El metro del polígono está abandonado y en estado ruinoso, lejos del esplendor de los años de la Guerra Fría.

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Es una estepa grandiosa, con un pasado aterrador. Y el lugar más contaminado del mundo. El polígono de Semipalatinsk, en Kazajistán, fue escenario entre 1949 y 1989 de un total de 456 detonaciones nucleares de la extinta Unión Soviética. Un inmenso territorio que a día de hoy sigue arrojando niveles altísimos de radiación y que solo puede ser visitado con militares y equipos especiales. Pedro Obrador, aventurero mallorquín, ha entrado en aquel territorio prohibido, donde cientos de miles de personas han sufrido malformaciones debido a la tierra contaminada.

Tras la caída de la Alemania nazi y la rendición de Japón, en 1945, la obsesión de Stalin, el dictador soviético, era competir con los estadounidenses y conseguir también armas nucleares.

Siniestro polígono

Para el desarrollo del proyecto atómico de la URSS se creó un equipo de científico que lideró Igor Kurchatov. El mismo que ahora da nombre a la ciudad kazaja ubicada a 60 kilómetros del polígono de la muerte. Obrador, chófer de profesión, y que ha estado en la guerra de Ucrania o en Chernóbil, explica Ultima Hora que «los soviéticos eligieron Semipalatanisk porque era un emplazamiento enorme, del tamaño de un país como Eslovenia. Además, Kazajistán estaba muy poco poblado, con apenas 16 millones de habitantes». En ese siniestro polígono, rodeado de instalaciones militares ultra secretas, la Unión Soviética realizó dos tercios de todas sus pruebas nucleares, que equivalen a 2.500 bombas de Hiroshima y Nagasaki. «Nadie de las 700.000 personas que vivían en la región sabía lo que estaba pasando allí. Solo sabían que la noche se convertía de día y que una columna inmensa en forma de hongo de fuego y humo se elevaba al cielo», explica el viajero de Palma.

Pedro Obrador tuvo que enfundarse en un traje especial blanco para acceder a la zona.

Durante 40 años, hasta 1989, el polígono experimentó con los últimos avances atómicos, lo que generó una contaminación radiactiva tal que Naciones Unidas estima que más de un millón de personas sufren consecuencias por su exposición. Para llegar al polígono «nos subimos en un vehículos militar con un conductor, un dosimetrista con contador de radioactividad y un científico», recuerda Pedro Obrador.

Los militares fueron muy claros con el mallorquín y le desgranaron los riesgos que corría al adentrarse en aquel territorio contaminado, lleno de cráteres de antiguas explosiones atómicas: «Me dijeron que si en la Zona 0 se caía algo al suelo, como una cámara fotográfica o un teléfono móvil, ya    no había posibilidad de recuperarlo. Se quedaba allí para siempre». Obrador visitó el punto exacto donde se produjo el primer ensayo nuclear, con una bomba de 22 kilotones, similar a la potencia que tenía la lanzada en Hiroshima. La detonación produjo un enorme agujero en el suelo, donde hoy en día es un lago. Sumergirse en aquellas aguas, por descontado, tendría consecuencias fatales. «En los ensayos también se incluía la construcción de infraestructuras civiles y militares, como estaciones de metro, hospitales, granjas o aeropuertos con aviones militares, así como la ciudad de Kurchatov, a fin de determinar qué efectos producían las explosiones y la radiación», relata.

Bajo tierra

Los experimentos soviéticos en aquella estepa asiática no fueron todos visibles. De hecho, solo treinta bombas nucleares fueron detonadas en la superficie y 340 bajo tierra. Los vecinos advertían fuertes temblores, pero no sabían que las autoridades acababan de explotar cabezas atómicas bajo sus casas. El plan del Kremblin era tan secreto, que el polígono de Semipalatinsk fue borrado de todos los mapas oficiales, para que nadie reparara en él ni hiciera preguntas incómodas sobre aquella vasta área.

Pedro Obrador también visitó la sede del Instituto de Energía Nuclear de la ciudad de Kurchatov. Partió de Semey, a 140 kilómetros, lo que antes era una parte de Semipalatinsk y que fue paulatinamente abandonada por los habitantes cuando empezaron a sufrir inmunodeficiencias, tumores, leucemias y fetos con malformaciones. Nadie, durante la Guerra Fría, sabía lo que estaba pasando y poblaciones enteras enfermaban sin remedio. Algunos llegaron a pensar que aquella tierra estaba maldita y se registraron suicidios grupales de familias desesperadas.

Plan de descontaminación

El Gobierno de Kazajistán, en 1991, con la caída de la Unión Soviética, dio por terminada la experimentación nuclear e inició un ambicioso plan de limpieza y descontaminación de la ciudad, «por lo que a día de hoy algunas familias que se marcharon hace décadas están volviendo a sus antiguos hogares», resume el conductor mallorquín. Ya en el instituto de Energía Atómica, presentó su documentación y permisos para acceder al interior. Allí, una estricta directora le volvió a preguntar su nombre y Pedro contestó: «Cristóbal Colón». Tras unos segundos de tensión, ella soltó una carcajada y le dejó acceder a la sala de control desde donde se ordenaban los ensayos nucleares, incluida la mesa de los mandos con el famoso botón rojo. En el museo hay carcasas de las ojivas nucleares, equipos de observación y medición, carros de combate rusos reducidos a un amasijo de hierros y bloques de metal fundido por la radiación. También hay fotos de animales vivos que fueron usados como cobayas y un laboratorio con espeluznantes fetos mutados. Un vedel le advirtió que no sacara fotos: «Pero unos dólares hacen milagros».