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Ya es un episodio casi folklórico que, al caer un poco de nieve en Mallorca, especialmente en la Serra de Tramuntana, numerosos ciudadanos se dirijan con sus vehículos a verla, por exigua que sea, jugar con ella y, sobre todo, hacerse fotos, hasta el punto de colapsar la red viaria. No siempre ha sido así. Hubo unos siglos en los que la nieve era habitual en la Isla y conllevaba una actividad laboral, muy dura, y económicamente importante. Y, evidentemente, no había carreteras ni vehículos para acercarse a ella. Si la gente de cierta edad recuerda 1956 como l’any de sa neu, la verdad es que Mallorca vivió unos siglos de la nieve.

Todo esto y muchas cuestiones más son las tratadas por Pere Segura en su monumental tesis doctoral La petita edat de gel a Mallorca, dirigida por Miquel Grimalt, presentada el pasado julio y que aporta novedosos y sorprendentes datos sobre la presencia y la importancia de la nieve en la Isla.

Segura explica que «la parte más destacable de mi tesis abarca desde 1600 hasta 1835, coincidiendo con la llamada Pequeña Edad de Hielo en el hemisferio norte, a la que Mallorca no escapó. Podríamos decir que, de media, las temperaturas serían 2 ó 3 grados más bajas que las actuales. Tenemos como herencia las cases de neu, -actualmente, unas 50 catalogadas- y sabemos que existió esa pequeña edad de hielo en toda Europa, con un río Támesis, por poner un ejemplo, congelado en diversas ocasiones, pero he querido revisar y analizar la documentación disponible en Mallorca al respecto».

Dos citas son las iniciales: el noble Hieronim de Jossa pide al Gran i General Consell en 1582 permiso para construir cases per guardar la neu y la Història General del Regne de Mallorca, de Joan Binimelis, que en 1595 documenta cases per guardar la neu en Fornalutx. A partir de aquí, en 1601 encontramos que el Convent de la Mercè, en Palma, sirve nieve como refresco con motivo de la festividad del Corpus y en 1603 aparece una primera cita de compra de nieve en Sineu.

Segura tiene claro que «con la meteorología actual, sería imposible llenar las cases de neu que conocemos hoy en día. Por ello he querido buscar datos que confirmasen por qué en esos siglos valía la pena construir y llenar las cases de neu, donde en cada una de ellas podían acumularse anualmente unas 50 toneladas».

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El ahora doctor en Geografía destaca que «entre finales de diciembre de 1728 y principios de febrero de 1729, en Mallorca nevó 33 días seguidos y siguió nevando esporádicamente hasta el mes de mayo. A finales de diciembre de 1788, en Mallorca nevó durante seis días seguidos. Puede parecer poco respecto al dato anterior, pero la nevada fue tan copiosa y abundante que toda la Isla quedó cubierta, matando ganado y arruinando frutales. El frío y la nieve se apoderaron de toda Europa occidental. El dato de 1788 es importante. En Francia, el frío y la nieve de ese año provocaron un período de hambre. Un año después estalló la Revolución Francesa. En Mallorca, algunos años tuvieron un verano realmente corto. La verdad es que podríamos decir que nevaba cada año y lo hacía unas cuantas veces».

¿Para qué servía la nieve? Segura señala que «sus usos principales eran reducir la inflamación de golpes en el cuerpo, rebajar las fiebres -sobre todo las provocadas por el paludismo, que eran muy altas y aparecían cada tres días en el enfermo, las llamadas tercianes- y el enfriamiento de bebidas y alimentos. Eran usos muy frecuentes y, en algunos años, como en 1719, las autoridades de Palma de expresaron su preocupación por la falta de nieve. Si faltaba, se traía de la Península, principalmente desde Barcelona. En la década de 1740, el célebre marino mallorquín Antoni Barceló recibió encargos específicos para ese transporte».

Segura indica que «en la época más álgida del consumo de nieve, en la primera mitad del siglo XVIII, cada día de un mes de agosto podían entrar en Palma hasta 51 animales de carga con 84 kilos cada uno. Eso eran más de 4.000 kilos diarios en agosto. Si miramos el consumo en años enteros, en esa misma época álgida, unos 500.000 kilos de nieve entraban en Palma. Concretamente en 1725-1726, se documenta la entrada de 485.000 kilos. Así, el consumo per cápita lo podríamos fijar en 16 kilos anuales por cada habitante de la ciudad, del que las clases más bajas, obviamente, quedaban fuera».

La actividad económica y de transporte era tan importante que las autoridades no dudaron en aplicarle una fiscalidad y un control ya desde principios del siglo XVII. Segura indica que «entre 1600 y 1835, he documentado unas 600 cotizaciones de la nieve. En los conventos he encontrado numerosas y detalladas anotaciones. Un convento de grandes dimensiones como el de Sant Francesc, con unos 140 frailes, podía recibir en un año de la época álgida más de cien somades de nieve, unos 8.400 kilos. Un convento de monjas, con menos residentes, como Santa Clara, podía recibir 25 somades en un año, unos 2.100 kilos».

El doctor apunta finalmente que «en Can Joan de s’Aigo, fundado en 1700, y en el Convent de la Concepció quedan vestigios de instrumental para la conservación y procesamiento de la nieve, como unas botellas altas de doble capa que, como termos, servían para preservarla durante bastantes horas. La explotación de las cases de neu era ejercida directamente por el senyor de la possessió o se alquilaba por una serie de años. He llegado a contabilizar, en el siglo XVIII, hasta 14 establecimientos donde se vendía nieve en Palma, pero a finales de ese mismo siglo la nieve empezó a no estar ya tan de moda, dando paso a otros productos como el chocolate y el café. Con la fabricación industrial de hielo, todo ese mundo relacionado con la acumulación, el transporte y el comercio de nieve empezó a desaparecer. En 1889 se instaló en Palma la primera fábrica de hielo y tenía un nombre ahora bien conocido: La Rosa Blanca».

El apunte

‘Paret seca’, suelo empedrado y cubierta de teja o ‘càrritx’

En Mallorca, la nieve fue un producto muy preciado para cubrir la demanda hospitalaria y gastronómica. Cuando nevaba en la Serra de Tramuntana, los nevaters tenían que actuar con rapidez para recogerla en las cases de neu. Si no era así, se podía dar la paradoja de no poder ir a recoger a las cases de neu porque, precisamente, la nieve se lo impedía. Las construcciones consistían en un hoyo cavado en el suelo, de forma elíptica o rectangular, recubierto con paret de pedra seca y suelo empedrado. Las cases de neu sobresalían algo más de 1,50 metros en el exterior y tenían cubierta de tejas o càrritx. El acceso al interior se realizaba por una puerta y en los laterales había agujeros para facilitar la introducción de la nieve. En Fartàritx, a los pies del Puig Tomir, todavía se puede ver una casa de neu con su cubierta.