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«Esto es un bucle», dice uno de los vecinos del Arenal. No hace falta tener que buscar una hora concreta para encontrar turistas bebidos en este rincón de Palma. «Es que están las veinticuatro horas borrachos», afirma Alain Carbonell, vicepresidente de la Associació de Veïns del Arenal. «Empiezan a beber por la mañana, siguen a mediodía y toda la tarde, por la noche prosiguen y de madrugada, cuando han cerrado los locales, hacen botellón en la playa. Duermen en la calle o en un banco de la calle un par de horas y siguen con la juerga», resume Carbonell.

El turismo de borrachera ha tomado con fuerza las calles de este destino turístico que ha conseguido uno de sus objetivos: prolongar la temporada. Otro asunto es que el público que traiga sea de calidad. Esta misma semana se daba en sus calles una reunión de civilizaciones: el teutón sediento de cerveza y los estudiantes españoles que acaban de pasar por la Selectividad. Ambos colectivos necesitan pasar por el rito de noches locas en s’Arenal, combinando alcohol y playa las veinticuatro horas.

Mientras tanto, los vecinos de la zona conviven entre el insomnio, el enfado y la estupefacción. «Estamos a 14 de junio y ya se me han metido en el jardín de mi casa hasta seis guiris borrachos en días diferentes, intentaban buscar un atajo para llegar al hotel», cuenta Miguel Pascual, vocal de la asociación vecinal. El último intruso fue esta misma semana. «Van con Google Maps buscando su alojamiento y pasan por mi propiedad. Le pegué un grito para que saliera del jardín y cuando se giró, llevaba todos los pantalones llenos de heces», cuenta indignado.

A las diez de la noche, muchos turistas alemanes ya presentan un estado lamentable. De madrugada es habitual verles caminar haciendo eses, deambulando tras la ingesta salvaje de alcohol, en busca de su alojamiento. Dadas sus dotes interpretativas, podrían formar parte del elenco de The Walking Dead sin grandes esfuerzos. Eso, el que viene con hotel, porque esta temporada, denuncia la Associació de Veïns de Platja de Palma, se está extendiendo la práctica del viaje exprés de veinticuatro o cuarenta y ocho horas solo con avión. «No contratan ni hotel», cuenta Carbonell. Para dormir, eligen las playas o bancos. Algunos, como se ve en las imágenes, caen derrotados en las aceras o en las jardineras. Cualquier rincón es bienvenido cuando el sueño, o los vapores etílicos, hacen de las suyas.

A las diez de la noche de un día entre semana es posible ver el estallido de la juerga alemana en todo su esplendor. En la calle del Jamón, los locales están atestados de clientes. Entre los hombres, muchos en la veintena, se extiende el uso de la camiseta del equipo de fútbol. Ellas, que están en franca minoría, microvestidos o pantalones reducidos a su mínima expresión.

La calle del Jamón, un hervidero teutón y etílico

Decibelios

En la calle del Jamón la música suena atronadora, con los decibelios al aire libre. Los guardas de seguridad, de considerables dimensiones corporales, vigilan que el desmadre no traspase los límites. La venta ambulante de gafas de sol y diademas de luces campa a sus anchas y los lateros ofrecen ofertas inmejorables al que quiera ahorrarse unos euros.

Es casi medianoche y en los muros de la playa se apostan centenares de personas. No hay hueco para sentarse y tomar unas cervezas al aire libre. Ya por la mañana estaban los turistas germanos tomando el sol mientras ingieren latas de cerveza y botellas de vodka, que una vez vacías alinean en los muros como si se tratara de una competición. Pese a la abundancia de contenedores de basura, hay uno cada cinco metros, los bebedores compulsivos prefieren no hacer el esfuerzo de tirar los desechos a los cubos y los dejan por ahí. No hay ni un respiro para los operarios de Emaya que, según los vecinos, a las cuatro de la mañana inician las tareas titánicas de limpieza del campo de batalla. De poco servirá ya que a las pocas horas ya vuelve a estar sucio.

Muchos de los turistas se alimentan a base de comida rápida y dejan los restos en el suelo. «Las gaviotas se alimentan de la comida que dejan tirada», aseguran los miembros de la asociación vecinal.
«Hay un parte de la hostelería que intenta mejorar la oferta para atraer el turismo de calidad. Y muchos hoteles se renovaron para subir a las cuatro estrellas», afirma Carbonell. Pese a las inversiones millonarias, este año el turismo de borrachera ha tomado con fuerza este enclave.

Un turista duerme en una jardinera del Arenal

A las fuerzas teutónicas se han sumado en los últimos días el batallón de estudiantes españoles en viaje de fin de curso que celebran que han acabado los exámenes de selectividad. «Aquí han venido casi 8.000 estudiantes estos días», explican los miembros de la entidad vecinal, que pelea por mejorar la zona. «Antes venía el turismo familiar, los jubilados y luego en los meses más fuertes, julio y agosto, los jóvenes con ganas de juerga. Pero es que ahora empiezan ya en marzo a venir los turistas de borrachera. Se ha alargado la temporada, pero para mal», se lamentan los residentes.

El Megapark y alrededores están atestados de juerguistas alemanes, los lateros gritan «bier, bier!» para publicitarse. El antiguo Balneario 6, lugar mítico de las juergas teutónicas, ha escondido su nombre pero sigue atrayendo a los devotos de la jarana. «Aquella era la perfumería que más vendía en todo s’Arenal», señala Carbonell a un local. «Pero ya lo han dejado. No hay negocio y no se vende. Aquí lo que prima es comprar la comida en supermercados, minimarkets o en la venta ambulante. Los turistas vienen sin dinero», dice Carbonell, que se lamenta de la magalufización de s’Arenal.

Ya en la zona más próxima a s’Arenal de Llucmajor, todavía en los límites municipales de Palma, los hoteles van acogiendo a los jóvenes estudiantes españoles, que van regresando de los conciertos a los que acuden en masa. El alcohol, como no, se convierte en una asignatura pendiente que quieren aprobar con nota.

Del chuletón al kebab

«Yo tenía un restaurante con chuletones pero la gente no tenía dinero. Así que me pasé a la hamburguesa y el kebab, pero como no hay manera de encontrar personal, he tenido que cerrar el restaurante», dice un empresario de la zona. Los vecinos que tienen la mala fortuna de vivir junto a uno de estos hoteles se lamentan del insomnio. Uno de ellos se queja de que «el ruido de los gritos se oye hasta en mi dormitorio. Es un murmullo que no para». Mientras él intenta dormir, miles de personas siguen inmersos en la frenética fiesta de casi veinticuatro horas y que parecer que no tendrán fin hasta septiembre.

Planes

El recién nombrado alcalde de Palma, Jaime Martínez, lleva en su programa electoral proyectos que afectan a la Platja de Palma. Así, Palma sería «la sede nacional del comisionado para la rehabilitación de las zonas maduras de toda España». Platja de Palma y Cala Major serán los proyectos piloto de este comisionado. Por otro lado, Jaime Martínez visitó la zona durante la precampaña y habló de la necesidad de inversiones para modernizar el barrio. «Hace falta un proyecto que de verdad se preocupe por acometer el cambio que el barrio necesita», señaló durante su visita.