Jubilados y empleados de hostelería son los usuarios de los exhuberantes huertos urbanos de Can Picafort. (La imagen fue tomada antes de que la mascarilla fuese obligatoria). | Lola Olmo

TW
1

A las ocho de la tarde, cuando el calor afloja, los huertos urbanos de Can Picafort se convierten en centro de reunión, ocio y también mucho trabajo, aunque sea entre risas. Plantar, regar, colocar cañas para las tomateras, recoger tomates, cebollas, berenjenas, pimientos, calabazas... y los huevos de las gallinas, son algunas de las tareas que los usuarios de estas treinta y dos parcelas cedidas por el Ajuntament de Santa Margalida ha realizado a diario todo el verano.

La mayoría de los usuarios son empleados de la hostelería, que este año han pasado buena parte del parón en el sector como consecuencia de la crisis sanitaria, empleándose en sacar la mayor productividad de su parcela.

Entre amigos

A estos nuevos «payeses», el oficio no les viene de la cuna, sino que lo han ido dominando sobre la marcha, aconsejándose unos a otros y aprendiendo de las experiencias de cada cosecha y del vecino, ahora ya convertidos en amigos tras ocho años de confidencias entre sus hermosos cultivos. Lina Bufi muestra orgullosa su cesta llena de vegetales recién cogidos de la parcela diseñada por su marido. Tras una vida dedicada a la hostelería, se animó a hacer un huerto con la jubilación. «Cuando me jubilé, el entonces concejal Martí Fornés nos animó a apuntarnos a los huertos y nos enseñó todo lo que él había aprendido en unos cursillos».

Al atardecer, se escucha el croar de las ranas de s’Albufera que llenan varios safareigs construidos alrededor de los huertos, y las gallinas y de sus pollitos, pues con los años han añadido a su afición por labrar la tierra, la cría de gallinas y conejos, para regocijo de los nietos pequeños. Eduardo Gracia, jubilado del sector de obra pública, actúa como responsable del grupo. Habla de cómo combatir plagas como la temida «tuta» de los tomates y las orugas como si lo hubiera hecho toda la vida. «Nos hemos convertido en un grupo de amigos, lo pasamos bien y esto es saludable», señala. Claudio Hernández, jefe de comedor, y su esposa Paca, aprovechan sus días libres, y este año, la falta de trabajo en el sector por culpa de la Covid-19, para trabajar en su parcela, una de las pocas que se riegan con el sistema del surco. «Siempre he trabajado en hostelería, no vengo de familia payesa pero sí veía a mis padres en la Península regar así y es mejor que el goteo», apunta, mientras Paca sostiene un buen cajón de tomates y pimientos.

CAN PICAFORT. Horts urbans cultivats per personal d'hoteleria en atur o jubilat. Fotos: Lola Olmo

Manuel Romero y José María Corbacho están entre los usuarios más nuevos; se han especializado en cultivar calabazas y parras con éxito, mientras que la italiana Daniela Giannini está en pleno aprendizaje. «No tengo experiencia, pero me animé tras hacer un cursillo como una manera de conocer gente, al venir a vivir aquí».

La iniciativa de Fornés tuvo continuidad al finalizar su mandato de la mano del actual concejal Eugenio Garrido y el área de Medio Ambiente del Ajuntament de Santa Margalida, para alegría de los «hortelanos».

El proyecto del cinturón de circunvalación pesa sobre los terrenos

Los huertos urbanos de Can Picafort están ubicados en unos solares sobre los que está proyectado el futuro cinturón de circunvalación, un proyecto que no se ha llegado a materializar. Cada usuario dispone de 100 m2 de terreno distribuidos en parcelas de 5 por 20 metros. El éxito de los huertos fue tal, que a las 20 parcelas iniciales hubo que añadir otras 12 en un solar próximo, y otras tantas en Son Serra.

Salud, amistad y humor contra la crisis. Benito López y Manuel Romero escenifican lo que los huertos significan para muchos, un lugar de reunión en el que fomentan hábitos saludables y sobre todo, la amistad y el compañerismo. Fotos: L. OLMO