El maestro artesano Joan Cunill. | Click

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Joan Cunill ha cumplido 92 años. Es pensionista y, desde hace seis o siete, viudo. «Me casé con una chica mallorquina que trabajaba en Francia. La conocí y en un mes nos casamos en su pueblo, en Sóller, o más concretamente, en el Port de Sóller. Yo tenía 20 años. El cura quiso que hiciéramos unos cursillos prematrimoniales y yo le dije que no, que en el matrimonio lo importante es la pareja, y si por no hacer esos cursillos me tengo que casar detrás del altar, me caso… Se ve que le convencí y nos casó. Sin cursillos».

Del matrimonio nacieron tres hijos «que me dieron no sé cuántos nietos... Y es que, por cosas que a veces pasan en las familias, no me relaciono con todos. Por eso, al quedar viudo, pensé en irme a vivir a un pequeño apartamento, pero mi nieta mayor, que desde muy niña siempre estuvo muy cerca de nosotros, me dijo que de irme a vivir solo, ni hablar. Que me fuera a vivir con ellos. Y con ellos sigo, en Petra, en una casa que tiene una cochería que he convertido en almacén y en taller, donde pinto, ya que últimamente no hago esculturas. ¿Sabe…? -se le ensombrece un tanto la mirada-. Lo que sí me da envidia es ver a otras familias unidas, con sus hijos y sus nietos, reunirse de vez en cuando, todos juntos… Y me da envidia porque eso no lo puedo hacer».

En el libro Vidas con Arte, escrito por Patricia Chinchilla, se cuenta que a Cunill le gustaron mucho las mujeres, por lo cual, la fidelidad, en su vida, quedó en un segundo plano. El veterano artista asiente. «Lo sabe todo el mundo». ¿Y en la actualidad, tiene alguna por ahí?, le preguntamos. «Conozco a una mujer, joven, pintora, que tiene un hijo…. Pero si nos vemos para ir a comer es solo como amigos, y hablamos como tales».

Niño de la post guerra

Cunill fue niño de la post Guerra Civil española, pues cuando esta terminó tenía nueve años, por lo cual no tuvo una vida fácil, «ya que no había dinero, ni nada. De ahí que a veces me tuviera que conformar con un trozo de pan mojado en agua. Así que me tuve que espabilar y ponerme a trabajar. Desde siempre quise ser herrero, tal vez porque cerca de casa vivía uno que me dejaba estar en la herrería en lo que él trabajaba. Yo me entretenía viéndole y jugando con algunas herramientas. Pero a mi madre no le gustaba ese oficio. Quería que fuera barbero, por lo que me llevó a una barbería, a que aprendiera el oficio. Todo iba bien hasta que tuve que afeitar, dejándole casi sin una oreja al cliente. El barbero, diciéndome que no servía, me echó sin más. Así que volví a la herrería, ahora con un objetivo: llegar un día a trabajar en la mejor de Mallorca, Can Garí. Y como en mis comienzos me esforcé mucho, a las 14 años tenía trabajando a gente a mis órdenes. Algunos no estaban conformes con que yo estuviera por encima de ellos, pero el patrón les decía que no había nadie que trabajara como yo».

Tras casarse, trabajó en una ferretería, Can Bauzá, en Sóller. «Se puede decir que allí fui el primero en trabajar el aluminio, haciendo esculturas». Más tarde, le llamaron de Palma, desde Can Garí, «aunque cuando llegué, vi que no era Can Garí, sino una subcontrata suya, Can Piqué. Pero me dio lo mismo, me puse a trabajar, y con el tiempo estuve dirigiendo a más de cien hombres, la mitad de plantilla, y la otra mitad, externos. Con el tiempo, monté mi propia empresa, en lo cual me ayudó el prestigio que tenía dentro del gremio y que todos los proveedores me conocían. Así que me lancé a esta aventura como empresario, llegando a contar con 25 empleados. Y en ella estuve hasta que me jubilé, cerrando la empresa. ¿El balance…? Positivo en todos los aspectos», asegura.

