Pablo Iglesias y Ole Decker, trabajando en Son Barrina. | M. À. Cañellas

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Pablo tiene 24 años, es gallego y ha terminado el grado en Economía en su Coruña natal; Ole Decker, en cambio, es de la ciudad alemana de Osnabrück y actualmente no está estudiando; mientras que Lara Santinho es de Singen, una pequeña ciudad al sur de Alemania, y este curso empieza Economía Internacional. Los tres forman parte del Cuerpo Europeo de Solidaridad (CES), un programa de la UE gestionado en Balears por la Direcció General d’Infància, Joventut i Famílies de la Conselleria d’Afers Socials, que permite a jóvenes entre 18 y 30 años colaborar en proyectos solidarios en el extranjero o en su país de origen.

Este curso han sido ocho los voluntarios –3 en Mallorca, 4 en Menorca y 1 en Eivissa–, y todos los proyectos están relacionados con el medio ambiente o el fomento del deporte. Pablo, Lara y Ole están a punto de finalizar su estancia de seis meses en la Isla, en donde han estado trabajando en la asociación Son Barrina, una finca entre Inca y Llubí, el hogar de la canadiense Connie Mildner y su marido, Brandon, de origen escocés. En este rincón de Mallorca trabajan la permacultura, o lo que es lo mismo, tienen como objetivo en su finca diseñar un espacio vital natural desde un punto de vista armónico, estético, ecológico y autónomo. Si estos jóvenes no hubiesen elegido Mallorca como lugar para desarrollar su voluntariado, lo más seguro es que sus caminos no se hubiesen cruzado nunca.

Voluntarios europeos: de la ciudad a trabajar el campo
Foto de familia de los voluntarios del Cuerpo Europeo de Solidaridad (CES), que han pasado los últimos meses en Baleares. FOTO: PILAR PELLICER

«Los chicos han realizado durante este tiempo labores de jardinería, implementación de diseños de restauración de ecosistemas, gestión de la energía y el agua, así como el mantenimiento de las instalaciones de Son Barrina», explica Connie Mildner, al tiempo que confirma que la experiencia ha sido positiva para todos. «Ellos nunca habían participado en un proyecto medioambiental, y nosotros nunca habíamos tenido voluntarios. Todos hemos aprendido de esta experiencia. Ha ido tan bien que queremos seguir recibiendo a más jóvenes dispuestos a conocer la tierra y trabajarla de una forma más sostenible», apostilla la responsable de Son Barrina.

Para Pablo, que no pudo participar en el programa Erasmus durante la universidad, está cursando ahora su Erasmus plus. «Me pareció una gran oportunidad para salir de casa; además, las condiciones eran muy buenas ya que nos pagan el alojamiento, la comida y el viaje, así que cuando Connie me dijo que quería que formase parte del proyecto, no lo dudé», recuerda este joven al que le ha dejado tan buen sabor de boca la experiencia, que pretende quedarse en la Isla, aunque no trabajando en el campo, si no como analista financiero.

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Ole y Pablo con Connie Mildner, responsable del proyecto Son Barrina. FOTO: M.A. CAÑELLAS

«Esta experiencia me ha servido para aprender sobre la regulación de la construcción en el campo y la cantidad excesiva de terreno que necesitas poseer para poder construir. Me gustaría que esta regulación se cambiara y pudiera haber algún tipo de excepción para comunidades como Son Barrina, que regeneran la tierra y tienen un impacto tan grande en el medio ambiente. Ver más comunidades de este tipo en Mallorca me haría muy feliz», apostilla este joven.

Por su parte, Lara Santinho, que ya ha vuelto a Alemania antes de comenzar las clases, asegura que se ha dejado un trocito de sí en Mallorca. «Decidí apuntarme al programa de voluntariado del CES porque me gustaba la idea de vivir un tiempo fuera de mi país y ayudar al medio ambiente, pero la experiencia ha sido tan inolvidable que repetiría con los ojos cerrados. Creo que vivir en el extranjero es un aprendizaje constante. He profundizado sobre la permacultura y la cultura mallorquina, pero también he aprendido mucho sobre mí. Y eso es muy valioso» finaliza Lara.

Lara, encaramada a un árbol.

Ole Decker se prepara para seguir unas semanas más en Mallorca con amigos, pero asegura que durante los seis meses que ha trabajado en Son Barrina «he descubierto muchas cosas de mí; cómo abordar los problemas y cómo resolverlos, si es necesario con ayuda de otros. Aparte de eso, he aprendido los conceptos básicos del trabajo artístico del vidrio y, por supuesto, cómo cuidar las plantas durante el verano», destaca este joven, que se sincera cuando habla de lo que se lleva tras su estancia: «Soy más valiente de lo que pensaba; trabajar con mis propias manos me hace feliz; la gente a tu alrededor es muy importante; y, sobre todo, no soy tan resistente al calor como esperaba».