María José Monzó y su marido, Luís Reina, compraron su casa, en primera línea del Molinar en 1999. Llevan años recibiendo ofertas semanales para adquirirla, que ni siquiera se molestan en atender. | P. Pellicer

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A pesar de las noticias, cada vez más preocupantes, el Molinar se resiste a cambiar. A nadie que haya visitado este peculiar barrio de Palma se le escapa que tiene una extraordinaria personalidad. Paseando por este barriada marinera es fácil enamorarse del encanto de su paseo marítimo y su estilo desenfadado. Su situación privilegiada, las vistas al mar, las pequeñas calas y su cercanía con Ciutat lo han convertido en una de las zonas de moda de la capital balear y, por consiguiente, en el objeto de deseo de inversores extranjeros y, por qué no decirlo, de especuladores.

Aún así, los vecinos de toda la vida del Molinar se resisten a desaparecer. Se asemejan a la aldea de Asterix y Obelix en la Galia. En el cómic creado por Albert Uderzo y René Goscinny el enemigo a batir eran los romanos invasores, en el caso del Molinar la gentrificación provocada por el turismo de lujo y los nuevos residentes que adquieren viviendas para alquilar o veranear unos meses, unas semanas o tan solo unos días.

Precios disparados

«Cada semana tenemos ofertas millonarias por vender nuestra casa. No hay día que no tengamos cartas de agencias inmobiliarias. Pero han pinchado en hueso. Nosotros no vendemos», explica María José Monzó, residente en el Molinar desde 1992, que adquirió una primera planta en la calle Vicari Joaquín Fuster en el 99, es decir en primera línea. Y que se ha convertido en objeto de deseo de muchos.

«Mucha gente se piensa que los que viven aquí son ricos. Ni mucho menos. Mi marido es pensionista, yo autónoma. Somos clase media, como la mayor parte de los residentes que llevamos media vida en esta zona», apostilla María José, al tiempo que recuerda que adquirieron su casa antes de la llegada del euro, a un precio razonable para una vivienda que, en realidad, se caía a cachos. «Poco después empezaron a subir los precios y la situación se complicó. Las viviendas de primera línea quedaron al alcance de gente con dinero o extranjeros», lamenta.

Cambio radical

Para muestra, un botón: según los datos elaborados por el Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (API), extraídos del Registro de la Propiedad, el precio medio del metro cuadrado de las viviendas vendidas entre el 1 de enero de 2019 y el 25 de junio de 2022 en esta barriada es de 4.132,16 euros. Por eso no le debe extrañar a nadie que la plataforma vecinal Salvem El Molinar alerte de la compra indiscriminada de viviendas por parte de capital extranjero.

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La calle Vicari Joaquín Fuster se ha convertido en el objeto de deseo de los inversores extranjeros.

«No se trata de una tendencia, es una realidad», apostilla Toñi Fernández, portavoz de la asociación. En este sentido, Fernández recuerda que hay vecinos de primera línea que reciben diariamente cheques en blanco y otros, más mayores, han terminado vendiendo por cifras astronómicas, yéndose a una residencia donde están mejor atendidos y, de paso, compran casas en otras zonas más económicas para sus hijos. Este es el tipo de transacciones que se están llevado a cabo en el Molinar», lamenta esta vecina, que lanza un mensaje alto y claro al Consistorio palmesano: «Estamos a un paso de perder la idiosincrasia propia de la zona de esparcimiento de los palmesanos. Cuanto más tardemos en actuar, más viviendas reformadas y cerradas veremos. Hay que evitar que suceda lo que ha ocurrido en el casc antic de Palma, por ejemplo. Está en nuestras manos evitarlo»

Si el barrio está cambiando, por qué no dan su brazo a torcer María José Monzó y su marido y venden su casa: «No se dice a la ligera dónde está tu hogar. Mi familia sí puede hacerlo. Mi hijo, por ejemplo, trabaja en Londres. Cada vez que llega, o justo antes de subirse al coche para llevarlo al aeropuerto, recorre los escasos metros hasta el mar y echa un vistazo. Eso no se paga con millones», finaliza Monzó.