Una jornada con los cetreros de Son Sant Joan. | Youtube Ultima Hora

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El trabajo de tres personas y once aves rapaces ayuda cada día a evitar incidentes en el aeropuerto de Palma. Es mucha la responsabilidad que recae sobre sus hombros (y alas), pese a que su oficio no goza de demasiado reconocimiento. «Si no estuviéramos, habría, como mínimo, dos impactos diarios de aves, uno en cada pista», calcula Pep Salom, al frente del equipo de cetreros. De entrar un pájaro del tamaño de una paloma en las dos turbinas, recalca, el avión podría caer, y aunque solo entrara en una, se tendría que abortar el vuelo y se producirían retrasos de varias horas. «Es difícil, pero no imposible, sino no estaríamos aquí. Con los halcones reducimos el riesgo casi al 99 %». Cada año suele producirse en Palma un impacto de consideración, tras el que el avión ha de ser reparado. En 2016, por ejemplo, un buitre impactó contra el lateral de un avión, a punto de aterrizar en Son Sant Joan, a la altura de Costitx. El ave quedó clavada en el morro de la aeronave. Los errores, asegura Salom, se pagan caros.

Para evitar tales situaciones de riesgo, de orto a ocaso dos cetreros y un auxiliar patrullan los alrededores de las pistas de Son Sant Joan en compañía de rapaces. Buscan animales muertos, para que otras aves no se acerquen en su búsqueda. Pocas sobrevuelan las pistas, dando muestra de la eficacia de su labor. «Nuestro trabajo es asustarlas para que no pongan en peligro los vuelos», recalca Salom. Hay muchas rapaces que sirven para el trabajo, pero las que se utilizan en el aeropuerto de Palma son halcones peregrinos, capaces de alcanzar los 300 metros de altura y asustar a las demás aves; buitres, grandes y blancos, para asustar a las gaviotas y aves grandes, y azores, para cazar pequeños animales que se puedan acercar. Según la necesidad del servicio, sueltan un ave u otra. «No todos tienen las mismas virtudes. Intentamos sacar lo mejor que puede ofrecer cada ejemplar».

Los guardianes del aire del aeropuerto de Palma

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Uno de los halcones peregrinos del Aeropuerto de Palma. Foto: T. Ayuga.

Entrenamiento

Enseñar a un ave de caza a seguir instrucciones concretas, en pro de la seguridad aérea no es tarea fácil. Pasan meses hasta que se las consigue adiestrar. A las ocho semanas de vida, los cetreros les ponen las correas y, si es un halcón, también una caperuza, para que vaya conociendo el guante, la voz y sepa que puede comer con seguridad desde la mano del cetrero. Durante las siguientes semanas, se entrena a la rapaz para que aprenda mediante repetición a hacer lo que se le pide. Juegan con el hambre justa de las aves, con tal de que alcancen una figura atlética y recompensarlas por sus avances. «No son como un perro, que lo llamas y viene. No entienden de amor. Conoce el hambre y el adiestrador. No existe ninguna filosofía más».

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Pep Salom con uno de los halcones en las inmediaciones de las pistas de Son Sant Joan. Foto: T. Ayuga.

Cuando ya controla las instrucciones sobre el guante, el entrenamiento pasa al posador, a un metro de distancia del cetrero. Se va alargando la distancia cada día entre ave y persona hasta alcanzar los 50 o hasta 60 metros. En ese punto, si el ave, pese a la distancia, responde al cetrero, se la considera preparada para ejercer su función como guardiana del aire del aeropuerto de Palma. Se le retira el cordón y se la deja volar en libertad. Ese día, reconoce Salom, «el corazón te va a mil por hora». Vuela en los alrededores y al oír la seña del cetrero, baja a por la presa, un ave al que quieren acostumbrar a cazar o ahuyentar, a modo de señuelo para que aprenda. Hace 40 años que Salom se dedica a la cetrería, a raíz de los programas de Félix Rodríguez de la Fuente. «Nosotros llegamos a quererlos, no es un sentimiento como el que se tiene como un humano. Te cae muy bien porque te da buenos momentos y muchas satisfacciones. Tú le enseñas y ella te ayuda a cazar. Los dos nos necesitamos y aprendemos juntos».

El apunte

Un 'Google Maps' para las rapaces

A cada ave se le coloca un chip GPS para localizarla en tiempo real. La alta distancia a la que vuelan las hace imposibles de ver en ocasiones. Los cetreros del aeropuerto cuentan con una aplicación propia en la que se indica en directo la velocidad, altura y posición a la que vuela cada ave. Un auténtico ‘Google Maps’ de aves rapaces, con el que siguen su rastro y acuden en su búsqueda cuando lo necesitan.