Carmen Barceló, fundadora de la ONG mallorquina Escola en Pau. | Teresa Ayuga

TW
8

La COVID hace estragos hasta en los proyectos solidarios, como la veterana ONG mallorquina Escola en Pau, con 20 años de trabajo a sus espaldas. La incertidumbre económica unido a que la pandemia ha imposibilitado realizar viajes al Sahara y que muchos niños saharauis se trasladen a la Isla, ha terminado ocasionando que el número de familias de acogida, el pilar de este proyecto, disminuyan de manera alarmante. En estos momentos hay solo 8 familias acogedoras en Mallorca en activo y 8 niños saharauis residiendo con ellas, estudiando y viviendo con ellas 10 meses al año. Y esperan que este año o el próximo se una otra más. Pero se trata de una cifra claramente insuficiente para el número de peticiones que llegan desde el Sáhara cada año.

Carme Barceló, fundadora de la entidad, es muy clara: «Necesitamos familias de acogida urgentemente. No sabemos qué está sucediendo, pero el proyecto Escola en Pau nació en Mallorca y se ha replicado en todas las comunidades. Mientras que en el resto del país la evolución es al alza; por ejemplo, en Barcelona hay más de 50 unidades familiares acogedoras o en Aragón una treintena, en la Isla estamos de capa caída. Hay que dar una vuelta a esta tendencia», lamenta Barceló.

Escola en Pau llegó a tener 44 familias acogedoras en su mejor momento en Mallorca, pero la situación a la que han llegado, no la habían vivido hasta ahora; incluso con la crisis económica de 2010, que obligó a muchas familias voluntarias a darse de baja porque no podían asumir el gasto de tener a niños acogidos en sus casas, había más acogedores que ahora. «No sé si es la incertidumbre económica, el miedo al coronavirus o a una crisis de valores y de solidaridad que afecta a toda la sociedad, pero tenemos que cambiarlo», afirma la fundadora de Escola en Pau.

Pero Barceló hace hincapié en que las familias hacen una labor tan buena como difícil: «Estos niños vienen de una cultura muy distinta, se necesita un esfuerzo brutal de comprensión, mucha sensibilidad y mediación: también tiempo para ayudarles a integrarse, a hacer los deberes, a que se sientan como en casa. Porque eso es lo que es, su hogar durante al menos diez meses al año», al tiempo que apunta que algunos de los niños desisten porque se les da mal el idioma o los estudios, «pero entre los 77 que han estudiado en Mallorca gracias a Escola en Pau tenemos muchos licenciados y chavales que han terminado hablando castellano, catalán e ingles».

En este sentido, recuerda que el mapa geopolítico ha cambiado radicalmente en los últimos años. El frente Polisario tenía becas para niños saharauis en Cuba, también en la universidad de Damasco (Siria), en Libia y Argelia. Ahora solo queda un país de todos estos y España se ha convertido en el destino de muchos menores saharauis, pero si no hay familias acogedoras, las posibilidades de labrarse un futuro de muchos de estos niños se disuelven como un azucarillo.