Miguel Matamoros. | Click

TW
1

Miguel Matamoros llegó a Mallorca en 1974; hará, aproximadamente, 50 años. Y llegó para jugar con el Real Mallorca.

En su país, Honduras, militaba en el equipo del Olimpia, el mejor de la liga, lo cual le valió ser el defensa central de la selección, y de la mano de ella, uno de los protagonistas de los tres partidos que disputaron contra en El Salvador para ser de la partida de los equipos que jugarían el Mundial México 70. En el primero de los encuentros, disputado en Tegucigalpa, vencieron los hondureños, en el segundo, que se jugó en San Salvador, se impusieron los salvadoreños, y al de desempate, celebrado en el estadio Azteca, de México DF, lo volvieron a ganar estos, por lo cual Matamoros se quedó sin Mundial.

Al margen de lo que significaron -clasificarse para un Mundial de fútbol-, estos tres partidos fueron la espoleta que hizo estallar la guerra entre ambos países; guerra cruenta, que duró unos tres meses, a la que uno y otro bando bautizó como la Guerra de los 100 días, aunque también se la conoce como la Guerra del fútbol.

Hasta años antes de los 70 el siglo pasado, Honduras y El Salvador, países vecinos y lindantes, eran más que amigos. Los habitantes de ambos pasaban de un lado a otro de sus fronteras sin ningún problema. Es más, muchos salvadoreños se casaban con hondureñas, y no pocos hondureños hacían lo propio con salvadoreñas.

-Mi abuela, que era salvadoreña -dice Matamoros-, se casó con un hondureño y se vino a vivir a Honduras. Pero un mal día para ambos países, Honduras recibió ayudas de Estados Unidos, con la condición de que rompiera relaciones con los salvadoreños, y el gobierno hondureño, a espaldas del pueblo, aceptó, cortando la entrada al país de aquellos, que a su vez prohibieran el paso al suyo a estos y …

-Pues que se armó la de Dios, ¿no, Matamoros?
-Algo de eso ocurrió, sí. Nos enfrentamos porque así lo decidieron los políticos, no el pueblo. Porque cuándo quisimos reaccionar, la decisión había sido tomada por parte de ellos, de los políticos, y esa decisión supuso dejar de ser amigos para convertirnos en enemigos.

-Y como ambos países son futboleros con pretensiones de jugar un Mundial … Concretamente el Mundial México 70, las bolistas del sorteo, caprichosas ellas, hicieron que ambas selecciones se enfrentaran, primero en Tegucigalpa y después en El Salvador.
-Así fue. Dentro de un clima de gran tensión entre ambos países, el sorteo nos enfrentó. Primero en Tegucigalpa, donde ganamos por la mínima, y la semana siguiente en San Salvador, donde perdimos por 3-0, que pudieron ser más, ya que a nada que pisamos territorio salvadoreño nos dimos cuenta de que todo, por parte de la hinchada, estaba preparado en contra nuestra. La primera noche que pasamos en un hotel no pudimos dormir debido a la jarana que los hinchas locales nos montaron debajo de nuestras ventas. Incluso nos tiraron petardos a las habitaciones. Por eso, al día siguiente, víspera del partido, muy en secreto, y sin que nadie lo supiera, nos llevaron a pisos particulares para que pasáramos la noche. Y el día del partido, en coches de la policía, nos desplazamos al campo, porque de haber ido en el autocar dudo que hubiéramos llegado. Y una vez sobre el terreno de juego, nos dimos cuenta que las cuatro gradas estaban en contra nuestra. Menos mal que entre ellas y dónde estábamos había una pista de atletismo, que sino…¡A ver quién se hubiera atrevido a lanzar un córner o un fuera de banda a nuestro favor! Lo cierto es que nos ganaron 3-0. El partido desempate los jugamos en México, con más policías en el campo que espectadores, y perdimos por 1-0, quedando fuera del mundial. ¡Ah!, y yendo en autocar al avión, nos comunicaron que El Salvador y Honduras habían roto relaciones diplomáticas, lo cual se tradujo en una guerra que duró tres meses, es decir, hasta que se les terminaron las municiones a uno y otro bando. Fue una guerra inútil, que no sirvió para nada, salvo para que en ella murieran jóvenes, muchos de ellos reclutados en la calle, a los que les daba un fusil, y sin ninguna instrucción, mandaban al frente, muriendo bastantes de ellos en él.

