Valeria y su perro Vladimir, posan junto al edificio de la calle Ferreria, 4, que ahora recupera el Ibavi. | Teresa Ayuga

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Durante las acampadas de la manifestación el 15 de mayo de 2011 en la Plaça d’Espanya de Palma –conocido a nivel nacional como el Movimiento 15-M–, que fueron las más duraron de todo el país (de mayo a octubre), un grupo de cinco activistas ocuparon ilegalmente el edificio del carrer de la Ferreria, número 4, que pertenece al Ibavi desde 1994. David Rojas fue uno de los primeros en entrar e instalarse, junto a otros compañeros, en tres pisos que estaban vacíos.

Esta decisión se tomó como respuesta a un desahucio de una madre con dos hijos que, por la crisis del momento, no podían pagar las rentas mensuales. Fue un caso muy conocido, recuerdan desde Stop Desnonaments Mallorca, porque fue el primer desahucio que consiguió paralizar un movimiento social, que hoy es la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH). Una chivatazo de un trabajador del Ibavi informó a la PAH que este edificio del carrer de la Ferreria disponía de viviendas totalmente vacías, a pesar de la lista de espera «de más de 2.000 personas», porque todos los pisos debían de ser destinados al alquiler social. Este hecho se sumó a las reivindicaciones del movimiento social y fue otro motivo para okupar las plantas.

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Valeria Wilter Ballester, de 48 años, una de las primeras inquilinas tras el 15-M, es la última en cerrar la puerta del último bastión del movimiento okupa del Casc Antic. Ayer entregó las llaves y ahora el Ibavi tendrá que valorar si destinar edificio al alquiler social, como hasta ahora, o venderlo. Sin embargo, lo primero que hará será rehabilitarlo. Hasta ahora, vivían otras tres personas, que ya están reubicadas por los Servicios Sociales del Ajuntament de Palma en colaboración con el Govern.

Por aquí han pasado muchos inquilinos ilegales, pero Valeria no solo destaca por haber permanecido casi 10 años en este edificio abandonado por la Administración, sino porque proviene de una familia de artistas y bohemios de Ciutat. De padre mallorquín, emigró desde Argentina a Palma con dos niños pequeños en 2011. Anteriormente, en 2001, habían llegado su madre y hermanos. En Palma tenía a sus abuelos mallorquines emplazados en la calle Miramar –su abuelo era pintor y nació en la calle del Temple– y una tía suya, María Isabel Ballester, escultora, tenía allí su taller.

Los primeros años de Valeria en la Isla los pasó entre un piso compartido y la casa de su madre. Pero en el año 2015 entró en las listas del Ibavi y se le otorgó un piso de la tercera planta del edificio de Ferreria, número 4. Su situación económica ha variado con los años, pasando por mejores y peores momentos. Ha estado vinculada en la restauración pero también en movimientos artísticos. Dice que cuenta con la formación de Pedagogía en Artes Escénicas, titulación que no pudo homologar en España.

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Esta mujer pagaba una cuota de unos 200 euros. El edificio ya contaba con tres pisos okupados desde 2011 por activistas del 15-M, como una chilena en el cuarto piso y un conocido artista trans en la primera planta, entre otros. Por ejemplo, David Rojas vivió en este edificio durante nueve años. Él fue, además, uno de los responsables de okupar Sa Foneta (lo que es hoy el Müller de la Plaça d’Espanya) en el 15-M.

Valeria Wilter recuerda los últimos años, desde la pandemia, como «horrorosos». Además de arrastrar problemas de pagos con el contador de luz desde que entró en el piso, «problemas que nunca fueron solucionados por la Administración, con lo cual pagué mucho más de lo que tocaba durante años», confiesa, el edificio tuvo una gran plaga de chinches.

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«La gente empezó a irse cuando vio la realidad de la finca, los que tuvieron opción, o fueron reubicados en otras viviendas de protección oficial. La pintura de la pared se cae a pedazos y todos los pisos están en el mismo estado que el mío», lo dice mientras enseña para este reportaje la humedad que hay en todas las habitaciones. Con dos hijos todavía adolescentes, Valeria ha tenido «miedo». Hasta hace poco la puerta del exterior no se cerraba: «Aquí ha entrado mucha gente a pincharse y siempre ha habido okupas». Cuando el Ibavi recibió el primer aviso de plaga de chinches, en julio de 2022, llevó a cabo en dos ocasiones la desinsectación, pero según Valeria, el problema no se resolvió.

Si uno entra en el edificio, hay unas cuatro puertas tapiadas. Sin embargo, la estructura arcaica y precaria no se ha modificado en todos estos años. Solo la puerta del que era hasta ahora la vivienda de Valeria es nueva, un gasto que asumió ella hace unos años y lo hizo por seguridad, porque en una ocasión intentaron entrar a robar.

La lucha contra la morosidad

Desde 2019, el Ibavi trabaja para erradicar la morosidad en su parque de viviendas sociales. Este edificio, sin embargo, ha sido un reducto importante y continuo para la ocupación ilegal y que, al parecer, no todos los pisos se han destinado al alquiler social, ya que la mayoría han permanecido durante años okupados.

Es ahora cuando el Ibavi recupera su edificio con un cúmulo de deudas por parte de los inquilinos que han ido pasando por las propiedades. Valeria, por ejemplo, confiesa que dejó de pagar «más de doce cuotas» en los últimos años. Hace seis meses que esta mujer llegó a un acuerdo para entregar las llaves. «Estos meses estoy rehaciendo mi vida en Barcelona. Cuando llegué a Palma la última vez, me di cuenta de que era la última inquilina del edificio, porque las dos familias que quedaban ya estaban reubicadas a otras viviendas de protección oficial. A mí, sin embargo, no me ofrecieron nada», explica Valeria, que acumula una deuda de, al menos, cinco mil euros. Valeria ahora empezará una nueva vida y este edifico quedará en el recuerdo de muchos –como David Rojas– por haber sido un reducto de «justicia social».

Los vecinos de la barriada, así como opina esta inquilina, opinan que la gentrificación en el barrio es «enorme». «Es imposible alquilar por la zona, yo lo he intentado muchas veces, ya que los pisos del edificio de Ferreria no están en condiciones para vivir. Lo que pasa que aquí se especula mucho, es inviable para los ciudadanos encontrar un alquiler digno. El Casc Antic es un barrio que he visto cómo se ha ido entregando a los extranjeros y a grupos corporativos», lamenta Valeria.

Tras la expulsión de todos los inquilinos de este edificio del Ibavi, en el carrer de la Ferreria solo queda un bloque gestionado por la Fundación Patronat Obrer y el comedor social Zaqueo. Si uno se pasea por las calles colindantes, todo lo demás son hoteles y viviendas de lujo.