Moisés Carlos Moral, víctima de los atentados del 11 M residente en Baleares.

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Moisés Carlos Moral (Lorca, Murcia, 1986) tenía 17 años cuando el ferrocarril en el que viajaba explotó a cien metros de Atocha en Madrid. Es el único miembro con residencia en Baleares inscrito en la Asociación 11-M Víctimas del terrorismo. Llegó a las Islas en 2014. Necesitaba un cambio de entorno. Ha conocido los claroscuros de Ibiza y Mallorca, pero de todo se queda con su energía vital.

¿Recuerda qué pasó en aquel tren en el que viajaba el 11-M?
–Recuerdo perfectamente cada segundo. Aquel día había huelga de estudiantes y por suerte el tren iba menos cargado que otros días. Yo vivía con mi familia en Alcalá, trabajaba en la construcción y tenía que hacer un transbordo en Atocha para llegar al trabajo. El trayecto duraba unos 45 minutos. Iba medio dormido, descansando y cuando se anunció la parada de Asamblea de Madrid-Entrevías me espabilé porque tenía que prepararme para salir en Atocha y marca la diferencia llegar puntual o no. Se escuchó un ruido grande, no parecía una bomba pero mi vagón descarriló. La primera reacción fue de sorpresa, luego se sintió la explosión. Primero explotó el vagón de cabecera y luego el penúltimo vagón. Yo viajaba en el último. En ese momento supe que estaban explotando bombas. Sentí como me atravesaba la onda expansiva y al abrir los ojos era el caos total, olía a cuerpo quemado y mi cerebro asoció que la siguiente explosión sería en mi vagón, estaba convencido de que sería el siguiente. Con otro chico intenté abrir la puerta, pero era imposible. Noté una luz a mi espalda y era una ventana, salimos por allí. Cuando bajé vi las vías, los trenes, montones de personas muertas, heridos, miembros por todas partes. Fue muy doloroso. Estaba en una guerra. Me acuerdo de que me quedé mirando una pierna, pero le faltaban trozos y no lo entendía.

Lamento hacerle recordar esto
–Contarlo forma parte de mi proceso de aceptación. En ese momento te debates entre ir a ayudar o huir. Decidí ir a ayudar pero apareció la Policía. La verdad es que hubo una respuesta muy rápida porque mi tren explotó a 100 metros de Atocha y había al lado un cuartel de la Policía municipal. Nos pidieron que desalojáramos para atender a las personas más graves. Era un estado de guerra, todo gritos, cuerpos, ... Al darme la vuelta en mi vagón había una montaña de personas muertas, destrozadas, recuerdo el cuerpo de una chica desnudo. Al salir los vecinos de la zona bajaron y ofrecieron sus espacios. Se sintió mucho el calor de la gente que venía. Intenté avisar al trabajo de que no podía asistir.

¿No llamó primero a la familia?
–No, estaba deambulando y cayeron las líneas telefónicas. Aparecieron médicos y montaron hospitales de campaña. Yo tenía un zumbido fuerte en el oído y una mancha de sangre en la zapatilla. La sangre no era mía. La doctora que se me había acercado se fue porque había gente muy grave. Deambulé hasta que pude comunicar con mi familia. Mi idea era en una hora u hora y media volver a casa, pero tenía que ir al intercambiador de Plaza Castilla.

Creo recordar que cerca del intercambiador de Plaza Castilla o de Diego de León había habido años atrás una bomba de ETA
–Sí. En este país teníamos en la memoria reciente esas bombas. En 2004 aún había atentados de ETA. Al final conseguí hablar con mi madre y un tío mío vino a buscarme cuando conseguí salir del cordón.

¿Cómo vivió los días posteriores a los atentados?
–Esa noche, en realidad ese día entero, lo único que pensaba es que quería dormir con mis hermanas, con las que tenía un vínculo muy estrecho. Dormimos juntos y abrazados. Tenía que compartir con mi familia y mis amigos lo que estaba pasando. Soltar el relato fue reparador.

¿Necesitó hacer una pausa en su vida?
−Estuve diez días de baja y retomé mi trabajo. No tuve ayuda psicológica porque no la quería, no me abría, creía más en la autogestión.

Es difícil imaginarle de vuelta al trabajo en diez días. ¿Volvió a subir al tren?
-Al retomar el trabajo tenía que ir a una obra en Bravo Murillo y no necesitaba el cercanías. Cogí el bus hasta Avenida de América yo solo y en el metro los trenes son diferentes, los colores, los logos… pero al verme dentro del vagón tuve un ataque de pánico controlado. En cuanto empezó a hacer ruido reviví el episodio del día 11. Me autogestioné, comencé a respirar y a pensar que era prácticamente imposible que aquello volviera a pasar y aguanté las dos paradas. Fue una terapia de choque. Poco a poco empecé a retomar mi vida. Al cabo de unos meses tenía que ir a una obra en Fuenlabrada y ahí sí que ya tenía que coger el tren de cercanías.