-Usted dice que llegó al Mallorca en el 74 del siglo pasado, como refuerzo para ascender.
-Sí, me ficharon para eso, pero en vez de ascender, descendimos, y volvimos a descender otra vez, para terminar en Tercera División. Y es que no siempre salen las cosas como uno quiere.

-¿Recuerda por cuánto fichó?
-La primera temporada, por 450.000 pesetas, más, por estar casado, un sueldo de 15.000 pesetas al mes, más 5.000 si ganábamos en casa, y 10.000 si lo hacíamos fuera. Mucho dinero si lo comparaba con lo que ganaba en el Olimpia, unos 300 dólares al mes, más primas por partido ganado… Alrededor de 600 euros mensuales, muy poco comparado con lo que cobraba en Mallorca.

-Por lo recordamos de sus tiempos de jugador, era más bien delgado, y no muy alto para ser defensa central. Sin embargo, nadie discutió que no luchara en el campo, que no plantara cara a los delanteros… Vamos, que era un defensa no fácil de superar…
-Si, una cosa era mi aspecto y otra que una vez en el campo fuera a por todas, aun sabiendo que el rival, en altura y en peso, pudiera ser superior a mi. ¿Y sabe por qué era así…? Porque mi madre, al descubrir que era asmático, me crió con aceites de tiburón y mofeta, a la que nosotros llamamos zorrillo. Por eso en el campo he sido fuerte y he sabido jugar con inteligencia, estudiando al contrario, provocándole sin dejarme provocar por él…

-¿Cómo era la vida de un futbolista de aquellos años en su tiempo libre?
-De los demás, no voy a hablar. En cuanto a mi, había lunes, nuestro día libre, muy locos. Éramos jóvenes, teníamos dinero, mucha gente nos admiraba.

-¿Es cierto que los futbolistas, al menos cuando estáis en activo, sois un poco torpes… Sobre todo si os tuvierais que desplazaros solos.
-En parte, sí, ya que mientras estamos en activo nos lo dan prácticamente hecho todo. Nos sacan los billetes, nos concentran en el campo para ir al aeropuerto, una vez en él, nos dicen por dónde hemos de subir al avión, dónde nos hemos de sentar… Y cuándo llegamos al destino, hay un autocar que nos espera… Supongo que si a un futbolista lo dejan solo en una ciudad y le dicen que se desplace a otra tomando un avión… Pues igual no sabe. Y si tiene que hacer un trasbordo, o tomar un tren, o un autocar, menos todavía. Y es que, como digo, nos lo dan todo hecho. Y en los tiempos actuales, más todavía.

-Volviendo a su vida como futbolista del Mallorca, además de descender, vivieron una huelga…
-Una huelga porque no nos pagaban, por lo cual nos encerramos en las instalaciones del campo. Fueron días duros. Por nosotros dieron la cara, defendiéndonos, los medios locales, José María García y el jugador Pepe Nebot, que se casaría con María José, la hija del segundo entrenador, Turró. Con aquella huelga no es que, a título personal, consiguiéramos mucho en aquel momento, pero si en el futuro, ya que a raíz de ella los futbolistas crearon la AFE. Yo, recuerdo, que como no tenía dinero, pero sí familia, me endeudé mucho. Años después, tras denunciar al club en el Federación, recuperé parte de lo que me debían con lo que pagué bastantes deudas que había contraído.

-¿Qué hizo después del fútbol?
-Ponerme a trabajar en la construcción como encofrador. Luego, durante 18 años, estuve como encargado del campo Rafael Puelles, y en los últimos ocho años antes de jubilarme en hostelería, en Santa Ponça.

-¿Cuál es su estado actual?
-Estuve casado, tuve tres hijos, me divorcié, luego me uní a una inglesa, con la que tengo un hijo, que trabaja en Inglaterra, que se lleva muy bien con los otros tres

-¿Y qué hace ahora?
-Vivir lo mejor que pueda el tiempo que me queda.

-No añora aquellos años de fútbol, de gloria…
-Me acuerdo a veces, como ahora, que estamos hablando… Pero soy muy realista y sé que aquello pasó. Por lo tanto vivo.