La enfermera Warda Saied, que conoce los hospitales de Son Llàtzer y Son Espases, se implica con cada caso, sobre todo cuando los pacientes son niños. | Angie Ramón

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Warda Saied, 35 años, se emociona al pensar la suerte que tienen los países desarrollados que salvan las vidas de los niños cada día. «Aquí no tenemos materiales suficientes», dice, con rabia, esta enfermera. En 2013 visitó los hospitales Son Llàtzer y Son Espases. Su papel era traer a Tindouf nuevos conocimientos sobre sanidad. Allí sintió que hay cosas que no se deberían pasar por alto en ningún país como es la pérdida de un niño pequeño enfermo por falta de recursos. Más de un 20 % de la población saharaui menor de cinco años sufre malnutrición severa y muchas veces se detecta con una malformación en el desarrollo. El Ministerio de Salud de la República Árabe Saharaui Democrática no dispone de infraestructuras (o casas de salud, como las llaman) para curar o tratar estos casos, sino que dependen de que sean evacuados a otros países y, muchas veces, «somos el último eslabón», expresa Warda.

Warda es madre de cuatro niños. Dice que en cada caso «drástico» que le llega se involucra con sus madres. «A veces llamo para saber cómo está el menor y me cuentan que ha fallecido. No se puede explicar lo que es ser un refugiado saharaui», lamenta. Este es su pan de cada día. Warda lleva desde 2001 en programas para niños sanos, que desde 2009 se llama Pisis (Programa Integral de Salud Infantil), impulsado por l’Associació d’Amics del Poble Sahraui de Balears y financiado por el Fons Mallorquí, y cuenta también con la financiación por el Fons Mallorquí de Cooperació, y desde los últimos dos años se sumaron el Fons Menorquí y de las Pitiüses.

Ella fue una niña de los programas de verano de la Asociaciones Canarias de Amigos del Pueblo Saharaui. En primero de la ESO regresó a su hogar, en Tindouf, y se formó en la Escuela de Enfermería de Argelia. Si le preguntas qué le motiva a quedarse en los campamentos, responde, casi sin pestañear: «Mi causa, mi pueblo y la sonrisa de un niño. Esto último, vale millones». «Un niño sano es una familia sana», destaca Warda y detalla que los programas sanitarios contra la desnutrición cuentan con exhaustivas campañas de concienciación. Porque la detección precoz es la mejor medicina. Las responsables de cada dispensario (centros de salud de barrio) acuden tres veces por semana a las jaimas y a las casas de adobe para informar de la importancia de los controles sanitarios para sus niños. «La mayoría de madres y padres tienen normalizadas las malformaciones, las más comunes labios leporinos, paladares hendidos o vaginas cerradas. Es por falta de conocimiento, reconoce Warda, sobre todo por parte de las nuevas familias que, con la guerra actual, se han instalado en los campamentos de Tindouf y jamás habían visto un dispensario».

Pandemia

La pandemia paralizó la vida en los campos de refugiados. Se calcula que 2.800 personas tuvieron COVID, y hubo 90 defunciones. Pero que se detuviese el ritmo no fue a causa de las muertes, sino por sus consecuencias a nivel social y económico. Según el director del Hospital de Rabuni, el doctor Fadel Mojtar, desde el año 2020, la participación de las comisiones internacionales de salud, que acuden dos veces al año para tratar a la población saharaui, se redujeron drásticamente. «Las conexiones aéreas se complicaron, ha sido difícil la cooperación humanitaria».

Por otra parte, es difícil conocer la incidencia de algunas patologías, pero lo que sí se sabe es que hay un alto índice de enfermedades relacionadas con la malnutrición, problemas respiratorios y de anemia, entre otros. Es un logro, por ejemplo, que el programa de vacunación se cumpla por prácticamente toda la población de los campamentos y tengan una inmunidad de en torno a un 92 %. El Gobierno saharaui financia la sanidad, es decir que cualquier vacuna, medicamento o intervención es gratuita. «Es mejor quedarse con hambre que padecer una pandemia», dice el doctor Mojtar con énfasis.

Cuaderno de viaje

El trayecto de Mallorca a los campamentos de Tindouf es una sensación similar a la de estar, durante horas, en la consulta del médico: te tienen que llamar pero no sabes cuándo. El viaje hasta nuestro destino sabía que acabaría en algún momento. A pesar del cansancio, la agenda no dio respiro.

Calor de hogar

En la casa de adobe que me acoge siento un calor enorme. Allí el concepto de unidad familiar está muy presente y todos se ayudan unos a otros. Una de las cosas que hay que como invitado es el ritual del té. Si no tomas tres, no eres bienvenido.

‘Holas’ y abrazos

Los niños saharauis siempre saludan al turista con un efusivo «¡Hola!» seguido de un abrazo. Algunos te piden caramelos y otros, un selfie. Casi todos hablan castellano, algo que no me sorprende por la influencia de España en ese territorio y sus gentes.