Cristina pasea con un perro por la calle Joan Miró de El Terreno. Antes de que se declarara el estado de alarma llegó a sacar a la vez hasta seis canes. Los perros fueron el primer ‘salvoconducto’. | Jaume Morey

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Quien más quien menos se ha hecho ya una composición de lugar y ha reflexionado sobre lo que ha cambiado –tanto en lo general como en los particular– desde que se decretó el estado de alarma por el coronavirus que, atenuado, llega este sábado a su día 56.

Cristina Arco ha salido a pasear con su perrita. Se llama ‘Tula’, un pastor belga. Aunque podría estar paseando por el bosque de Bellver, ha elegido otra ruta en las calles de El Terreno, donde vive. Conoce bien el bosque y lo ha frecuentado mucho. Hace unos días vio «más gente que nunca». Haciendo deporte o paseando perros, como ella.

La diferencia es que no hace tanto (a principios de marzo) no salía sólo con ‘Tula’ sino con cuatro, cinco y hasta seis canes. «Limpiaba casas y también cuidaba perros que me dejaban sus dueños cuando se iban de vacaciones o no podían atenderlos», dice para añadir que «ahora nadie se va de vacaciones y sacar al perro fue, al principio, una de las pocas salidas permitidas», añade.

Es mallorquina, tiene 45 años y ha vivido «en muchos sitios»; pasó ocho años en Andalucía y allá contactó con una ONG dedicada al cuidado de animales. Perros y también gatos. Supone que, «cuando todo pase», se reanudará su vida anterior.
El de Cristina es un ejemplo de cómo han cambiado las cosas. No sólo desde el inicio del estado de alarma, sino desde que éste ha ido pasando por diferentes fases. Los sábados son el día que elige Pedro Sánchez para sus comparecencias.

Rosa Rodríguez y Antonio Coll son un matrimonio que ha salido a pasear. Se han sentado, frente a frente, en dos bancos de la Plaça de la Mare de Déu de la Salut, frente a la iglesia de Sant Miquel. «Pero nos llevamos bien», asegura Antonio, empresario de la construcción jubilado. Su empresa, que ahora lleva un hijo, trabaja en la ampliación de la academia de tenis de Rafael Nadal. Discrepan sobre si la vida cambiará para bien o para mal. Rosa se inclina por lo segundo. «¿Tú crees?», pregunta él. Y ella se reafirma: «Ojalá la normalidad fuera lo que teníamos hace tres meses».

Hay algo así como un conato de revuelta ante una oficina del BBVA en la plaza del Olivar. Ahora hay colas para todo y parece que a alguien le vencen los nervios al ver que dos hombres entran directamente.

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Hoy, ‘parte’ semanal

«Eh, la cola», dice un ciudadano que inmediatamente es secundado por otras personas. «Que tengo cita, que vengo a acompañar a mi padre», responde el hombre ‘señalado’ como gran infractor.

Anda por ahí un jubilado, que se llama Pedro y que contempla la escena con cierta resignación y algo de ironía en su mirada. «No sé, no sé si todo esto cambiará para bien», comenta mientras espera su turno para una gestión.

Gabriel Fuster y su madre Margarita Martí caminan por la calle 31 de Desembre. Es el turno de paseo de las personas mayores de 70 años. Es algo que también ha cambiado y que hace meses era impensable.

Margarita tiene 92 años y no se movió de casa durante la fase de confinamiento duro. Fue su hijo el que le informó de las diferentes fases del estado de alarma. «Miraba por la ventana y me preguntaba por qué la gente no podía salir», explica Gabriel, que tampoco tiene nada claro que la gente vaya a cambiar «para mejor». Su madre empuja el andador que también sirve para llevar una garrafa de agua. Vienen de hacer la compra.

«Aquí manda la economía, siempre ha mandado. Y, sobre todo, mandan los empresarios del sector hotelero. Siempre se ha hecho lo que ellos han querido», asegura Gabriel, que entiende que tampoco hay que precipitarse en salir. «Si hay un rebrote, será peor», añade su madre.

Y llega el sábado: día del ‘parte’ de la semana siguiente.