Mahécor Mbengue, sosteniendo un ejemplar de su libro. | M. À. Cañellas

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Mahécor Mbengue nació en Senegal y emigró a Mauritania, donde estuvo cuatro años hasta que en 2006 se subió a una patera para ir a Canarias. Luego pasó por Madrid para llegar finalmente a Mallorca, su residencia actual. Hace poco publicó ¿Occidente como meta? De Senegal a Mallorca; una novela autobiográfica en la que cuenta cómo migró hasta la Isla.

En la novela aborda su travesía.
— Hablo de mi experiencia, la migración y las dificultades a las que nos enfrentamos para conseguir una vida mejor. Participaba en la vida política de Senegal, pero en 2002 me fui a Mauritania con el objetivo de llegar a Europa. Trabajé como profesor de literatura francesa durante cuatro años y después de cuatro intentos pude coger una patera hasta Canarias.

Habla de intentos, ¿Cómo funciona el sistema de las pateras?
— En el primer intento no pude coger el barco porque había mucha gente y en el segundo se adelantó la hora de salida. La tercera vez nos pilló la policía antes de zarpar y me mandaron de vuelta a Senegal. Pude volver a Mauritania y la cuarta vez conseguí subir a la barca. Embarqué gratis, porque tras el golpe de estado en Mauritania la escuela donde trabajaba perdió muchos alumnos y alquilábamos los espacios a las mafias, donde se quedaba la gente que luego cogería una patera.

¿Cómo fue la experiencia en el cayuco?
— Fueron cinco días muy duros. Éramos 106 personas, sentadas sin poder movernos. Me pasé el viaje mareado casi sin poder comer. El agua y la comida se terminaron al tercer día. El motor se averío y el miedo se apoderó del lugar. Pudimos repararlo y por la tarde empezamos a ver luces y una montaña. La gente empezó a cantar y bailar, pero aún quedaba para llegar. Comenzó una tormenta que duró cuatro horas y sobre las 05.00 llegamos al puerto de Los Cristianos (Tenerife).

¿Pensaba que moriría a bordo?
— No, tenía la fe de que llegaríamos. Nunca pensé en coger una patera pero tal y cómo se presentaron las cosas, no tuve otra opción. No tenía miedo, porque como gestionaba el GPS sabía donde estábamos más o menos y eso me tranquilizaba.

Tras la odisea por mar, llegó la burocrática ¿Cuál es más difícil?
— Investigué sobre los acuerdos de devolución y vi que Mauritania no tenía con España, pero Senegal sí. Por eso cuando me entrevistaron siempre dije que era mauritano. De los 106 que llegamos repatriaron a 102. La parte de jugarse la vida es peligrosa, pero hacer frente al ámbito administrativo también tiene riesgo.

¿Cree que hay que estar preparado para enfrentarse a la parte administrativa?
— La mayoría de la gente que coge una patera no tiene claro este punto y la burocracia es difícil para las personas que no están alfabetizadas.

Miembro de Cáritas, de la Junta de la OCB e impulsor de programas de cohesión social. Rompe los esquemas de la narrativa de la ultraderecha.
— Siempre que hablo con gente que apoya estos discursos digo que los inmigrantes son también los que cuidan a los mayores de Mallorca, trabajan en los hoteles, en los pueblos, la ganadería...Son gente que aportan a la economía española. Personalmente, estos discursos nunca me han afectado, sabía donde estaba, cuál era mi lugar y tenía siempre quien me respaldara. Cuando hablo con paisanos del tema siempre apoyo que hay que conocer las lenguas locales y ser una persona recta.

¿Qué hace falta para conseguir la integración social?
— Los gobiernos se tienen que implicar, hay que crear espacios de encuentro donde la gente pueda intercambiar conocimiento. Yo, por ejemplo, he podido conocer la cultura mallorquina y dar a conocer la mía. Hay mejorar también el punto de la convalidación formativa, porque para poder hacerlo tienes que estar en situación regular. A mi me pasó, porque no podía presentar el expediente académico. Es un camino largo y difícil.

«Nunca le diría a nadie que no venga, pero sí que se lo piense bien, porque es muy difícil»

Después de todo lo que ha pasado, ¿recomendaría a otros seguir su camino?
— Yo he conseguido mi objetivo, formarme y venir a Europa, que ha sido todo un reto. Por tanto, no le diría a nadie que no venga, pero sí que se lo piense bien porque es muy difícil. Muchos creen que es llegar y besar el santo.

Desde que usted cogió una patera hacia Canarias, ¿cree que la situación del flujo migratorio ha empeorado?
— En los últimos años, creo que sí. El año pasado llegaron casi 40.000 personas a las islas. El cambio de gobierno senegalés había ayudado a frenar la curva, pero la gente sigue saliendo. Aún queda mucho por hacer, porque la dinámica no ha cambiado.

¿Le gustaría volver a Senegal?
— Siempre que tengo la ocasión voy. Estuve hace tres meses porque tengo allí tres hijos. Me gustaría poder traerlos aquí conmigo.

¿Existe siempre un sentimiento de añoranza?
— Sí, forma parte de emigrar; aunque con las nuevas tecnologías se lleva un poco mejor. Yo hablo con mi familia cada día.