencias a puntos como la Capella de la Pedra Sagrada o la Torre de Paraires resolviendo dudas históricas. Es un descontento contra lo que hemos hecho en la isla. Me arrepiento mucho de no haber sabido actuar. Mallorca no se merecía este desaforo. Hemos destrozado un entorno que no volverá a ser como era. Los acantilados, la orilla del mar... Lo escribo de manera que me van a apedrear o aplaudir. ¿Para qué se quiere tanta gente?