El catedrático emérito de Historia de la Educación, Bernat Sureda. | Jaume Morey

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Bernat Sureda (Palma, 1953) es catedrático emérito de Teoría e Historia de la Educación en la Universitat de les Illes Balears (UIB) y dirige el Grup d'Estudis d'Història de l'Educació. Acumula una larga trayectoria en el sector, que le llevó a ser vicerrector de la UIB y presidente del Consell Escolar de les Illes Balears. Con motivo de la reciente publicación del informe PISA, reflexiona sobre los retos inmediatos que debe afrontar la enseñanza.

¿Se le dan demasiada importancia a estas pruebas?
— A finales de los años noventa hubo una voluntad de establecer indicadores que favorecieran la comparación de los sistemas educativos, porque cada estado tenía datos diversos y dispersos. Se requerían unas pruebas que midieran resultados muestrales y se basaron en la comprensión lectora, Ciencias y Matemáticas. Todo esto tiene un valor, pero da poca información sobre las causas de esas notas. Eso hace que muchas veces se den tantas interpretaciones sesgadas. Es la limitación de las pruebas PISA.

Estos exámenes premian el trabajo competencial, como marca la LOMLOE. ¿Le sorprende que se le dé tanta credibilidad a lo primero y, a la vez, muchos rechacen la reforma educativa?
— Es una contradicción que evidencia las interpretaciones interesadas. Necesitamos pruebas poblacionales y no muestrales. Además, no es que los alumnos sepan menos, lo saben, pero de otra manera. Si se les plantearan los problemas matemáticos como se les enseña en clase, mejorarían los resultados en estas pruebas. Convendría tener estudios que den datos causales, detalles sobre el impacto que tiene el abandono escolar, por ejemplo.

¿Es más partidario de prohibir los móviles en los centros o concienciar sobre su uso?
— Como principio teórico, prefiero que se haga frente a este reto, en vez de prohibirlos. Aunque es un elemento que distorsiona y tampoco veo que sea necesario usarlo en actividades escolares. En todo caso, habría que enseñarles a usarlo correctamente porque es un instrumento muy poderoso: tienes todo el saber en tu mano, pero también te permite cometer ilegalidades.

¿Cómo recuperar el prestigio y la autoridad de los docentes frente a sus alumnos y las familias?
— Es un problema que hay que atajar. Uno de los factores más importantes del éxito educativo es que los profesores tengan apoyo de la Administración. Por eso son tan destructivas las manifestaciones en el Parlament para luchar contra el adoctrinamiento. Esto influye en que los padres desconfíen y se sientan empoderados para cuestionar al profesorado. Está claro que no es suficiente y quizás sería útil tener trabajadores sociales en los centros que ayuden en esta relación.

¿Está en crisis la idea de la escuela como liberación del alumno frente a su familia?
— Uno de los aprendizajes que proporciona la escuela es que pone a los alumnos en contacto con adultos que no son de su familia y con otros niños, le permite ver más allá de su entorno. La familia tienen su papel y la escuela el suyo. Esta concepción nació con la Ilustración y el pin o veto parental, por ejemplo, es una reacción antilustrada. El control que han pactado el PP y Vox en Balears para que los padres decidan sobre qué se da en las materias extraescolares, de momento, tiene un impacto muy bajo, pero fomenta la desconfianza sobre los docentes, les crea una presión añadida.

¿Hasta qué punto escolarizar a los hijos lejos de casa fomenta la segregación social, como prevé fomentar el Govern del PP?
— Tener menos zonas elimina la proximidad al domicilio y promueve que una familia vaya a un colegio mucho más lejos, pero al final, solo optan por esto los que pueden y tienen coche. Sin embargo, el problema es más grave porque la segregación se da por barrios, es resultado de una mala distribución urbanística. Se podría procurar repartir homogéneamente a los alumnos con más problemas para evitar que se concentren en un gueto. Si es imposible acabar con estos puntos, solo queda darles un apoyo especial, más recursos económicos. En todo caso, si no hay una actuación más allá de la escuela, no bastará.

Habla de una utopía fallida.
— Es que la escuela surgió para cohesionar y garantizar que cualquiera pueda llegar al máximo, pero vemos que esto, en gran parte, está fracasando. La educación vive un cambio social muy fuerte. También creo que el modelo concertado no ha acabado de funcionar bien. Tenía sentido cuando introducía una oferta diferenciada a la estatal, pero al mismo nivel. No funciona desde el momento en que cobran tasas de asociación de padres o la compra de uniformes porque esto les permite seleccionar a los alumnos, se produce discriminación. Se tendría que establecer una equiparación sin que elijan al personal como quieran.

El modelo lingüístico balear ha dejado de ser eficiente para fomentar el catalán, ¿se puede adaptar?
— Soy muy pesimista sobre la lengua porque el bombardeo es muy fuerte. Mis nietos, siendo una familia catalanohablante, usan el castellano. Lo tenemos perdido, pero hay un elemento importante: que al menos podamos vivir exclusivamente en catalán. Para garantizar esto, como mínimo, todos me tienen que entender, y si la escuela no lo garantiza, no lo conseguiremos. Basta cumplir la ley y al final de la escolarización todo el mundo pueda hablar ambas lenguas oficiales. Que alguien que lleve mucho viviendo aquí no te diga que no te entiende nada.