El pálpito ha vuelto a las terrazas frecuentadas por británicos en las Islas. Sin embargo, la próxima temporada podría ser muy diferente. | Efe

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El progresivo encarecimiento de la factura eléctrica en Europa se percibe también más allá del Canal de la Mancha. Con tal sablazo de las compañías al maltrecho bolsillo del consumidor británico medio se alienta poco el ahorro o el crecimiento económico, y mucho menos el gasto en ocio o en vacaciones de verano, por ejemplo. Una buena o una mala noticia, dependiendo de los ojos con que se mire.

De un lado la conflictividad laboral va en un sostenido aumento entre distintos sectores productivos del Reino Unido, y las ya célebres huelgas del transporte metropolitano de Londres son solo una expresión más que se inserta en un tupido collage de reivindicaciones de mejoras salariales de carteros y servicios postales, estibadores y basureros, entre otros. El aumento del coste de la vida invita a ello, también, para el Reino Unido en los tiempos inmediatos al Brexit. Tiempos difíciles fuera del paraguas de la Unión Europea (UE) fuertemente marcados por la pandemia primero, y por la guerra de Ucrania y todas sus consecuencias después.

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Si los ingleses viven su ‘verano del descontento’, en Mallorca y el resto de Baleares se habla cada vez más del ‘verano de la saturación’. Los vuelos en los tres aeropuertos de las Islas no cesan con su ir y venir, Son Sant Joan presenta cifras más abultadas que antes de la Covid rebasando los 1.400 vuelos diarios, y las carreteras y las playas andan a rebosar de ávidos visitantes e instagramers buscando captar la mejor fotografía o vivir la mejor experiencia posible, del todo ajenos a los agoreros que pronostican el fin de la abundancia. Con todo los balances económicos de las empresas y autónomos baleares no se disparan como cabría esperar, por efecto de la inflación y el alza generalizada de precios.

Mientras los políticos alertan de las consecuencias de un otoño y un invierno económicamente duros y complicados, los residentes de un territorio frágil y limitado como el archipiélago balear han visto pasar del SOS Turismo de lo peor del coronavirus al SOS Residents que se ha puesto de moda últimamente. Algunos parecen añorar aquellos meses de pandemia y desescalada en los que, por motivos desgraciados, Mallorca quedaba solo para los mallorquines, y las aguas estaban más cristalinas y las calas vacías. En el equilibrio se halla la virtud, dicen.