Mientras algunos empresarios se afanan en la limpieza, en otros locales cuelga ya el cartel de ‘Se traspasa’. | Jaume Morey

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Una mezcla de miedo y de ganas de arrancar de una vez. Michelle Caporale, propietario de La Bottega de Michele y otros dos restaurantes de la calle Fábrica, preparaba este viernes con sus empleados la reapertura en una de las zonas cero de las terrazas de Palma. Será uno de los empresarios que el lunes coloque las mesas pero señala que no serán la mayoría de los locales de la calle quienes lo hagan: «Mucha gente se lo piensa todavía, la mitad más o menos cerrará y alguno no volverá a abrir, pero nosotros lo vamos a intentar», señala.

En uno de los locales situados al inicio de la calle ya hay un cartel de se traspasa y, este viernespor la mañana, apenas había actividad para preparar la apertura en cuatro de los establecimientos. Normalmente, la Bottega tiene espacio en la calle para instalar 50 sillas para comensales en la terraza. Eso en tiempos normales. Ahora ese espacio se reducirá para unos 20 más o menos. La intención de Caporale es no entrar en la zona central de la calle ni buscar más espacio a pesar de que se pudiera habilitar alguna zona a mayores y hubiera un permiso.

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En sus terrazas ya existían unas mamparas que separaban las mesas y ahora se volverán a montar para separar cada grupo de dos o cuatro comensales. En una de ellas, gel para desinfectar las manos. Los camareros atenderán siempre con mascarillas, lo mismo que el resto del personal. «La nuestra es una cocina muy abierta, de cara al público», dice.

Caporale pide que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tengan sentido común con la vigilancia y recuerda en algún momento se patrulló con moto o coche patrulla por la zona peatonal lo que, a su juicio, puede terminar por intimidar a la clientela. «Que tengan buon senso, aquí no hay droga ni delincuencia».

Confía en que la clientela responda en la apertura sobre todo porque muchos de los que van a su negocio son residentes y no depende tanto como otros locales del turismo. «Estuvimos abiertos hasta el sábado 14 y mucha gente vino a comer por última vez», recuerda. Desde entonces ha mantenido cerradas las cocinas y han optado por no hacer comida para llevar: «Los mayores decían que la pasta, cuando pasa la puerta, está muerta».