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Los atascos puede que sean uno de los fenómenos humanos más igualitarios que se puedan experimentar. El extranjero que gastó más de 15 millones de euros en comprar una mansión en el Port d’Andratx o Son Vida pierde el mismo tiempo en su Porsche Cayenne que el empleado que va de camino al trabajo en su Opel Corsa. Nadie escapa a la espera. Los problemas de congestión en las carreteras de Mallorca o Eivissa no son algo nuevo, aunque su intensificación y que se hayan avanzado a principios de mayo por efecto del turismo, parece que este año hayan provocado una mayor indignación social. Muchos vídeos de ciudadanos quejándose por las retenciones circulan estos días por los grupos de WhatsApp, y decenas de vecinos de Sóller asistieron esta semana al pleno municipal para exigir soluciones por la falta de aparcamientos. «Queremos sentirnos visitados, no invadidos», afirmó ayer el conseller insular de Turisme, Marcial Rodríguez. Los atascos evidencian mejor que nada el monocultivo turístico, incluso, más que la masificación del centro de Palma, de la que se puede rehuir evitando ciertas calles. De los embotellamientos es imposible, tampoco para el que no tenga vehículo privado, porque el deficiente transporte público de las Islas también los sufre. Quizás la saturación de las playas y calas sea otro fenómeno comparable, pero el del atasco irrumpe en todo momento y durante casi todo el año.  El modelo turístico que tenemos repercute negativamente, y desde hace demasiados años, en el medio ambiente, en el alto precio de la vivienda que atrasa la emancipación juvenil o la precariedad laboral. Es una lástima que nada de todo eso fuera suficiente para reaccionar antes, pero parece que los atascos han abierto los ojos a un PP que hasta ahora lo negaba.