Según datos de Convivèxit, el curso 2020/21 aumentaron los casos de acoso, así como las peticiones de asesoramiento | Josep Bagur Gomila

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El 21 de septiembre de 2004 Jokin Ceberio, de tan solo 14 años, se lanzó al vacío desde las murallas de Hondarribia, la localidad guipuzcoana en la que vivía. Le quedaban cinco días para cumplir 15. Ese día fatídico, en medio de la desolación por el suicidio de un adolescente con toda la vida por delante, que no soportaba ni un minuto más el acoso al que era sometido a diario por sus compañeros de clase, marcó un antes y un después en la sensibilización social sobre el 'bullying'. Su muerte desveló la historia de auténtico terror que vivió el adolescente los meses antes de suicidarse: un grupo de compañeros de su clase, el 4º A de ESO del Instituto Talaia de Hondarribia, lo venía sometiendo a una persecución sistemática a base de amenazas, palizas y vejaciones.

No hay duda, todo cambió con la muerte de Jokin. O eso parece. El impacto mediático y la conmoción en la sociedad española fue tal que arrancó de todas las partes implicadas, gobiernos, colegios y hasta los propios padres, el compromiso de atajar este grave problema para activar protocolos o establecer medidas preventivas. Han pasado casi 18 años de ese terrible suceso. Hace dos días, Izan, un niño de 11 años de Lloseta, explotó en casa diciendo que «mi vida es una mierda, ya no quiero vivir más».

Ese miércoles era su cumpleaños y había acudido a la actividad de verano en el mismo centro escolar en el que estudia, el CEIP es Puig, con una tarta de cumpleaños para celebrarlo. Fue recibido con los insultos habituales 'gordo', 'foca'... y durante el momento de cantarle el habitual feliz cumpleaños, lo cambiaron por 'feliz cumpleaños, gordo de mierda'. Su familia ha denunciado públicamente que ningún monitor hizo nada por evitarlo, al tiempo que ha asegurado que no es un incidente aislado, ya que lleva cuatro años sufriendo insultos y escupitajos por parte de un grupo de ocho chavales sin que el colegio haga nada por evitarlo, siempre según las quejas de la familia de Izan.

Situaciones como la de este menor llosetí hace pensar que, aunque se activan protocolos, el problema sigue tan vigente como hace años. La Conselleria d'Educació ya puso en marcha el curso 2016/17 un protocolo estandarizado antibullying para todos los centros de las Islas. El objetivo pasaba porque los docentes tuvieran claro cómo actuar ante los casos de violencia en las aulas y ponerles fin; que se unían a los planes de convivencia que muchas escuelas ya habían creado motu proprio durante los últimos años. ¿Funcionan? Según datos del Instituto para la Convivencia y el Éxito Escolar (Convivèxit), el curso 2020/21 aumentaron los casos de acoso, así como las peticiones de asesoramiento relacionadas con el malestar emocional, la depresión y las conductas autolesivas, con la apertura de 308 expedientes, de los que 87 fueron valorados finalmente como casos de bullying; en comparación, el curso anterior 2019/20 se abrieron 262, de los que 69 siguieron adelante.

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Estos datos de Baleares van en consonancia con las cifras que se barajan a nivel nacional. Un estudio de Asociación NACE (Asociación No al Acoso Escolar) desvela que uno de cada cinco niños escolarizados sufre bullying en España y solo el 15 % de las víctimas se atreven a contarlo a familiares o profesores. Las cifras aumentan ¿por qué? La crisis sanitaria y las nuevas tecnologías han creado nuevas formas de ‘bullying’.

Otros casos

El caso de Izan no ha sido el único que ha llegado a los medios en Baleares. El más conocido, sin duda, es el del famoso youtuber Miquel Montoro, que ha confesado que empezó a hacer sus famosos vídeos sobre su pasión por el campo huyendo del bullying al que era sometido por algunos compañeros de clase, «simplemente porque era gordito. Se reían de mí porque era así», recordaba en un emotivo vídeo en el que pedía luchar contra el acoso escolar: «Lo más importante es por qué se tienen que reír de ti por ser diferente. Eso no es justo», aseguraba.

Otro incidente que llegó a las portadas nacionales sucedió el 5 de octubre de 2016 en el colegio Anselm Turmeda de Palma. Una niña de ocho años fue apaleada –según la versión de la menor y sus familiares– por un grupo de compañeros de clase por un riña con un balón, sin que hubiera profesores delante. La familia denunció los hechos como un caso de bullying porque, aseguraban, «no era la primera vez que la menor era acosada», al tiempo que concedían entrevistas a medios locales y nacionales como si les fuera la vida en ello.

Con la maquinaria mediática echando fuego, la opinión pública exigía responsabilidades y dimisiones; hasta que llegó el informe de Educació, que fue claro: no hubo intencionalidad previa o bullying en este caso. Es decir, pasamos de un caso de acoso escolar a la típica pelea puntual de patio de colegio... ¿Las consecuencias para los agresores? Suspensión de entre 3 y 5 días de la escuela, dependiendo del nivel de participación durante el encontronazo, y una carta de disculpa a su compañera por lo sucedido. Durante 2017, la familia de la niña fue perdiendo todas las demandas que presentó; la última, la no admisión de la querella contra el centro, en julio de 2017.

No hay que olvidar, por ejemplo, el caso de Tonet Boadilla. La noche del 23 de noviembre de 2020 se tiró por la ventana de su habitación para quitarse la vida. Esta fue la manera en la que su familia se enteró de que era víctima de acoso escolar desde un año antes. Durante 2019 y 2020, Tonet escribió varias cartas personales en las que explicaba lo que sentía cuando sufría acoso escolar. En algunos escritos llegaba a avisar, y a pedir perdón, a su familia y amigos por querer acabar con su vida: «Lo siento, no soy perfecta / lo siento, me corto / lo siento, quiero rendirme», aseguraba en es cartas que nunca entregó y escondía en su escritorio.