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Son las cuatro de la tarde del jueves, y el pleno del Consell ha finalizado. La suerte de Pilar Bonet, consellera d’Hisenda y Funció Pública, está echada, pero ella todavía no lo sabe. Llorenç Galmés, el presidente del Consell, ha estado entrando y saliendo del pleno, inquieto. Con la mirada perdida. Sólo sus asesores más cercanos saben el motivo de aquel nerviosismo, extraño en un político bregado como Galmés.

-Pilar, vine per favor al meu despatx, hem de xerrar, le espeta a su todavía consellera. La misma que compraba bombones y ensaimadas a sus compañeros del Consell, siempre generosa. Siempre atenta con todos.
-Claro, ¿pasa algo?

Presidente y consellera se sientan en el despacho del primero, frente a frente. Galmés, gélido, abre fuego:
-Escolta... Es la peor decisión que tengo que tomar, pero me ha llegado una información y he perdido la confianza depositada en ti.
-Si has perdido la confianza en mí tengo que dimitir...

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Pilar encaja el primer golpe, pero como su jefe no le ha desvelado de qué información se trata, lo intenta a la desesperada:
-¿Me puedes contar de qué se trata?
-No, no puedo.

La consellera empieza a dar muestras de flaqueza:
-Debe ser algo de mi empresa..., acierta a decir, aturdida.

La reunión no ha durado ni cinco minutos. Galmés se ha mostrado duro, inflexible. No le da ninguna pista sobre los datos que le han llegado y por unos segundos se cuelan unos silencios incómodos. Los dos saben que todo ha concluido. Y que ya no hay marcha atrás.

-Idò... Comienza Pilar, algo desconcertada. No acaba la frase y sale del despacho. Galmés sigue impertérrito, en su asiento. En menos de cinco minutos la carrera de la consellera espléndida ha quedado fulminada para siempre. Desde que aterrizó en el Consell, hace siete meses, solo ha hecho amigos: «Es un encanto, siempre tan atenta con todos». Cuando sale del despacho presidencial, Pilar tiene que detenerse unos segundos. Y digerirlo todo. Luego, solloza en silencio. Todo ha acabado para ella.