Uno de cada siete adolescentes en el mundo tiene un problema mental diagnosticado y cerca de 46.000 se suicidan al año, según Unicef. Es una de las principales causas de muerte entre esta franja de edad.
La parte positiva es que la depresión se puede prevenir y también tratar pero antes hace falta darse cuenta de que existe. Marta Huertas, vocal de Psicología Educativa del Col·legi de Psicòlegs de Balears, da algunas pistas para que los padres interpreten señales en una etapa de la vida en que todo puede confundirse. «Normalmente cuando estamos ante un trastorno afectivo suele haberse iniciado en la adolescencia, por eso es importante tener la máxima información para detectar un problema que puede quedar enmascarado y persistir en la vida adulta», dice. Desafortunadamente a menudo los jóvenes no saben interpretar muy bien lo que les pasa «y de forma paralela las personas de su entorno también tendemos, sin mala intención, atribuir actitudes a síntomas de la edad o el desarrollo». Éstas son algunas de las conductas que, en caso de persistir, deben llamar la atención por si esconden algún trastorno emocional.
1 Problemas del sueño
Un cambio de hábitos es la primera evidencia. Hay que vigilar si cambia la pauta del sueño y pasa a no dormir nada o todo lo contrario.
2 Hábitos de alimentación
Cuidado si empieza a no comer nada o a comer un montón, o si hace ingestas muy llamativas o está inapetente. No perdamos de vista la vulnerabilidad en trastornos de alimentación en esta edad, que están estrechamente ligados a síntomas de ánimo bajo.
3 Dejan de realizar sus actividades favoritas
En esta edad, los jóvenes pasan de estar muy programados por sus padres e ir en automático a una etapa donde lo cuestionan todo. Pasan de estar muy ocupados a espacios más vacíos y hay que seguir fomentando que busquen lo más adecuado para ellos, algo que les interese.
4 No quieren estar con sus amigos, socializar
La socialización e fundamental en esta época. Sería muy significativo observar que en vez de querer estar más tiempo con los amigos, prefieran aislarse y estar solos.
5 Crece la irritabilidad o la tristeza
El hecho de estar siempre enfadado o de pasar de la ira al llanto sin causa aparente... Ellos dirán «no sé qué me pasa», pero están de mal humor, saltan por todo, todo les va mal... Y cuando les preguntas, no saben. A veces lo achacamos a las hormonas pero vamos a reconducir bien el desarrollo y que esta situación no llegue enquistarse en el tiempo.
6 Hay un cambio brusco en las notas
La falta de concentración o el bajo rendimiento también es un síntoma. Los adolescentes deprimidos no se concentran bien, les cuesta tomar decisiones, y eso va a tener un impacto en el desarrollo académico.
7 Se aprecia una falta de autoestima
Es algo muy común. Podemos oír comentarios autodespectivos, una culpa exagerada o críticas desproporcionadas con las que verbalizan la necesidad de apoyo contra el fracaso.
8 Consumo de tóxicos o comportamiento violento
Si vemos que de repente se meten en peleas o que están más violentos es posible que tengan un trastorno afectivo.
9 Inicio del consumo de tóxicos
También puede que se inicien en el consumo de tóxicos o tengan conductas sexuales violentas. Son factores sobre los que estar encima.
10 Ojo cuando dicen que se quieren morir
Hay que estar atentos a las huidas del hogar, cuando se escapan porque creen que el mundo está contra ellos, o que nadie les entiende. Igual esconden sufrimiento. Ahora se han incrementado mucho los pensamientos suicidas. La verbalización del «me quiero morir», las autolesiona para aliviar otro malestar emocional los autocastigos... Son conductas donde no hace falta indagar. Hay que pedir ayuda para orientarlos bien. A nivel particular creo que la pandemia ha aislado por completo al adolescente y, paralelamente, ha potenciado de forma alarmante la socialización online, con el riesgo de adicción que esto tiene.
2 comentarios
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Hay un límite importante en la educación escolar que tiene reflejos importantes también en la educación que nuestros hijos reciben en nuestras casas. Esto probablemente no solucionaría el problema, pero seguramente se podría mejorar la forma que tenemos de enfrentarnos a la depresión juvenil. En la escuela no existe ninguna asignatura relacionada con la inteligencia emocional. Las sociedades occidentales estamos enfocadas a proporcionar a nuestros jóvenes herramientas para que desarrollen sus habilidades racionales. Estudiamos mates, lenguas, ciencias, historia... Pero, y nuestro mundo interior? Las sociedades orientales han estado milenariamente construidas sobre la percepción de que el mundo emocional nos pertenece a las personas, y como tal, tenemos el control sobre el, exactamente como lo tenemos sobre el mundo racional. En nuestra sociedad nos han acostumbrado a vivir las emociones como algo que se escapa a nuestro control. Con lo cual, cuando no sabemos cómo gestionar nuestro mundo emocional, por falta de herramientas, sentimos que perdemos el control, entramos en crisis profunda y no sabemos cómo gestionarlo y gestionarnos. En un joven, a este tipo de situaciones, se suma a la fragilidad típica de su edad, y el peligro se multiplica. La inteligencia emocional, al no ser tratada en la escuela, se podría considerar como una asignatura completamente responsabilidad de las familias. Y aquí la pescadilla se muerde la cola. Nuestra generación, que es una generación que no ha recibido a su vez ninguna herramienta de inteligencia emocional, está llamada a proporcionar a la generación de nuestros hijos un tipo de educación que desconoce. Probablemente se debería repensar los programas escolásticos en función de estos datos sobre depresión en adolescentes. Y de paso, formando a nuestros hijos, formaremos una generación de futuros padres más capaces y más hábiles para educar a sus hijos a enfrentarse a la frustración, el abandono, el fracaso, la soledad, el aburrimiento, etc.. todas circunstancias normales en la vida de una persona y para las cuales, hoy en dia, no tenemos herramientas de gestión, porque nadie nunca nos la proporcionado, ni a nosotros, y en consecuencia, ni a nuestros hijos. Ojalá algún día, en la escuela, se abriera un debate serio sobre cómo mejorar los actuales programas formativos, para adecuarlo a la realidad que estos números sobre depresión juvenil nos desvelan. Un debate serio que se centre en nuestros hijos, en las personas. De momento, cuando escucho hablar de escuela, se habla de muchas prioridades, pero nunca he escuchado a nadie hablar de la salud mental de nuestros jóvenes y de las generaciones futuras. Quizás sea hora de mover el foco sobre lo que realmente es prioritario.
¿Qué tal si prevenimos la depresión devolviendo las libertades preCOVID y dándoles un futuro prometedor?? (trabajo facilidades para la emancipación y acceso a la vivienda, fundar una familia... ). Más vale prevenir que curar.