¿Lo volvió a hacer sin ayuda?
−Por suerte un compañero venía conmigo. Me autoconvencí de que nadie iba a dominarme con el miedo, era un desafío interior. No iba a dejar que esta gente gane la batalla. Es lo que le decía a mis amigos: No voy a dejar que el miedo me domine y me sirvió bastante porque de Madrid a Alcalá tenía un trayecto de hora y media. Recuerdo miedo y nerviosismo. Fui leyendo el periódico y con mi compañero hasta Atocha. Fue reparador. Superé el miedo, aunque cada vez que monto en un tren hay una parte de mí que se acuerda del atentado pero de otra manera. Intento centrar mi atención en el momento presente. Siempre había escuchado que los psicólogos decían que el detonante de un trauma quedaba latente y podría salir después.

¿Le ocurrió?
−Sí. Años después, un verano en Lorca. Subimos a un castillo y abajo había un concierto, al ver a la gente apiñada allí abajo tuve una visión. Vi como esa gente explotaba. No dije nada en el momento. Luego lo conté. Sentía que soltarlo era la mejor manera de evitar el trauma, normalizar el contarlo y no crear un problema mayor. Si la parte mental se aísla y no puedes compartirla se crea un trauma más grave.

He hablado con otras víctimas de distintos tipos de terrorismo y algunas cuentan que sus amigos evitaban hablarles de lo ocurrido. Por lo que cuenta, usted sí normalizó el diálogo con su entorno.
–Sí, mi familia y mis amigos, me escuchaban y se interesaban y yo les decía que nadie iba a decidir por mí o a instaurar el miedo. Me rebelaba contra eso.

Tenía 17 años. ¿Si a esa edad no hay rebeldía, qué queda? ¿Cómo acabó llegando a Mallorca?
-En 2014 me fui a Ibiza por cambiar de aires y de vida, necesitaba un cambio de entorno. Viví en Ibiza cinco años hasta que empecé a sentir los problemas de la vivienda. Me desencanté con la energía de Ibiza y vi que era avariciosa y falsa. Con mi pareja de entonces nos marchamos a Holanda pero añoraba las Islas, el clima y sobre todo la vida social. Primero fuimos a Palma y en tres meses nos instalamos en Sóller porque no gestionaba bien el estrés de la ciudad. Con el tiempo mi pareja y yo dejamos de estar juntos y vi cómo los problemas de la vivienda de Ibiza se repetían en Mallorca. La pandemia provocó un éxodo de nómadas digitales que pagan un dineral para vivir en la Isla y empezó a ser inaccesible. Este último año me he tenido que ir a vivir a Costitx. He estado en una comunidad en el bosque durante un tiempo en Costitx. Mi último trabajo fue en el jardín botánico de Lluc. Ahora he vuelto a Madrid para atender una llamada de asuntos familiares, pero mi intención es partir en abril. Siento mucho amor por Mallorca. Hubo mucha gente que me iluminó y mi intención es volver. Quizá aprovecharé este tiempo para hacer una formación extra.

¿Sigue dedicándose a la construcción?
−No. Dejé la construcción por la crisis del ladrillo de 2008 y empecé a trabajar en logística. Luego en la hostelería, en Ibiza trabajé en lugares de referencia. También en retiros espirituales y en permacultura. Llevaba una finca en Sóller y celebrando el día de la permacultura en Selva conocí a Milan Alcántara, responsable del jardín botánico de Lluc. Necesitaba ayuda urgente porque la borrasca Juliette había hecho destrozos, pero ahora tenía unos asuntos familiares y me he visto en la tesitura de venir a ayudar. Estoy en ese paso pero estoy muy arraigado a la cultura mallorquina también. Me encanta la cultura mallorquina.

Dice que aprovechará para formarse ¿En qué especialidad?
-En la Isla tomé contacto con la radiestesia (la técnica de medir la energía que irradia la tierra). Hay sitios donde se generan geopatías, puntos en los que la tierra irradia energía negativa para el ser humano. Hay sitios de Europa donde ya se construye con un estudio de geopatía previo. También me interesa la habilidad de encontrar agua de los zahories, es una ciencia antiquísima. Los monasterios de Lluc y Randa están construidos en lugares con muchos vórtices energéticos. Es un mundo por descubrir, un conocimiento milenario que se oculta pero que a mi me atrae. También la conexión con la naturaleza y los caballos. En Mallorca no hay una formación específica, sé que en hay cursos en La Rioja y en Barcelona. Si crees en lo esotérico, en que puedes ayudar a las almas atrapadas a ir a la luz… Yo creo en eso.

¿Piensa que esa creencia está relacionada con el trauma vivido aquél 11 de marzo?
-No. Creo que si no lo hubiera vivido también lo habría sentido así. Mi abuela paterna siempre creyó en las almas. Me decía: Hay que tener miedo a los vivos, no a los muertos. Ha sido un proceso de desarrollo interno. Creo en la espiritualidad, en la de verdad, no en la gente que se pone un poncho y pide 200 euros. Vivimos en un mundo de polaridades.

