José Antonio Fernández, Mayte Viana, Edison Saldaña y Carlos Alberto Abril, usuarios de Son Ribes. | Pere Bota

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Cuando uno entra en Son Ribes, sabe que no es otro centro de inclusión social al uso. Conviven un máximo de 18 usuarios, personas a las que la suerte les ha jugado una mala pasada, se han quedado sin techo, sin trabajo y no cuentan con una red familiar que les apoye. Para muchos de ellos, esta finca se ha convertido en su hogar, y sus compañeros, una familia. «Están tutelados por los monitores, pero ellos se organizan: hay turnos para poner la mesa y recogerla después de cada comida; hay que tirar la basura; las habitaciones tienen que estar limpias y ordenadas; pueden ver la televisión; talleres de formación y salidas culturales pactadas entre todos», explica Gaby Esnal, monitor del centro.

Nueva vida

El colombiano Edison Saldaña es músico, toca la trompeta y llegó a Mallorca buscando un futuro mejor en el peor momento posible: enero de 2020. Sin papeles, sin trabajo y con los ecos de la pandemia del coronavirus resonando cada vez más fuerte, encontró asilo en Casa de Familia. Ahora vive en Son Ribes y se siente feliz. Mientras le ayudan a arreglar su documentación, ha estudiado un curso de cocina y hace sus pinitos en Mallorca en una banda musical.

En este sentido, Aina Torres, coordinadora de los tres centros de emergencia, que han pasado a formar parte de la red de inclusión social de la Isla, apostilla que son espacios de alta exigencia: «Les ayudamos a cubrir necesidades básicas como techo, comida y cama; después vamos más allá, con un proyecto de inserción laboral y social. Les ofrecemos formación, aprendizaje y del idioma, si hace falta, y habilidades sociales. A cambio, no consumir es una obligación. Cuando encuentran un puesto de trabajo y una vivienda que se puedan permitir, dejan el centro y comienzan una vida de forma independiente. Así tenemos una nueva cama libre para otro usuario. Y vuelta a empezar».

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Los residentes se encargan de las tareas habituales del centro.

Eso es lo que está esperando Carlos Alberto Abril, un venezolano de 61 años al que la pandemia le ha dejado con una mano delante y otra detrás. Camarero de profesión, se quedó sin trabajo y sin ahorros. Al no poder pagar el alquiler, decidió marcharse de su piso, antes de que lo echaran. Estuvo un año en el centro del Molinar y lleva tres meses en Son Ribes, aunque espera que por poco tiempo. Ha hecho un curso de cocina, ha realizado sus prácticas en un hotel de la Platja de Palma y confía en que le llamen pronto para cubrir la temporada turística. «Nunca pensé en encontrarme en semejante situación, pero me ha ayudado mucho. Ahora me toca devolverles el favor», finaliza.

Segunda oportunidad

Mayte Viana es cauta al hablar, pero cuando lo hace, se palpa el dolor que esconde: «La familia no se elige, a mí me han tocado malos números en la vida. He pasado mucho antes de llegar aquí. Pero cuando veo a mis compañeros, me doy cuenta de que podré salir adelante», afirma. Trabajó muchos años cuidando a personas mayores y enfermas, pero ha decidido que ya no puede hacerlo más. Por eso espera la llamada de una empresa de limpieza para dar una vuelta de tuerca a su vida y empezar de nuevo.

José Antonio Fernández ha vuelto a vivir de nuevo. Antes de llegar a Son Ribes, pasó por Casa de Familia, y antes vivió cinco años dentro de su coche. Trabajó como vigilante de seguridad, pero lo dejó para cuidar a su madre enferma. Fue mal asesorado y se fio de quien no debía. Cuando falleció su madre, se vio en la calle y sin trabajo. «No me quieren ni ahí arriba ni abajo, supongo que alguien quiere que siga por aquí», dice. Muy querido en el centro, José Antonio apunta que «siempre hay algo que hacer, es lo más parecido a un hogar que he tenido en años».

El apunte

De centros de emergencias a la red de inclusión

Tras el fin del confinamiento, el IMAS intentó buscar un hogar a muchos ‘sintecho’ que convivieron durante ese tiempo en el hipódromo de Son Pardo. La solución fueron tres recursos de La Sapiència: Es Molinar, con 15 plazas; Son Ribes (18 plazas) y el Casal de Ruberts (12 plazas). El objetivo: que no volvieran a la calle y ayudarles a buscar una salida social y laboral. Dos años después han pasado de ser un recurso de emergencia a formar parte de la red de inclusión social del Consell de Mallorca.