En la imagen, José Antonio posa con su hija María Luna, de ocho años, en una de sus visitas a Rusia.

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La música y la pintura son dos artes que conectan a José Antonio Franco, de 45 años y originario de Huelva, con su hija María Luna, de ocho años. Le puso Luna por su relación con la naturaleza y la energía, y María por la mujer, la creadora, y en homenaje a su madre y hermana. Juntos, tocan la guitarra y dibujan pero a través de videoconferencia, porque desde 2015 su hija está en Rusia con la madre.

José Antonio es otra víctima de secuestro parental. Vive en una autocaravana en una zona privilegiada de Mallorca, donde cada mañana ve el mar y la montaña. Pero a este padre coraje solo le llena el alma la menor. «Vivo por y para mi hija», dice sin titubear. Ha luchado de mil maneras y ha asimilado cosas que «no desearía a nadie».

Tras un proceso personal, donde ha tenido que perdonar y aceptar, ha propuesto ahora una recogida de firmas para instar al Ministerio de Justicia a que se exija una autorización del otro progenitor si uno de los padres quiere viajar con el menor fuera del país de residencia. Rumania es el único territorio europeo que exige este documento. La Asociación nacional NISDE, que lucha contra la sustracción parental, ha apoyado la iniciativa.

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De Vietnam a Rusia

La historia de José Antonio comenzó en un viaje a Vietnam en 2012. Allí conoció a la madre de su hija. Tuvieron a María Luna al cabo de dos años. «Imagínate que llegas a casa y que tu pareja se ha ido con tus hijos. Esto te puede pasar a ti mañana». Su niña tenía cinco meses cuando desapareció. «La busqué por todo Vietnam. Al cabo de un mes sin saber nada, su madre me envió una carta. Estaban en Krasnoyarsk (Rusia). Cogí una visa de tres meses y me fui para allá. En ese periodo la veía cuando su madre me dejaba», relata. «En esta cultura, es muy normal que las madres se lleven a los hijos. En Rusia no existe el Día del Padre, sino el Día del Defensor de la Patria. Cuando te ocurre lo que a mi, el shock es tan grande que no lo entiendes».

José Antonio consiguió más tarde un visado de estudiante para seis meses. «Con mi hija quedaba casi todas las tardes, siempre en casa de la abuela o supeditado a la presencia de alguien. A pesar de todo, para mí lo más importante ha sido, y es, el contacto con ella», relata. En ese mismo periodo pudo conseguir que se le reconociera legalmente como padre. Hasta ahora no lo estaba. También consiguió que su hija tuviera la nacionalidad española. Lo consiguió después de batallar durante dos años. En 2018 empezó un proceso para quedarse un año en el país. Fue un periodo muy complicado, reconoce, con juicios por en medio y «mucho desgaste físico y emocional», pues José Antonio se pasó seis meses sin ver a la niña por decisión de la madre. «Rusia no cumple con la ley, pero hay que entender cómo funcionan las cosas, y acabas aceptándolo».

Víctima de secuestro parental

En 2019, se instaló en Mallorca para continuar con su resiliencia. Habla con su hija por videollamada y viaja varias veces a Rusia gracias a las invitaciones personales o bien por visados de estudios. «Siempre he creído que la infancia es el jardín donde jugamos toda la vida y, como padres, debemos estar, de una manera u otra. Y ese es mi motivo. He cedido y cederé a todo». José Antonio espera verla de nuevo por Semana Santa.   

Él está en contacto con otros padres y madres víctimas del secuestro parental; asegura que «España es un país machista», que «a no ser que cambiemos la mentalidad, no cambiaremos estos hechos que ocurren. Esta entrevista la hago para concienciar y para que se condicionen las salidas de los padres con sus hijos». Pronto organizará una plataforma para promover la iniciativa, incluso se plantea una manifestación. «Llevo cuatro años preparándome para esto».