Usted es el único miembro de la Asociación 11-M Víctimas del terrorismo con residencia en Baleares. ¿Mantiene contacto con ellos? ¿Se relaciona con otras víctimas?
−Al principio no. Cuando pasó todo aquello yo era muy joven y no me quería implicar para no hacerme daño, pero al final mi madre conoció a un señor que le recomendó que me apuntara. Estaba el tema del consorcio de seguros, el juzgado, el papeleo… Con el paso de los años no he mantenido un contacto activo al estar viviendo fuera, pero sí que siempre he sido solidario cuando me han pedido ayuda porque al final todo es política. Hay distintas asociaciones de víctimas del terrorismo y según quién gobierne mantiene o quita las ayudas. Es triste que sea así, pero vivimos en un mundo polarizado y corrompido.

¿Eso también lo aprendió en aquel tren?
-El 11-M me enseñó una parte y en los últimos años la gestión de la pandemia también me ha enseñado muchas cosas. Es triste ver a los políticos pelearse en vez de ponerse de acuerdo. Al final lanzan cortinas de humo para calentar la silla y asegurar su jubilación. La gestión de los rescursos es desastrosa. Difícilmente se podría hacer peor. No me siento identificado con ningún partido político. Son (aunque suene mal decirlo) la misma mierda de distinto color. Al final están creando un monstruo consumista sin poder darle de comer, pero la mayoría de la gente no es capaz de verlo. Es como el fútbol: soy de este equipo y voy con él a muerte. Hace falta un experto cirujano para extirpar eso. El control de masas se basa en el miedo y yo decidí que el miedo no tomaría el control de mi vida.

¿En los días posteriores al atentado se sintió engañado?
-Engañado, pero sobre todo triste de que un país por intereses políticos se metiera en una guerra. Los atentados del 11-M son atentados de falsa bandera del Estado Americano. Ya había pasado antes y sigue pasando. Vietnam, Irak, Afganistán… el Tío Sam manipula a la opinión pública y busca una excusa para ejercer la masacre. Luego se presentan como los ‘salvadores’. Es el mayor cáncer que hay y todos son títeres.

Han pasado 20 años desde el 11-M. ¿Lo que veía entonces lo sigue viendo hoy?
-En los días posteriores al atentado yo solo entendía que el presidente español nos había metido en una guerra para tener el favor de Estados Unidos. Poco a poco fui informándome e investigando y eso me hizo ver la idea de los atentados de falsa bandera.

Al final resultó que no había armas de destrucción masiva en Irak...
-No tenían armas de destrucción masiva. Nos manipularon y nos manipulan. Hay poca gente que se da cuenta y piensa diferente. La prensa, salvo contados medios independientes, no ejerce su papel como cuarto poder. Debería ser la que vigila a los otros tres poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Es difícil darse cuenta. Nos dejan sin libertad y sin tiempo de ver o pensar. Todos los desastres del mundo pasan para que seamos dóciles y tenernos ahogados. Con el tiempo se ha ido acumulando y la situación es vomitiva. Mi camino es salir de ahí y que no se apodere de mi la frustración.

Tras los atentados rechazó la atención psicológica ¿La ha necesitado después con el paso de los años?
–No. Solo hice una visita por presión familiar y porque era necesario para hacer los trámites. Para mí lo que me ofrecieron tenía carencias en la parte emocional y energética. Creo en la Psicología pero no en la Psicología occidental.

¿Tiene hijos?
– Sobrinos.

¿Saben lo que vivió el 11 de marzo de 2004?
–Son pequeños. Tienen 12, 6 años...A los mayores sí que les suena. Han pasado 20 años ya. Los atentados han quedado en la memoria colectiva como un hecho traumático en el que murió mucha gente y hubo muchísimos heridos. También fue una herramienta política a unos pocos días de las elecciones en España.

Escuchando su discurso me surge una duda ¿Culpa a los autores materiales del atentado? ¿Al Gobierno de España? ¿Al sistema?
–Todos tienen algo que ver. Para mí el culpable real es el sistema. El aparato logístico del Tío Sam y de las élites que hay por encima. ‘Déjame tu dinero y controlaré tu país’. El gobierno es el tercero o cuarto en el escalafón. Vivimos una dictadura del miedo. Lo aprendí ese 11-M en el tren de Atocha. Los autores materiales son simples peones de los que manejan los hilos. Lo más fácil es cargar contra el Islam, parece que hemos vuelto a las cruzadas. El hombre malo no es el de piel oscura y barba, es el del traje y maletín que te roba y empobrece. No el Islam. Es todo geopolítica. El Estado de Israel es gente podrida de dinero que se ha apoderado del poder. El judaísmo no es eso. Hay rabinos que están condenando los ataques en Gaza. Hasta que la población nos demos cuenta de eso y nos plantemos juntos para que no nos coman la cabeza.

Ha explicado que ha sido un socio poco activo en la asociación por la distancia. Este 11 de marzo, en que se cumplen 20 años de los atentados ¿Acudirá a los actos de homenaje?
–Sí, probablemente aproveche y vaya ya que no he podido antes, para honrar a las personas que murieron allí. Eso es lo importante. Ese era uno de los sentimientos más fuertes que tenía cuando pasó. La vida es una cuesta de emociones.