Trabajo muy meticuloso

Prueba de ello son los trabajos que ha realizado a lo largo de su vida, entre otros, y así, a vuela pluma, la escalera de hierro y latón de la Relojería Alemana, de Palma; la barandilla de hierro forjado de la Clínica Rotger; el escudo en acero y latón del Cappuccino Gran Café; esculturas en el jardín de la Misericordia; el cerramiento de la Capilla de la Verge de Lluc, «gracias al cual -dice, orgulloso- la Virgen puede lucir las joyas sin temor a que nadie se las robe»; el también cerramiento de la Verge de Monte Toro (Menorca); el Escudo del Club de Vela del Port d’Andratx; el escudo de la puerta de la tienda de Mercedes Benz de Palma, etc., Además de los títulos que ha logrado a lo largo de los años de su vida laboral, como el de Maestro Artesano en Latón, Maestro Artesano en el oficio de Escultor, presidente de AITAME, miembro de la CAEB, presidente de FEBIN, o Asociación de Carpinteros de la Madera, Fontanería, Electricidad y Metalurgia, sin olvidar las numerosas medallas y diplomas, y las no pocas fotografías en las que aparece junto a políticos, empresarios importantes… o junto al mismísimo rey Juan Carlos I.

Por otra parte, como escultor, nos recuerda que ha expuesto en Mallorca, Barcelona, Nueva York, Miami, Chicago, París, Londres, Madrid, diversas ciudades de Italia, sin olvidar la obra que tiene en Can Prunera, de Sóller, que entregó personalmente a Pere Serra, «una de las personas que más ha hecho en Mallorca por el arte y los artistas».

Tras una breve pausa, en la que nos pareció que hacía un recuento de las cosas que ha realizado a lo largo de su vida, a fin de no dejar ninguna, reflexiona en voz alta: «Fui un maestro artesano del metal que derivó en escultor, además de empresario, con gente trabajando. Y lo más importante de todo, que para llegar a dónde llegué, no necesité dinero, ni nombre, solo trabajo y trabajo. Y también ilusión, y sobre todo, deseos de experimentar y de crear. Todo ello básico para el artista -y apostilla-: «Para mí, el trabajo ha sido, incluso, más importante que la familia, ya que esta vivía gracias al trabajo… Un trabajo muy meticuloso, hecho a conciencia».

La Fibromialgia y él

Y en cuanto a las esculturas, que son muchas las que también ha hecho a lo largo de su vida, reconoce que «si las he podido hacer es porque he sido herrero, de ahí que sean unas esculturas muy personales… Y si las tocas, no notarás ningún defecto en ellas, ni siquiera una soldadura que no está bien». A algunas las guarda en la cochería de la casa de su nieta que utiliza como almacén y taller. «¿Que por qué ya no hago más esculturas? Pues porque, entre las que tengo y las que podría seguir haciendo, cuando me muera, ¿qué iban a hacer con ellas…? ¿Malvenderlas…? Por eso he parado de hacerlas, pero, como el artista sigue estando dentro de mí, ahora pinto… ¿Que cómo es mi pintura…? Diría que tiene cierta influencia mironiana. Sí, hago una especie de figuras en las que lo importante es el colorido que les doy… ¿Cómo se lo diría…? Más que pintar, ensucio la tela con colores».

Puede que de una de las cosas que más se arrepienta Cunill, todo por haber trabajado tanto a lo largo de su vida, «es no haber prestado la atención que se merecía mi familia, de no haber sido un buen padre. Sí, les di de todo, incluso puse a una mujer a trabajar en casa, pero me olvidé de lo más importante: estar más tiempo con ellos. Y eso lo estoy pagando ahora».

De unos años a esta parte, Joan Cunill colabora desinteresadamente con la obra de AFISA (Asociación Fibromialgia La Safor), de Valencia, entidad presidida por Luisa Aris Santiago, que ayuda a los enfermos de Fibromialgia. «Les suelo mandar cuadros míos, para que los sorteen o los vendan, y los beneficios que consigan se los queden, ya que es un grupo que no tiene ayuda de nadie…. De verdad que no entiendo como los políticos -más que decirlo, parece como si pensara en voz alta- no les ayudan. O no destinen dinero para que se investigue sobre esta enfermedad, pero…. Es que no hay políticos, sino vividores de la política, gracias a la cual cobran buenos sueldos, pueden ir a los mejores médicos, no les falta de nada… Imagino que si un familiar de un político importante sufriera Fibromialgia, ¡seguro! que destinarían dinero para investigar esta enfermedad. Por eso esta buena gente, sin ayudas oficiales, hace lo que buenamente puede, y yo, al enterarme de su existencia, que fue a través a una marchante que tenía, colaboro dentro de mis posibilidades».